viernes, 29 de agosto de 2008

El verdadero Email

“Saludos Rogelio. Dicen que si a Roma fueres, haz lo que vieres. Es un buen consejo convenenciero. Sin embargo no creo que implique que si te vas a vivir a Boston tengas que convertirte en aficionado feroz de los nefastos e insufribles equipos deportivos de dicha ciudad. Ya era suficiente estar soportando a los Patriots año con año. Aunque debo reconocer que este año terminaron haciéndome inmensamente feliz, muy feliz. Quien lo diría, y a manos de un pinche equipo Neoyorkino. De los males, el menor.
Estarás contento, cabrón, y pensarás en lo bonita que es la venganza cuando dios la concede. Sobre todo si ésta recae en mis queridos Lakers. Pinches bostonianos, la cobraron cara. De cualquier modo, te mando felicitar y te recuerdo que sobre los Patriots, los Celtics, los Red Sox y pa’ que abroche, también sobre el cabrón equipo de hockey, que no recuerdo cómo se llama, caerá mi maldición y sus miembros no podrán tener relaciones sexuales satisfactorias en toda la temporada.
Quisiera que ahí murieran mis malos pensamientos. Pero la sed de sangre que provoca la derrota no es tan fácil de saciar.
Te mando un abrazo, carnal.
Alejandro
¡Salud!”


Medina sonrió mientras oprimía el botón send. Hacía un par de meses que no le escribía a su viejo compinche Rogelio Zúñiga, quien como es evidente, vive en Boston, Massachusetts. El nuevo campeonato que los Celtics acaban de conseguir sobre los Lakers parecía un buen pretexto para saludar al viejo amigo. Ahora sólo era cuestión de esperar la respuesta. Revisó su agenda. Martes. Es día de escribirle también a Carlos Pascual, de Valencia, España. También un viejo camarada del que ya tenía bastante tiempo sin noticias. –“Estimado Carlos. Recibe un saludo desde Guadalajara…”

La vieja rutina de la escritura de cartas antes de irse a la oficina, como cada tercer día. Al terminar, cerraba sus archivos, apagaba la computadora, pagaba su cuenta y partía caminando hacia el despacho a continuar con sus quehaceres. En un par de días más escribiría más cartas. Acostumbraba llegar a las 8:30 de la mañana al café. La mesa de siempre, la más cercana a la puerta. Le gustaba el aire de la mañana, hasta en invierno, cuando el frío le calaba los dedos y le impedía manipular las teclas de su computadora portátil con destreza, con lo que se veía obligado a utilizar guantes de ésos que dejan descubierta la yema de los dedos. Era la época en la que sus cartas se volvían más breves y lacónicas. De cualquier manera el ambiente era el ideal para él. Doña Isabel, como siempre, le tenía lista su taza con café negro, sin azúcar. – “El buen café no la necesita y el malo no la merece”, pensaba cada vez que se lo servían. El café y el Internet inalámbrico eran dos de las razones por las que había convertido a ese lugar en su favorito para desayunar. Saboreaba su café mientras sacaba la computadora de la maleta y comenzaba a instalarse cómodamente.

Para cuando abría su cuenta de correo ya hasta había encendido su primer cigarro. Vaya, no había nada nuevo. Algunos correos con la Fw al principio, nunca los abría, eran pura basura. Un par de correos de un sitio literario al que estaba suscrito, noticias, lo último de la música rock… pero de sus contactos, nada. Ni hablar, será para la otra. En vía de mientras habría que redactar la correspondencia de hoy. Revisó su archivo y comenzó a tomar nota de sus destinatarios de hoy jueves: Javier Gutiérrez en Lima y Jaime Gámez en Tabasco y comenzó: “Hijo mío, espero que te estés portando bien y que estés aprendiendo nuevos albures. Acá la banda pregunta por ti aunque sabe de sobra que eres de lo más despistado para mantener el contacto. De todos modos he querido darme a la tarea de contarte que estamos todos bien por acá. Las Gordas Peligrosas se han desbandado y quien sabe qué diantres estén haciendo, no han tenido ni la decencia de mandarnos a la chingada. Los compadres, a toda madre, el ahijado igual. Un abrazo. Alejandro.”

El café El Truco abría desde las 8 a.m. La mera frontera entre el café bohemio y la fondita casera más tradicional. Sus dueños, geniales, Don Eduardo y Doña Isabel, bien podrían pasar por los abuelitos de cualquier comensal a causa del apapacho con que trataban a todo mundo. Ubicado sobre la Avenida A a dos cuadras de Laureles era un sitio bastante acogedor en un rumbo por el que el bullicio de Zapopan Centro no afectaba y con buena clientela además. Médicos de la unidad del Seguro Social y del Hospital Valentín Gómez Farías lo habían adoptado como habitual estación para el café mañanero. Clientes fieles que lo mantenían funcionando como es debido y por fortuna, sin llegar a ser un lugar de moda que lo hubiera convertido quizás, en un sitio insufrible. Los sábados, a pesar de lo que pudiera pensarse, son días en los que hay más tranquilidad en el lugar. Mucha gente no trabaja y por lo tanto hay menos materia para ocupar las mesas. Era día de escribirle al Rodrigo Solís Mace, chileno radicado en Venezuela, al Toni Carpentieri Mynock y al buen Alex Mendoza Rebel Recon, ambos venezolanos también avecindados en Venezuela, camaradas a quienes conoció en un sitio en donde se discute acerca de Sci-Fi. Como siempre, les mandó saludos, recuerdos y la mejor de sus vibras. Preguntó por la familia y quiso saber de las últimas novedades de la Legión 501 y de los últimos desfiguros del cabrón motivo por el que tantos de sus compatriotas estén fuera de Venezuela. Send, send y… send. A la oficina una vez más y a todo lo que implique continuar viviendo.

Un buen día llega Mafalda y le pregunta a su mamá:
- “Mamá ¿vos a mi edad tenías amiguitos como los que tengo yo?”
- “Sí hijita, claro que los tuve”
- “¿Y que pasó que no los ves nunca? ¿acaso te peleaste con ellos?”
- “No hija. Lo que sucede es que fuimos creciendo y la vida nos llevó a cada uno por diferentes caminos.”
Mafalda, que siempre encontraba motivo de meditación en cosas que pudieran parecer triviales, pensó un momento en la respuesta que su madre le dio y después, llena de despecho exclamó:
- “¿Y QUIÉN CUERNOS SE CREE LA VIDA QUE ES PARA HACERLE ESAS PORQUERÍAS A LAS PERSONAS?”

El hecho de permitir que una amistad se enfríe es, desde luego, una porquería. Una porquería bastante triste según lo veía Medina. Es por eso que se había hecho el propósito de, en la medida de lo posible, conservar a sus contactos. Escribirles de vez en cuando aunque sea para decirles ¿qué onda? Dar señales de vida. Y se dio cuenta de que el propósito, por noble que fuera no era tan sencillo de mantener. A veces el mismo ritmo frenético del día lo hacía olvidarse de a quién coños tenía que haberle escrito ese día. Es por eso que en cierta ocasión, en lugar de ponerse a escribir cartas, se puso a escribir un archivo, una base de datos en donde registró todos los contactos a los que no frecuentaba, a los que no veía seguido ni coincidía con ellos de manera cotidiana, hasta a los que no conocía en persona y por supuesto, de los que tuviera su dirección de correo electrónico. A cada uno de ellos le asignó de manera aleatoria un número y según el orden en el que fuera cayendo cada número, cada tercer día creaba un correo nuevo y comenzaba: “Estimado y nunca bien ponderado…” Su amigo Jaime Gámez hizo burla del procedimiento y cual princesita de plástico para niña boba (o la niña boba en sí) reclamó: “¿así que a mi me toca que me escribas los jueves?”- “menos mal que no eres mi novia, infeliz” – pensó Medina justificándose con saber que él por lo menos tenía la iniciativa de acordarse de los compas y la decencia de responder su correspondencia. Y hablando de eso, es lunes, está por iniciar junto con la semana laboral una nueva sesión de escritura de misivas y una vez más la bandeja de entrada se encuentra más vacía que cráneo de esbirro de la ley. - “Mierda” – musitó Medina mientras revisaba su registro de contactos para ver a quien escribiría hoy. Su compa Miguel Ángel Hernández, gran compinche pero nunca regresaba las llamadas telefónicas, esperemos que los correos si. Y también su tocayo Alejandro Arévalo, un gran camarada de hace como 30 años. Ambos residentes en la Zona Metropolitana de Guadalajara y sin embargo, tan lejos. – “Un abrazo. Alejandro.”

Para el Medina, el surgimiento del correo electrónico era algo chingoncísimo. Recordaba perfectamente cuando escribía cartas en papel, las metía en el sobre, compraba las estampillas, las llevaba al servicio postal y las metía en el buzón. Correos de México había logrado en Medina lo que el catecismo jamás, pues desde que depositaba sus cartas comenzaba a rezar para que llegaran a su destino, como sea, pero que llegaran. Se le hacía increíble que en un santiamén llegaran al destinatario los mensajes. Pensaba que era una excelente manera de comunicarse aunque el medio se haya visto contaminado con tanta variedad de chingaderas como las dichosas cadenas, los spams que te invitan a que le añadas centímetros a tu miembro y los correos con virus entre otras cosas. Le molestaba en demasía y sobre todo a estas alturas del partido, que sus destinatarios le mandaran correos que decían cosas como FW: urgente, se te caerá el pito si no lo reenvías… en lugar de mandarle algo así como “Yo estoy bien ¿tu que tal? Gracias por tu carta anterior”. El sentimiento de decepción era auténtico cada vez que algún contacto que él había creído medianamente inteligente le mandaba alguna estupidez como “a los chistes les pones forward y a los mensajes del señor les pones delete…, qué malísima onda”, nomás eso faltaba, que en su propia privacidad le quieran endilgar un sentimiento rastrero de culpa.

De modo inmisericorde el buzón continuaba vacío de correos de sus contactos el miércoles. Había pasado más de una semana de que iniciamos el relato y Medina comenzaba a sentirse bastante encabronado con sus destinatarios que no se animaban a dar el paso a remitentes. Esta vez les escribió a algunos de sus ahijados. Ex alumnos con los que llegó a tener un buen cotorreo. A Verito de la Cruz le escribió para preguntarle sobre su embarazo. A Paco Castellanos le mandó preguntar si iba a comprar la horrible pero nueva versión de la camiseta de las Chivas. A Jonatan Ibarra para saber acerca del servidor de música que estaba montando y a Eduardo Pineda para ver si organizaban otra carne asada con pedo. Ese día no lo pasó tan indiferente como los otros pues comenzaba a pensar que tal vez estuviera haciendo algo mal a la hora de oprimir el mentado Send.

Medina no se limitaba a intentar mantener el contacto con la gente a la que de manera, digamos actual, trataba. También buscaba el modo de recuperar la comunicación con amistades de las que hacía tiempo no tenía noticias. Cada vez que se le daba la oportunidad agregaba una nueva dirección de correo a su archivo. De ese modo consiguió el correo de su vieja amiga de la prepa Gaby García, el de su compañera de la generación del equipo de básquet Ana Laura Bravo. Carlos Gómez, Luis Cisneros, Rogelio Escalante y Carolina Cárdenas de la secundaria. Alex García también de la prepa. Juan Manuel Quintero, amigo de la más tierna infancia y oficialmente su más antiguo compa. Anda a la caza del modo de contactarse con otros de quien de plano no tiene noticias como Lalo Rosales, Andrea García, Fernando Sandoval, Gloria García, Mario Ruiz, Javier Arévalo El Camacho quien oficialmente puso su primer cerveza en sus manos, Auxiliadora Hernández y Dulce García entre muchos otros. Medina no quería que le pasara como a la mamá de Mafalda con estas personas. Aunque después de algunas semanas de recibir solamente basura comenzaba a preguntarse si valía la pena el esfuerzo.

Hubo una vez un sujeto al que, como a todo mundo, le llegaron unos correos con imágenes porno. Podría decirse que de una fuente confiable, sin virus. Sus cuates le hacían llegar ese material, sin él pedirlo pero sin queja alguna. Un día, se le ocurrió enviárselo a otro amigo, quien a su vez le comentó a otros amigos y de paso también lo reenvió. Es por eso que el sujeto en cuestión comenzó a hacer del reenvío de correos porno un hábito. Le parecía simpático y gracioso que sus amistades le pidieran, exigieran y hasta recomendaran sus correos. Un buen día, se aburrió de cambiarles el subject a dichos correos, porque le castraba también la FW y se le ocurrió simplificar el asunto y poner solamente La dosis de hoy. Al día siguiente, lo mismo y lo mismo y lo mismo, etc. Fue así como nació el Señor Dosis o el Dosis, a secas. Le hizo mucha gracia, le gustó el personaje. Sin proponérselo, era conocido en el Bajío Mexicano, en casi toda la costa del Pacífico, en Venezuela, Argentina, España, Chile, Florida y Perú. En justa retribución, le comenzaron a llegar más dosis y en bastantes ocasiones, hasta correos de agradecimiento. Ninguna queja, en absoluto. Por cierto, habría que escribirle para agradecerle al Dosis la última remesa que estuvo particularmente chingona. A Medina le parecía en verdad irónico que muchas de esas mismas personas no correspondan de igual modo con un correo que alguien se tomó el tiempo y la molestia de escribirles personalmente a ellos.

Para que después digan que el Internet es impersonal.

En esos días, le escribió a Fernando J. Téllez, un tipo genial, viejo amigo y colega profesor, capaz de contar chistes con efectos de audio incluidos. Amante de los ovnis, los nahuales, el chupacabras y demás productos del delirio colectivo. Le pidió que se reunieran a cafetear para hablar de encuentros cercanos de cualquier tipo. Le escribió al Guerrero Universal, amigo luchador Campeón de Parejas en León Guanajuato, gran sujeto, para ver que tal le estaba yendo en su gira por Veracruz y Chiapas. Mandó unas fotos familiares a sus tíos en Denver, Colorado. Le escribió a su amigo Adrián Aviléz El Guaguarón sólo para darse cuenta de que su correo ya había sido cancelado por falta de uso. A su amiga Gaby Camacho, ex compañera de oficina quien había emigrado buscando mejores horizontes. A casi toda la generación 2003-2007 de Licenciados en Informática para ver que onda con ellos. Y también a pinchemil destinatarios más que a la fecha tampoco han respondido.

De vez en cuando ocurría que la casualidad lo hiciera encontrarse con alguna de esas personas e invariablemente comenzaba a verse hostigado con reclamos del tipo “¿y ese milagro?” o “no te pierdas, cabrón”. Le endilgaban la responsabilidad de mantener el contacto y ninguno era bueno para responder sus cartas o ya de menos coger el celular y mandarle un vil mensaje de esos q dsmadran el lnguaje skrbndo d st pnche modo, mucho menos hablarle o visitarlo.

A Doña Isabel comenzaba a preocuparle el hecho de que Medina se retirara molesto del café. Por unos días creyó que era por el café. Medina se sintió basura cuando la señora le llevó una concha de pan dulce junto a su café, pensó que tal vez ella quisiera soslayar cualquier molestia que se le hubiera causado a un parroquiano tan fiel.
– “¿y este pan Doña Chabelita?” – preguntó humilde.
– “Para que te vayas un poco más contento hoy, mijito”
– “Ay Chabelita, qué pena. Son los desdichados de mis contactos de Internet que no dan señales de vida los que me tienen molesto”
– “Pos yo de esas cosas no entiendo mucho Joven Alejandro. Pero que mal que lo hagan enojar si siempre andaba de buen humor”
– “Tiene razón Chabelita. Hoy no voy ni a abrir mi computadora. A la chingada…”

Esa mañana mejor se la pasó leyendo el periódico.

Después de dos semanas más de contemplar vacía la bandeja de entrada de su buzón y de no haber escrito nada nuevo a nadie comenzó a sentir remordimientos. Tuvo tiempo de sobra en El Truco para meditar acerca de quién cuernos se cree la vida que es. Creía comprender porqué a veces se va uno por diferente camino al de sus compas. No es ningún misterio puesto que la gran mayoría de la gente lo descubre sola. Aunque los caminos sean distintos y vayan para diferente destino el cruce de caminos debería de ser más constante y si en verdad uno hace camino al andar, como dice la canción ¿porqué no ser uno mismo el que provoque esos cruces?

Se sentía molesto aun con sus corresponsales ausentes. Pero también comenzó a cuestionar su propia labor. Por lo menos esa sí la podía corregir. Decidió que debería de continuar haciendo la lucha, aunque la terquedad sea ahora el principal estimulante. Por lo menos ninguno de esos cabrones podrá volver a decirle impunemente “¡que milagro!” sin que Medina lo mande a la chingada y le diga “yo si cumplí”. Pidió una nueva taza de café a Don Eduardo con una pieza del pan dulce al que Doña Isabel lo había aficionado y pensó en la gente a la que debería añadir a su lista. Sacó la computadora de la maleta, la encendió, prendió un Farito y mientras ingresaba al sistema comenzó a meditar en lo que iba a escribir. No vaya a ser que la vida viniera y le hiciera una porquería a él también la muy cabrona.

“Saludos mi Rafa. Hace más de un año que te fuiste pa’l Chile, estás por regresar y no fui bueno para escribir. Habrás de disculpar. Por acá la banda está a toda madre…”


NOTA: Lo anterior está dedicado a toda la gente con la que mantengo correspondencia y contacto de algún otro modo. Exista o no reciprocidad. Para ellos esta vieja imagen del Verdadero Email.



Con afecto, Carlos García Garibay

miércoles, 13 de agosto de 2008

El ratero que la tierra se tragó

Alfonso caminaba por la maltrecha calle rumbo a casa, estaba todo oscuro y de verdad que no tenía ganas de que lo asaltaran una vez más. No siempre se podía dar el lujo de dirigirse tarde a casa. Estamos hablando de más de las 10 de la noche, una hora en la que normalmente hay bastante vida en otras colonias de la ciudad, pero no en ésta. La Mesa Colorada es una colonia de dudosa fama en la Zona Metropolitana de Guadalajara, ubicada al norte en el municipio de Zapopan solamente hay una manera de llegar y es a través de la carretera a Saltillo, un camino angosto y sinuoso de solamente un carril por cada sentido. La Mesa fue durante un buen tiempo la última colonia con la que la mancha urbana se aferraba a esa carretera. El transporte urbano dejaba de transitar por esos lugares mucho muy temprano y las patrullas de la policía solamente lo hacían de a dos en dos y de vez en cuando. La falta de alumbrado público era el principal motivo por el que las calles se vaciaran muy temprano también. De ahí la soledad de Alfonso.

Después de las 10 de la noche la manera más barata de llegar a casa, era logrando acercarse a la Prolongación de Avenida Alcalde en su cruce con el Anillo Periférico Norte, donde una arbolada era la improvisada base de unos taxis colectivos que algunos ciudadanos habían montado para poder brindar el servicio que nadie más daba de acercar a los habitantes de las colonias del norte a sus casas y de paso ganarse unos centavos. Por módicos 10 pesos podías conseguir que te dejaran a la entrada de tu colonia, al borde de la carretera. Era lo más cerca que podías llegar porque al igual que el gallardo cuerpo de policía, los conductores de estos colectivos se negaban a entrar a estas localidades. El resto del camino lo tenías que hacer a pie. No pasó mucho tiempo antes de que las organizaciones sindicales de los trabajadores del volante decidieran que ese pequeño mercado tenía que ser de ellos y mediante los ajustes necesarios fueron quitando a los colectivos y tomado su lugar, de modo que los ciudadanos pronto pudieron gozar de un servicio más caro pero que de todos modos no los llevaba hasta las puertas de su casa. Sin embargo, seguía siendo la mejor opción pues aunque caminar es gratis, en esos lugares te podía costar caro. En la Mesa Colorada, la calle principal es Alberto Mora López. En un principio y durante bastante tiempo solamente una vil terracería que en tiempo de aguas se convertía en un cenagal. Aunque fue una molestia, cuando el ayuntamiento comenzó a abrirla en canal para meter drenaje los vecinos lo agradecieron. El alumbrado público podría esperar.

Caminar desde la carretera a Saltillo hasta su casa en las mejores condiciones obligaba a Alfonso a invertir por lo menos 20 minutos de calles sin pavimento y sin luz. No pocas habían sido las veces que había tenido que llegar descalzo, sin camisa y sin dinero a su hogar a causa de los asaltos que eran cosa corriente por ahí. Se encontraba cansado. La única vez que se encontró a la policía en su camino le costó una basculeada y que le quitaran sin motivo sus últimos 20 pesos. Es por eso que de un tiempo para acá hacía el camino sólo por inercia. Ya ni siquiera sentía miedo, sabía que en cualquier momento las sombras podían cobrar vida y cerrarle el paso para robarle sus pertenencias una vez más.

La voz que le ordenaba caerse con sus tenis lo hizo detenerse. Aquí estaban otra vez. Sus ojos reaccionaron entornándose para tratar de distinguir algo en esa maldita oscuridad. Esperaba muchas formas sin forma, algunas manos que lo sujetaran o el frío filo de alguna punta en su vientre pero nada. En su lugar solo una pequeña silueta delante de él, con una voz alterada por cemento amarillo que le impedía a Alfonso definir la edad del propietario. Eso lo indignó. No iba a ser robado otra vez por un pequeñajo desnutrido y drogado. Pensó que tal vez sus compinches estaban cerca, esperando a que regresara con más dinero para gastarlo en alguna sustancia. Échame tu lana, repitió la voz. Alfonso no esperó más y aprovechando su mayor corpulencia empujó al pequeño delincuente hacia atrás y se dispuso a emprender la huída, pero la desaparición del empujado lo sorprendió. Parecía que lo había tragado la tierra. La avalancha humana que esperaba no se produjo y sólo había silencio. Se percató de la zanja para tubería que las sombras ocultaban y cayó en la cuenta de que había arrojado al pobre tipo en ella.

Por un momento temió haberlo matado, aunque haya sido para defenderse. Se asomó a la fosa y aguzando el oído alcanzó a escuchar un lejano ¡ay!

Ya chingué – pensó mientras se alejaba

- Por Carlos García Garibay

El Club de Fans del Tabaco de las 12


Foto: Carlos García Garibay

Hacía ya casi 2 años que se había constituido la pequeña comunidad en torno a la ventana de ese despacho. Esa oficina de gobierno tenía un ambiente caótico, fruto de las mil veces en las que habían intentado sin éxito hacer una organización lógica en ese sitio. Sin embargo el pequeño departamento de Sistemas se había aferrado a su espacio junto a esa ventana por varios motivos técnicos, con la iluminación y la ventilación como principales argumentos. Al paso del tiempo habían descubierto algunas otras ventajas, como la inmejorable vista a la entrada de la cafetería. Sin embargo la mejor de todas, sentimentalmente hablando, era sin duda alguna la del tabaco de las 12.

Es necesario mencionar que la oficina del Departamento de Sistemas estaba en el segundo piso, en el costado noroeste del edificio de oficinas de Avenida Central 615 en Zapopan, Jalisco. Particular interés tenían los ocupantes del despacho por lo que ocurría todos los días aproximadamente a las 12 del mediodía en un pequeño machuelo junto a la cafetería que proporcionaba una acogedora tranquilidad para fumar y al que su despacho daba una vista privilegiada. Un refugio para quienes buscaban escapar de los hipócritas fumadores pasivos.

Su silueta era inconfundible. La manera de caminar y la gracia de toda su persona, su sello particular. No era la más guapa del mundo, pero como dice la canción, ellos jurarían que era más guapa que cualquiera. El tiempo se detenía desde que la veían acercarse, tomar asiento en el dichoso machuelo, sacar de su descomunal bolsa una caja de cigarros, escoger uno y encenderlo. A continuación paladear con sibaritismo su cigarro dejando que sus preocupaciones y ocupaciones, desconocidas para ellos, desaparecieran por un rato, a veces interrumpido por una impertinente llamada a su teléfono celular. Apagar la colilla, levantarse y verla partir era el clímax. Eran aproximadamente 15 minutos de gloria urbana que ellos no cambiarían por nada del mundo. Una delicia de rutina que hacía que las mañanas pasaran más agradablemente y que le daban sabor a la vida en general de los ocupantes de esa oficina.

Era más que una rutina y también ellos más que simples voyeurs. Era en verdad un sentimiento colectivo entrañable el que se había formado en esa pequeña comunidad. Había nacido el instinto en cada uno de los compañeros de observar su reloj conforme las 12 del día se acercaban, ese mismo instinto los ponía en estado de alerta desde el menos cuarto. El primero en verla acercarse tenía el deber sagrado de avisar a los demás, cual Rodrigo de Triana al divisar las hipotéticas Indias. Cualquier otra actividad podría esperar. Cualquier otra cosa era considerada un factor de distracción totalmente prescindible y despreciable en ese momento, el momento del cigarro de las 12.

Un indescriptible sentimiento de irresponsabilidad hacía presa de quien haya faltado miserablemente a su vigila diaria. "¿Qué estás cuidando?" era la pregunta de rigor para el miserable culpable cuando se daban cuenta que la musa tenía ya rato fumando y no habían sido informados.

Alguna vez ocurría que el machuelo-pedestal se encontraba ocupado por algún usurpador que podía venir en miles de combinaciones de sexo, número, oficio y edad, pero eso sí, cualquiera de ellas era invariablemente inoportuna cuando se presentaba. En tan desafortunadas circunstancias ella optaba por ocupar algún otro lugar más alejado y por tanto, mucho menos disfrutable que el invadido altar oficial. El odio de los espectadores se hacía patente y se manifestaba en forma de amargos comentarios que como mínimo declaraban como perdida toda la mañana. Malditas sean esas horas.

También podía pasar que ella dejara de asistir a su diario ritual. Y cuando eso ocurría, un atroz sentimiento de desamparo y abandono se apoderaba de ellos, sus fervientes admiradores.

Se contentaban con verla fumar. Admiraban la forma en que se sentaba, la forma en que mantenía erguida su figura mientras fumaba, la caída de su cabello lacio, siempre recogido en una soberbia cola de caballo, la clase con la que sostenía el cigarro y las volutas de humo expulsadas de su boca haciendo ensoñadoras y efímeras formas antes de desaparecer en el aire. El esperado movimiento a la hora de levantarse hacía que la mañana completa valiera la pena.

Todos ellos se cuidaban de no ser vistos observándola fumar. Esa situación hubiera provocado en cualquiera de ellos una reacción comparable a la de un niño sorprendido robando golosinas de la tiendita de la esquina. Sin embargo les gustaba imaginar que ella se sabía observada. Que cada uno de sus cadenciosos movimientos era estudiado y llevado a cabo deliberadamente para su corro de admiradores que diariamente se apilaban al pie de la ventana a verla fumar. Soñar con que al retirarse cada día después de saborear su tabaco y al sacudirse la tierra de las nalgas estaba mandándoles una cachonda y cruel señal de despedida. Tenían miedo de ser descubiertos y en consecuencia, ser privados de ese diario y gratuito placer. Peor que si la infame Ley Antitabaco los convirtiera en reos de muerte.

Quizás nunca en la vida ninguno de ellos se anime a hablarle, a abordarla y preguntarle su nombre. Pero es un hecho que el día en que dejen de verla en su diario ritual será considerado como un antes y después de cuando eran felices en esa oficina de gobierno y dentro de su pequeño santoral tendrá una de las más encumbradas posiciones, la de la Musa del Club de Fans del Tabaco de las 12.

- Por Carlos García Garibay