viernes, 19 de abril de 2013

Que se pongan a trabajar

NOTA: Hace un par de años, le mandé un mensaje de texto a mi amigo Adrián Avilés con una pregunta: "¿Si tu tuvieras una cantina cómo la llamarías?", al cabo de unos minutos llegó la respuesta. El ficticio lugar ya apareció publicado en Elvis es un buen tipo con el nombre que me sugirió Adrián. Hoy que retomo el entorno y los personajes para tratar de desarrollarlos, caigo en la cuenta de cierta similitud involuntaria y desintegrada que tiene el nombre de la cantina. Van pues, en dedicatoria, este y futuros relatos donde salga El Mono en el Espacio, al Mico de la nave que va camino hacia ningún lugar. Salud!
- CGG


El Mono en el Espacio no tenía mucha concurrencia esa noche, se acercaba el fin de mes y además era martes. Solamente los parroquianos más asiduos ocupaban los lugares de costumbre. Adrián Avilés limpiaba vasos detrás de la barra mientras en su cabeza sonaban las notas de Los Timbales de Acerina, ajenos a la Melodía de Arrabal que sonaba a todo volumen desde la rockola del lugar y a las necedades que decían los comentaristas futboleros desde la televisión que colgaba de las esquinas del techo. Carlos Gardel y su melancólica voz no se comparaban, según Cayetano, con la mejor danzonera del mundo. A la tv ni caso le estaba haciendo.

Aún había tiempo de que llegara más clientela, recién eran las once de la noche, tiempo en que la fauna urbana que no estaba ya en casa durmiendo buscaba un buen uso para esas difusas horas en las que la noche se convierte en madrugada. Era una chamba que Adrián no cambiaba por nada. Amaba entre otras cosas, el performance cantinero que cada uno de los clientes hacía a diario.

—¡Chingas a tu madre, baboso! —gritó un señor trajeado y de ajada corbata a la pantalla que mostraba a los analistas deportivos de Disneylandia hablando por teléfono con uno más de los futbolistas que volvían de Europa a vender espejitos. Era evidente que el tipo le hablaba al futbolista y que ya tenía varios tragos encima. Aunque interrumpió los pensamientos de Adrián, sus acciones no podían estar más acordes con la reflexión que había estado teniendo sobre el comportamiento de los clientes.— Chinga tu madre. Son todos unos puercos. —dijo el señor con desconsuelo antes de regresar su atención a su cigarro y a su tarro de cerveza.

—¿Qué le dirías a la gente de León que te fue a recibir al estadio y que, se dice fácil pero, meter 15,000 personas entre semana...? —preguntó el comentarista al futbolista en la tv.

—¡Que se pongan a trabajar! —gritó de nuevo el señor, esta vez, también mentando la madre con un gesto.

Adrián sonrió con sorna. Amaba su trabajo.

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