miércoles, 21 de mayo de 2008

El Héroe de Medina

La Filomena como siempre gozaba de buena salud ambiental. Había una afluencia ideal de parroquianos en la acogedora cantina. Suficientes para que no luciera vacía y para que tampoco se sintiera abrumador el entorno. Podías sostener una charla a un volumen decente de voz y también la música de la rockola era audible y disfrutable. Siempre contaba con material para poder hacer una buena selección. Son las 10 de la noche de un agradable viernes de agosto, afuera una refrescante lluvia y un suave vientecillo, el clima ideal. Suenan las notas de Quien será en voz de Los Panchos y el Señor Medina acodado en la vieja barra menea la cabeza llevando el ritmo de la tonada y la acompaña con un suave tamborileo de sus dedos. Don Cayetano el cantinero recogía los vasos que un par de clientes acababan de desocupar mientras que el Señor Medina daba los últimos tragos a su caballito de tequila añejo, es una vieja señal para que Don Cayetano le sirva la que sigue. Cualquier neófito en esa cantina admiraría la capacidad alcohólica de Medina pero la verdad es que era un bebedor moderado aunque aguantador. A quien se lo mencionaba le respondía, previo paladeo de su nueva bebida, con la historia de Don Chuy Zavala, el máximo héroe alcohólico de Medina.

Don Chuy Zavala - comenzaba - es un señor que cuando yo lo conocí, hace 18 años, tenía 63 y trabajaba en una empresa distribuidora de cervezas haciendo un trabajo nominal en el almacén. No descansaba. Aunque tenía asignado su día de descanso, no lo tomaba nunca. Además llegaba 3 horas antes de su horario de entrada para hacer la talacha, barría y trapeaba toda la oficina y lo hacía por gusto pues no era parte de su trabajo. - Pausa para un trago a su tequila y una chupada a su cigarro Farito - Hacía un breve receso para comerse las gorditas de masa que le hacía su mujer y que todos los días llevaba al trabajo: frijoles, chilaquiles, huevo, arroz o carne con chile y las acompañaba con una pecsi con dos huevos. Era el desayuno de campeones, decía. Después de eso, comenzaba sus labores revisando los papeles que detallaban la carga que cada camión repartidor había sacado esa mañana. Los compañeros comenzaban a llegar y Don Chuy continuaba toda la tarde sus labores solamente interrumpidas cuando salía al baño. - Nuevo trago de Medina a su tequila con su respectiva chupada de tabaco - Durante la tarde varios de los repartidores que desfilaban por la oficina haciendo sus trámites llegaban con Don Chuy y le entregaban una que otra botella de tequila que el a veces encargaba y muchas otras los vendedores le regalaban. Don Chuy bebía tequila para hombres, tequila para mexicanos, no para turistas. Tequileño, Sauza, Orendáin o mezcal Viva Villa si las cuentas andaban mal. No se lo tomaba en la oficina, el respetaba su trabajo, pero siempre guardaba celosamente una buena reserva de tequila en la oficina que también era respetada hasta por los jefes. - Para cuando Medina apuraba el último trago de su vasito tequilero, la audiencia (dos o tres parroquianos, los jugadores de dominó de un par de mesas más pa'llá) lucía ya curiosa por saber más del viejo que guardaba tequila en su oficina y esperaba la reanudación del relato mientras Cayetano servía el nuevo trago de Medina. - Alrededor de las ocho de la noche llegaba la hora de partir para Don Chuy, cogía su bolsita, se ponía su chaqueta y tomaba uno de los cartuchos de su reserva listo a la orden de fuego. Ámonos! Los vigilantes de la entrada de la empresa, ansiosos lo esperaban. Les gustaba el ritual. Don Chuy una vez que cruzaba la puerta destapaba su botella y le pegaba un trago de antología, levantando la botella de modo que el hilillo del elíxir finamente viajaba de la botella a su boca. Los vigilantes gozaban de lo lindo con tal espectáculo. Si la botella era de cuartito, fácil le bajaba la mitad en ese primer trago y a la mitad del camino entre la empresa y la parada del camión ya se la había terminado. Infinidad de veces me tocó encontrar las huellas de Don Chuy cuando yo salía de trabajar un par de horas después al seguir el mismo camino. Si la botella era de medio litro, le duraba hasta que tomaba el camión. Si era de a litro, aguantaba hasta su casa, porque en el trayecto en autobús le daba pena tomar. - Medina interrumpió su relato un momento pero esta vez no fue para beber de su tequila y el cigarrillo hacía unos minutos que había muerto en el cenicero, sino para hacer un silencioso y breve homenaje a Don Chuy con una sonrisa. Lo recordaba con cariño. - Al igual que a los vigilantes, a mi también me gustaba mirarlo beber. Como dije al principio, Don Chuy nunca tomaba su día de descanso, al día siguiente muy puntual lo encontrabas en la empresa, sus reflejos en su punto y con el ánimo de siempre. Nunca lo vi borracho y nunca lo vi crudo y me consta la cantidad de tequila que había bebido el señor el día anterior. El decía que ya tenía 39 años tomándose su litrito diario de tequila, a mi se me hace difícil de creer por el hecho de que no se hubiera enfermado ya, pero si él lo decía, habría que creerlo. - Medina estaba por terminar su relato, y para hacerlo apuró el charquito que quedaba en su vaso, con una seña le pidió la cuenta a Don Cayetano y se puso de pie. - Hace 11 años que no veo a Don Chuy, era un buen amigo y lo recuerdo con cariño. Lo último que supe de el es que su hijo mayor, un muchacho joven que tendría unos 29 años murió a causa de una enfermedad y eso afectó muchísimo al viejito. La persona que me lo dijo no me supo decir si Don Chuy aun vive. Tampoco me dieron los datos de el de modo que no se donde buscarlo, aunque muchas veces he tenido muchos deseos de visitarlo. Lo que si es un hecho es que yo jamás de los jamases podré igualar las hazañas alcohólicas de Zavala y no es lo único por lo que lo recuerdo pues era un señor a toda ley. Aunque eso si, cada vez que se da la ocasión de echar unos tragos, por lo menos uno es a la salud de Don Chuy. - De este modo el Señor Medina concluía su relato mientras tomaba del perchero su gabardina y su sombrero y sacudía levemente este último en señal de despedida a los presentes para después ponérselo y salir hacia la lluvia de esa noche.


Por Carlos García Garibay

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