martes, 23 de abril de 2013

"Gracias por cooperar"

Con su morralito y la mochila colgadas al hombro, la lonchera y la caja con libros en su mano izquierda, Alejo Medina trataba de maniobrar con las llaves del departamento y la batería del carro con la derecha. Aborrecía hacer esa clase de malabares a diario. Bajar el par de pisos por la estrecha escalera y todavía tener que pasar por el cancel que daba a la calle que normalmente le exigía una vez más operar las llaves con tal equipaje a cuestas. Sin embargo lo prefería a tener que dar dos o tres vueltas. También prefería quitar y poner a diario la batería del auto, por absurdo que sea, a tener que verse obligado a comprar una al encontrarse conque una vez más algún malnacido se la había robado. Desventajas de carecer de cochera.

Ya eran tres las ocasiones en que se encontraba con dicha sorpresita. Tres ocasiones en que había tenido que ir a comprar una batería, previa explicación al vendedor y que éste le informe del precio 'al cambio'. —Al cambio —Repetía Medina siempre, tomando aliento antes de subir el tono de voz—. Te estoy diciendo que me la acaban de robar ¿qué quieres tú que yo traiga para cambiar? —Percibía cierto dejo de burla cada vez que le insinuaban el dichoso cambio. La última vez había, según él, asegurado el artefacto con cable de acero. Lo encontró cortado —Con alicates, de seguro, joven. — y flácido ocupando le hueco que hasta hacía unas horas llenaba la batería. Se sentía como Polo Polo cuando abre el cofre de su auto y espera ver un letrero —"¡Aquí, aquí!" —. Quizás un día de éstos le dejen una nota en donde le den las gracias por cooperar con una batería más.

Estaba conectando la batería cuando desde el interior del departamento que da a la calle escuchó la voz del vecino, Don Fede, que le gritaba:

—¿Medina? ¿eres tú, Medina?

—Sí Don Fede... ¡Gracias Don Fede! —respondió Medina sin dejar de trabajar dentro del cofre de su auto.

Don Federico estaba alerta, eso era bueno. Hasta la tercera vez que le robaron a Alejo Medina la batería se enteró del asunto. Pasaba las noches en vela, decía él, mirando porno en la computadora, de modo que su calidad como vigilante nocturno era cuestionable. Sin embargo se agradecía la intención.

—¿Sabes quienes son, verdad?

—Para que digo que sí, si no, Don Fede.

—Es lo malo, no puede uno señalar a nadie sin por lo menos haberlo visto. —Don Fede ya había salido a su puerta y miraba a Medina ajustar su auto mientras hablaba.

—Eso es lo que me hubiera gustado. Haberlo visto al desgraciado. Tener la oportunidad de darle una patada en los güevos. Pero tengo tan mala suerte que abusan luego de la pobre condición física de uno y se echan a correr.

—Mejor asi ¿no?

—Sí... quizás sea mejor así. —Medina ya estaba encenciendo el coche, listo para irse a la oficina.— Buen día Don Fede.

—Buen día.

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