jueves, 23 de septiembre de 2010

Carne de Cañón II - Subir peldaños


El Calibos era uno más de los muchos compañeros de prepa que trataban de sobresalir del montón. Parecía que simplemente se daba a notar como muchos en esa edad que piensan que las maledicencias acerca de uno son mil veces mejor que el silencio. Bien o mal, pero que hablen de mí. Sus protuberantes cejas y su fealdad en general fueron los que le dieron apodo. No le gustaba, pero desde hacía dos años, cuando entró a la escuela aprendió que en cuestión de apodos es mejor soportar estoicamente la carrilla para que pronto deje de afectar al estado de ánimo. Trató de combatir esa molestia ejerciendo un cordial sentido del humor y usándose a sí mismo como objeto de burla para amenizar el rato. Pensaba que eso le daba autoridad moral para burlarse de los demás también. Además se dio cuenta de que resultaba más conocido por su apodo que por su nombre. Eran en verdad pocos los que sabían que Martín Caballero era alguien en esa escuela o en cualquier lado. Con el santo homónimo desde luego que no lo confundían. Sin embargo casi todos habían oído hablar acerca del Calibos, aunque sea de rebote. Sin embargo no fue solamente el sentido del humor o la conveniencia lo que le permitió tolerarlo, sino también el desquite. Pronto, muchos aprendieron que si le iban a llamar Calibos, sería con respeto, o con miedo, que no es lo mismo pero es igual.

No faltaba a ninguna fiesta, si no había sido invitado buscaba el modo de colarse y actuaba como si fuera Peter Sellers en La Fiesta Inolvidable, llegaba primero y se retiraba siempre al final, buscaba convivir con los anfitriones y saludar a todos los asistentes. Hasta ayudaba a limpiar el desorden que quedaba siempre al final. En la escuela, siempre estaba recorriendo los patios saludando aquí y allá, asomándose a las aulas y adulando a los profesores cuando los interrumpía para sacar de clase a algún compañero. Creo que yo no era el único que tenía dudas y una que otra certeza sobre la calidad como estudiante del susodicho. Después de todo ¿Qué no se viene a la escuela a clases? Si él se la pasa en los pasillos, en las canchas o celebrando conciliábulos en la cafetería de la escuela con su séquito de allegados, entonces ¿a qué horas estudiaba? En tercer semestre me tocó coincidir con él, por así decirlo. Al parecer la ciencia química no era su fuerte y su encanto no fue suficiente para granjear el favor del profesor en turno, de modo que tuvo que repetir esa materia en mi grupo. Por lo menos administrativamente, así se supone que debieron de haber sido las cosas pues no recuerdo haberlo visto en clases. Una maestra alguna vez nos dijo que él iba a llegar a ser alguien, simplemente porque a ella le gustó el detalle de que fue el único que no se negó a barrer la escuela cuando se lo solicitaron en la materia de Desarrollo de la comunidad. Supongo que tenía razón, eso habla bien de cualquiera, más no comprendo el porqué esa simple disposición lo convertía ante los ojos de algunos maestros en un buen estudiante. “A mí, mi mamá me enseñó a ser bien hombre, pero también me enseñó a no ser un bueno para nada”, argumentaba defensivamente cuando sus compinches le hacían burla por ponerse a barrer.

Todos conocían al Calibos. Por lo menos de vista.

Por eso no fue extraño encontrar su nombre en medio de la parafernalia proselitista que se suscitó para las elecciones para presidente del comité estudiantil de la Vocacional. Desde luego que su popularidad ayudaba a su causa, por no hablar del sinfín de relaciones que había sembrado en esos meses de bachillerato y que se disponía a cosechar muy próximamente. Eran los tiempos en los que la Voca se encontraba en la esquina de Boulevard García Barragán y la Olímpica. Eran los últimos meses de la década gris de los 80s.

El día de las elecciones tuvo un extenso preámbulo de festejos públicos amenizados con Eclipse Show, que era la banda versátil que rifaba entre la comunidad estudiantil en esos años. Por lo menos una vez a la semana durante un mes encontrábamos la prepa cubierta con lonas y ambiente festivo. Repartición de panfletos, volantes, botones, refrescos (producto de los bajes), botanas y condones. También festejos privados, amenizados también con gran banda musical, las edecanes de la misma incluidas y repartición de más cervezas, vinos y refrescos (también producto de los bajes), más botanas, más tabacos, más mota y más condones, aunque con menos invitados, desde luego.

A estos festejos podemos añadirle una que otra golpiza propinada a no pocos simpatizantes de la contra que hayan tenido el atrevimiento de cruzarse en el camino. Esto es fácilmente constatable pues todo el turno matutino pudimos ser testigos de cuando sacaron en estado lamentable al pobre fulano que cayó en garras de la planilla en los baños del módulo C. La maquinaria electoral de la Planilla Naranja (del Calibos) se encargó de difundir el rumor de que dicho sujeto había ingresado al plantel, pistola en mano, con el fin de provocar el desorden y quién sabe qué otras negras intenciones. La vieja estrategia, ellos los malos, nosotros los buenos. Sombreros blancos contra sombreros negros. La versión oficial, sin embargo, fue que el sujeto actuó solo, por la libre, aunque de su nombre ni nos enteramos.

Ninguno de los grupos que conformaban el plantel quedó exento de la visita de rigor de la planilla completa. Tras pedir permiso al profesor en turno (¿podía negarse?) el Calibos y compañía procedían a largarnos sin piedad alguna su plan de trabajo en el que se dejaban escuchar frases como libre asociación, derechos estudiantiles y demás demagogia con la misma energía que cualquier lidercito sindical utiliza para derramar su verborrea. Tal y como si las autoridades universitarias fueran un tirano a vencer y los estudiantes las pobre víctimas del sistema y el, por supuesto, el salvador de las masas cuyo hipotético triunfo garantizaría mejores condiciones (¿estudiábamos en malas condiciones?) para los pobres estudiantes. Hoy después de todos estos años me pregunto si tal teatro era en verdad necesario. El voto de la gran mayoría de los estudiantes estaba decidido más por simpatía o cohecho que por pleno convencimiento ideológico de los mismos. De modo que en realidad bastaba con caerles bien a los votantes, ser su amigo, o por lo menos amigo de sus amigos y en el último de los casos, conocido. Cualquiera que de algún modo se haya relacionado en algún momento con el Calibos podía jactarse de ello. Luego el discurso político no importaba con el estudiantado. Sin embargo había que llevarlo a cabo pues no había que olvidar que ese mismo discurso político sí importaba arriba, donde los enjuagues adecuados lo habían puesto en ese sitio.

El día de la elección llegó y la visible mayoría de los estudiantes estábamos presentes en la escuela para votar. Por lo menos ese era el pretexto pues el mismo ambiente festivo que había imperado todo el mes estuvo presente aunque en una magnitud mucho más elevada que en cualquiera de los días previos. La gente de la Facultad de Ingeniería, las Áreas Industriales, Administrativas y la Facultad de Ciencias Químicas se dejaba venir a la prepa cada vez que olfateaban tertulia, de modo que ahí estaban engrosando la masa asistente. Y ahí estaba el Calibos derramando estilo y jugando a ser tapete de entrada con todos los asistentes. Combinando una actitud servil y a la vez prepotente en una mezcla que para muchos podría parecer extraña pero que en realidad es el uniforme oficial de trabajo para cualquier ente que detente un poco de poder que se respete. Pase por aquí mi amigo, mire que yo no le fallo compadre, cuento con usted hermano. Hoy en día en no pocas ocasiones agradezco a la vida el pasar desapercibido en la mayoría de eventos de tal clase. Para mí y mis amigos era más importante hacer acto de presencia, que vean que fuimos y después darnos a la fuga a jugar básquet, a desayunar, a las maquinitas o alguna pequeña escapada con la novia en turno a donde el mundo no estorbara. Ya nos enteraríamos después acerca de quien ganó la elección. Qué más da. A muchos, tan dudosa conciencia electoral los acompañaría toda la vida.

Desde luego, el Calibos era el seguro ganador. Eso desde antes era bien sabido. Muchos no lo sabían, por lo menos no en teoría, pero el era lo que se dice, un oficialista, es decir, el era el candidato oficial, el que había sido ungido por el dedo del big brother para suceder en ese pequeño coto de poder.

Creo que la única diferencia palpable que los estudiantes notamos el día en que el Calibos comenzó a ejercer su gestión fue en el clima, y esto desde luego, no tenía absolutamente nada que ver con el tipo en cuestión. Todo seguía igual que antes y las tiránicas y déspotas autoridades escolares seguían despachando donde mismo y en la oficina donde estaba instalado el comité, el número de personas simplemente se había incrementado pues a los que ya existían solamente se habían sumado los porros personales del Calibos.

Sin embargo, creo que mentiría en realidad si sostengo esta afirmación de que no hubo cambios. La verdad es que sí los hubo pues el mismo Calibos dejó de ser el personaje amistoso, como Gasparín, que hasta antes de la elección había sido para dar paso a su recién descubierta y estrenada personalidad prepotente que viene con cada cargo de autoridad. Aunque de esto solo se dieron cuenta los que ingenuamente habían esperado una sincera amistad por parte de él. Además dejó de llegar caminando a la escuela para comenzar a hacerlo en una motoneta de lujo cuando había pasado tan solo un mes de iniciado su período de gestión. A los seis meses la motoneta visiblemente deteriorada se convirtió en un Ford Cougar del 88.

Pienso que aquellos estudiantes con un poco de seso en el cráneo se dedicaron todo ese mes a estudiar y prepararse para sus exámenes en lugar de participar de tal teatro.

Las ganancias del negocio político están calculadas en base al volumen, a la masa. La diferencia radica en el entorno y la realidad es que en el entorno preparatoriano dicho volumen, sin importar si estudia o no, si se cuadra o no, es el que hace que el sistema funcione, el que hace que el dinero circule. Hace algunos años yo llegué a preguntarme en qué podía consistir la ganancia del Calibos, se supone que el ser presidente de una escuela preparatoria es un cargo honorario, es decir, no se cobra por ejercerlo. Luego entonces ¿por qué gastarse en lograr hacerse con ese cargo? Después de todo se invirtió dinero en organizar las pachangas, se jugó el físico con la contra aunque de esto poco se sabe y por si fuera poco, tuvo que pasar por encima de no pocos cristianos para conseguirlo. Perder la vergüenza y los escrúpulos. ¿Qué lo vale? Tal vez la enorme cantidad de estudiantes que todos los días consumen alimentos en los puestos de comida a los que el Calibos les cobraba cuota de protección o de uso de espacio; o tal vez la aún más enorme cantidad de aspirantes que semestre tras semestre intentaban ingresar a la escuela y que estaban dispuestos a pagar por un lugar. O quizás el poder mover a una gran cantidad de estudiantes (que dicho sea de paso, se sienten muy radicales y revolucionarios pero que no son más que vil carne de cañón) arengados hacia un mitin para pedir más presupuesto para la Universidad o pedir la destitución de algún maestro. En fin, estas y muchas otras razones tal vez alcancen para que cualquiera quiera ser presidente de una prepa. Cualquiera podría desear serlo pero no cualquiera es elegible para ser candidato. Es necesario demostrar que ese cualquiera reportará ganancias a sus patrocinadores que buscan continuar controlando desde un poco más arriba el puesto que dejan y desde luego que no delegarán dicha tarea en cualquier pelagatos. Se debe ser inteligente o en su defecto, mañoso, se debe de tener carisma indudablemente y ser totalmente cuadrado con la mano que le da de comer, tener la habilidad de no cometer pendejadas ni en público ni en privado y en tal caso contar con alguien que pague los platos rotos, decir que uno no había sido o en el peor de los casos, que ahí no había estado. Matemáticas políticas básicas: la mitad de lo ganado va pa’rriba, la mitad de la mitad va pa’bajo, el resto es de uno. A esto súmele falta de respeto por el prójimo y de paso también por uno mismo y una abundante cantidad de hipocresía. Adjetivos más, adjetivos menos, el Calibos cumplía con el perfil.

La carrera política, aún al pinchurriento nivel preparatoriano, es de resistencia y no de velocidad y hay que emplearse a fondo en ella, después de todo, no deja de ser un peldaño. El primero, quizás, pero peldaño al fin y había que pasar por el para llegar al siguiente en donde hay mayores ganancias, mayor proyección, más poder aunque haya que dejar bastantes pedazos de alma en el camino. Martín Caballero, alias el Calibos había subido ese peldaño y estaba dispuesto a llegar hasta el final de la escalera. Aunque a veces esos peldaños viniéramos en forma de individuos.

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