miércoles, 29 de septiembre de 2010

Carne de Cañón IV - Enjuagues

Normalmente la apariencia del Licenciado es impecable. Por lo menos en los términos de etiqueta tan rígidos que en el ámbito político se tienen. Además, no deja de ser un Licenciado en Derecho y no se debe de olvidar la mentalidad tan prejuiciosa que dichos especimenes tienen en materia de vestir. Pero no sólo se trata de la apariencia. Este personaje sabe cómo vestir, cómo moverse y utilizar sus modos para imponer, para dominar su entorno. Algo muy útil cuando se es una persona con poder.

Pero en este momento el Licenciado tiene una apariencia distinta. Las bermudas, la camisa floreada y las sandalias en las que está enfundado y sobre todo, el carrito para compras y el que se encontrarse en el Gigante de Plaza Patria le daban una apariencia invisible. Nadie en lo absoluto le prestaba atención. El pasillo de los vinos es lo suficientemente amplio para permitir el paso de dos carritos. Y el hecho de que el otro carrito esté conducido por otro personaje igual de intrascendente visualmente es algo de lo más normal.

El Licenciado se encontraba tratando de decidir entre una botella de Tequileño y una de Sauza, ambas de a litro, cuando se dirigieron a él.

- Imagino que será para sus invitados menores esa botella que tanto le cuesta elegir, Licenciado.
- No, la verdad es que es para mí. Mi condición no me ha quitado el gusto por los tequilas buenos, bonitos y baratos, pa’ hombres. – Respondió decidiéndose mejor por una de Orendáin que se encontró en el anaquel. – Y si además aprovecho para hacer algunos negocios cuando vengo por ellas, resulta también provechoso su consumo, mi Comandante.

El Comandante completaba su disfraz casual con unas gafas oscuras, aunque los bigotes mantecosos delataban su estado policial.

- Quihúbole Lic, a mi no me gusta venir al súper, ni siquiera para hacer negocios. A mi mujer nunca la acompaño y si se da cuenta que ando viniendo para acá, después lo va a hacer ley. Para esto, prefiero un buen restaurante. O ya de menos una cantina.
- Los negocios son negocios, y si lo que quieres es discreción, no hay mejor lugar. – respondió el Licenciado meneando tristemente la cabeza ante la confesión mandilona de su interlocutor.
- Tiene razón, Lic. A lo que vinimos. ¿Cómo le fue con lo que quedamos?
- Se hizo lo que se tenía que hacer. Su depósito está listo desde hace una hora y la entrega ya va en camino sin el menor contratiempo. – El Licenciado se encontraba ya eligiendo unas latas con abulones, jamón serrano, champiñones y aceitunas para completar el entremés.
- ¿Y lo otro?
- Le encargué la chamba a uno de mis presidentes de prepa. Al del matutino de la Voca. El debe de haber jalado a dos o tres de sus compinches para hacerse acompañar. Me dieron buenas referencias de él, de modo que algo sencillito como eso lo debe de poder hacer bien.
- Pues le tengo noticias. Hoy en la mañana los pescaron. Los detuvo una de mis unidades y en la inspección de rutina se pandearon. Tu presidentito sacó una pistola y cuando vio que sus achichincles no le hicieron jalón la quiso librar solo. Lo cosieron a tiros allí mismo, agarraron a los otros dos y ahora tengo a cuatro elementos en espera de su condecoración por buen cumplimiento de su deber por la detención y además el aseguramiento de los 20 kilos con los que los mandaste. – Informó el Comandante mientras, para no ser menos, se compraba unos quesos hediondos y unas carnes frías. Para el Chivas – Aclas de la tarde van a quedar de pelos con unas chelas, pensó. – Pero no todo está perdido, el carro salió ileso. Me hubiera dolido cualquier rasponcito que le hubieran hecho.
- Bueno, era de esperarse también. Después de todo, esa era la cuota. Hacemos la entrega, yo gano, tú ganas. Tus polis hacen como que trabajan y yo me deshago de lo que demuestra no funcionar bien. Todos contentos.
- Pero te quedaste sin un presidente de prepa. – El Comandante cogió una bolsita de cacahuates japoneses, la abrió y se puso a comérselos mientras continuaban avanzando detrás de sus respectivos carritos.
- Psé, pero no importa demasiado. Si lo vinculo con la contra estudiantil con el expediente que le alteramos, al final sigo ganando. Perjudico la imagen de mis adversarios sin perder demasiado en el camino. No pasa de que ponga otro mono ahí.
- Bueno, eso es asunto suyo, Licenciado. Entonces ¿quedamos bien?
- Todo bien, mi Comandante.
- ¿Puedo contar entonces con usted para el mes que viene?
- Desde luego. Pero recuerde que el mes que viene le toca a usted que caigan elementos de los suyos, también cumpliendo con su deber.

El Comandante asintió con la cabeza mientras se echaba un puñado de cacahuates a la boca y se batía en retirada con su carrito de compras. Se despidió con un gesto. El Licenciado podía seguir paseándose en el súper, a él le valía madres.

FIN

NOTA: Hace algunos años escribí Carne de Cañón con la idea de participar en el concurso de cuento de la revista electrónica palabrasmalditas.net y más que ganar, me interesaban el fogueo y la crítica. No gané; y desconozco si hubo alguna crítica (con un solo juez con más de 200 participantes debe haber estado cabrón). No me gustó en ese sentido la experiencia y espero haber aprendido a prescindir de tales eventos. Sin embargo me divertí mucho escribiéndolo y me he divertido aún más cuando mis amistades me hacen cualquier comentario sobre el texto.

¡Salud y gracias!

Carlos G Garibay

martes, 28 de septiembre de 2010

28 de septiembre

Soy un necio, lo sé. Una vez más envié a concursar un relato y por eso lo tuve que quitar de aquí. Saludos

viernes, 24 de septiembre de 2010

Carne de cañón III - Gato inmediato


Es la una de la mañana, es noche de sábado y el clima lluvioso podría deprimir a cualquiera. La avenida 18 de marzo en esa parte de la Zona Industrial lucía particularmente lúgubre. Calibos le daba las últimas fumadas a su cigarro y rogaba porque pronto le vinieran a abrir la bodega donde le iban a hacer la entrega. Era su antepenúltimo cigarro y si se le terminaban ya no tendría con qué espantar el sueño. Además no tenía la menor intención de compartirlos con Roberto y Gilberto, los dos gorilas a quienes les había ordenado que lo acompañaran.

- ¿Porqué no hacemos esto mañana, Calibos? Ya es muy tarde y me chingo de sueño
- ¡Déjate de mariconerías, Gilberto! – respondió gritando Calibos, al que la menor muestra de indisciplina siempre lo sacaba de sus casillas. – De haber sabido que se iban a poner tan nenas hubiera venido con alguien con más ganas de ganar billetes.
- ¿De plano nos van a pagar bien?
- Yo te voy a pagar bien si haces bien la chamba, Roberto. Eso que no se te olvide y más vale que así salgan las cosas.

Las puertas de la bodega se comenzaron a abrir. Un sonido chirriante producido por la falta de aceite en lo goznes y la tenue luz del interior contribuían a que el ambiente tétrico se sintiera más denso. El viejo que empujaba las hojas de la puerta los miraba detrás de un gesto impasible, rutinario más bien. Calibos sintió alivio de que por fin estuvieran abriendo la puerta. Hacía casi una hora que habían llegado al domicilio indicado y ya se había aburrido de golpear a la puerta. Sus órdenes eran precisas y eso era lo que lo mantenía esperando aun. Eso y el deseo de cumplir eficaz, puntual y lambisconamente con lo que el Licenciado le había encomendado. Y aunque nunca lo admitiría, no sabía si podía mantener a sus aburridas huestes en orden.

- Buenas – saludó Calibos – venimos de parte del Licenciado…
- Si, muchacho – interrumpió el viejo – hace rato que los estamos esperando, pásenle.

Calibos frunció el seño ante los modales bruscos y cortantes del viejo. Lo sintió como una falta de respeto a su investidura recién adquirida de heraldo del Licenciado. Sin embargo no replicó, se metió las manos a las bolsas de la chamarra y comenzó a entrar a la bodega detrás del anciano, no sin antes escupir a un lado como toda respuesta a la afrenta.

- Vengan acá – le dijo a su séquito.

La bodega estaba mejor iluminada por dentro que por fuera. Tras la tenue luz que se veía hasta hacía un momento desde afuera, se podía apreciar una nave mucho más amplia y que estaba mejor iluminada. Había varias personas adentro cerrando unas cajas de madera muy grandes y después subiéndolas a un par de camiones con la ayuda de un montacargas. No pudo ver el contenido de ninguna de ellas pero pensó que era mejor de ese modo. Eran alrededor de 14 trabajadores los que activamente se encontraban de lleno en esas labores. Había otros dos que no estaban haciendo nada y que se paseaban con aire indiferente por algunas zonas elevadas dentro la bodega. Calibos adivinó los cuernos de chivo colgados del brazo derecho de cada uno de ellos. Sin dejar de trabajar, todos los hombres que ahí se encontraban los miraron pasar. Gilberto y Roberto no podían ocultar su nerviosismo. Calibos tampoco, aunque él trataba de disimularlo con su actitud arrogante de siempre. Pero su máscara no podía engañar al viejo, quien ya tenía callo con esta clase de muchachitos que se quieren beber el mar de un solo buche y que para el más que un heraldo eran un simple mandadero, el gato inmediato, le gustaba decir. Sonrió un poco mientras pensaba en eso. Los tres caminaban tratando de no tropezar con las tablas y cables que se encontraban regados por todo el piso y además de seguir el paso del anciano. Pasaron por un par de áreas más en las que se trabajaba con igual ahínco hasta que llegaron a un apartado que estaba al final de la bodega. Había una puerta por la cual se podía salir a la calle opuesta a donde entraron y allí se encontraba el auto. Un 300 zx del año 89, color tinto, muy bonito y lujoso. Por un momento, los tres jóvenes hicieron a un lado su nerviosismo para darle paso al asombro. Nunca habían estado así de cerca de un automóvil como este, aunque todos ellos habían soñado con uno.

- Aquí tienes. – dijo el viejo sacando el llavero y arrojándoselo a Calibos, quien reaccionó como si le hubieran aventado una papa caliente y le hubieran dicho ¡piensa rápido! – Tiene el tanque lleno. Recién lavadito, pulido y encerado. El domicilio y las indicaciones generales tu las tienes ¿verdad?
- Seh, todo en orden.
- Bien, entonces es todo. Mejor váyanse ya porque al Licenciado no le gusta que se tarden con estos mandados. Le gustan las cosas bien hechecitas.

Calibos y los suyos no replicaron. Subieron al automóvil. Esperaron a que el viejo abriera la puerta y salieron a la noche y a la lluvia que afuera los esperaban. El coche funcionaba como relojito pero el Calibos se quedó preocupado por encontrar su Ford Cougar donde lo había dejado estacionado.

- ¿Qué? ¿Cómo los viste, abuelo? – preguntó uno de los trabajadores al viejo mientras éste miraba partir a los muchachos.
- Igual que todos. Ya sabes. Esta vez los van a detener ahí por Lázaro Cárdenas. Si les va bien, los tendrán un mes en el bote. – dijo el viejo mientras cerraba la puerta y detrás de el la lluvia arreciaba. – Anda, dame un cigarro, mejor. A éstos no los volveremos a ver por acá.

La emboscada del Rayo


La tenue llovizna caía sin interrupción alguna sobre las solitarias calles zapopanas de Zoquipan. Hacía media hora que había pasado por última vez la camioneta de la policía municipal y no debía tardar en pasar de nuevo. A excepción de la patrulla no había pasado ningún otro vehículo. Rondaban las cuatro de la mañana y era la hora ideal para desarrollar el plan. Con suerte los dos polis andarían adormilados, era el final de su turno de 24 horas.

Desde la azotea de la esquina el Chamaco vigila ambos sentidos de la calle, dará el pitazo por radio cuando vea la patrulla acercarse.

El Partner atravesaría la vieja carcancha en la calle, la dejaría encendida, con las puertas abiertas y la música a todo volumen para después meterse en chinga en una de las casas con las luces apagadas para obligar a que los dos oficiales se detengan y bajen a revisar.

En las cajas de otras dos camionetas estacionadas estaban el Profe, Cristian, el Morro y el Compa. Ellos los emboscarían.

Todos ellos vestidos de negro y con máscaras del Rayo de Jalisco haciendo juego, claro está.

Si llegan a oprimir el botón de pánico los muy nenas se jode el asunto.

A las cuatro y cuarto el Chamaco desde la azotea mandó una señal de radio, la convenida para cuando viera acercarse a la patrulla. El Partner encendió el carro y lo atravesó en la calle. La nueva señal emitida por el vigía le indicó que estaba todo en tiempo. Encendió el estéreo y se bajó corriendo, se metió por una de las puertas y esperó. Todo esto mientras cada uno de los otros cuatro se metía en su respectivo escondite.

La patrulla cruzó por la esquina a mediana velocidad y todo parecía indicar que pasaría de largo pero las luces del carro atravesado y el ruido hicieron que se alcanzara a detener, poner reversa para entrar y acercarse. A unos metros los dos polis se bajaron de la patrulla. Todos los escondidos los escucharon reportar por radio su posición aunque no parecían haber pedido apoyo. Era ahora o nunca.

Cristian era el más rápido y silencioso de todos. Se acercó por atrás al conductor de la patrulla y le soltó un golpe en la nuca con una piedra de castilla que tenía en la mano. La llovizna y la música ahogaron el ruido sordo que produjo su cabeza ante el impacto. Casi simultáneamente el Compa se plantó frente al otro oficial bate en mano y le dió un golpe de culata bastante violento. Ninguno de los dos alcanzó a reaccionar.

Acto seguido el Partner salió de su escondite, subió de nuevo al carro y partió con rumbo desconocido a ocultarlo mientras el Profe y el Morro arrastraban al primer poli hacia un cercano poste de electricidad. Cristian y el Compa hacían lo propio con el segundo. Después de comprobar que ambos polis seguían vivos procedieron a desarmarlos y a desvestirlos. Ropa y equipo fueron a dar a una bolsa negra. Los esposaron juntos y de espaldas al poste para después pintarles con aerosol la palabra VIOLÍN en la panza a cada uno. Hicieron lo mismo en los cristales de la patrulla.

Finalizaron tomándoles unas fotos antes de desaparecer.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Carne de Cañón II - Subir peldaños


El Calibos era uno más de los muchos compañeros de prepa que trataban de sobresalir del montón. Parecía que simplemente se daba a notar como muchos en esa edad que piensan que las maledicencias acerca de uno son mil veces mejor que el silencio. Bien o mal, pero que hablen de mí. Sus protuberantes cejas y su fealdad en general fueron los que le dieron apodo. No le gustaba, pero desde hacía dos años, cuando entró a la escuela aprendió que en cuestión de apodos es mejor soportar estoicamente la carrilla para que pronto deje de afectar al estado de ánimo. Trató de combatir esa molestia ejerciendo un cordial sentido del humor y usándose a sí mismo como objeto de burla para amenizar el rato. Pensaba que eso le daba autoridad moral para burlarse de los demás también. Además se dio cuenta de que resultaba más conocido por su apodo que por su nombre. Eran en verdad pocos los que sabían que Martín Caballero era alguien en esa escuela o en cualquier lado. Con el santo homónimo desde luego que no lo confundían. Sin embargo casi todos habían oído hablar acerca del Calibos, aunque sea de rebote. Sin embargo no fue solamente el sentido del humor o la conveniencia lo que le permitió tolerarlo, sino también el desquite. Pronto, muchos aprendieron que si le iban a llamar Calibos, sería con respeto, o con miedo, que no es lo mismo pero es igual.

No faltaba a ninguna fiesta, si no había sido invitado buscaba el modo de colarse y actuaba como si fuera Peter Sellers en La Fiesta Inolvidable, llegaba primero y se retiraba siempre al final, buscaba convivir con los anfitriones y saludar a todos los asistentes. Hasta ayudaba a limpiar el desorden que quedaba siempre al final. En la escuela, siempre estaba recorriendo los patios saludando aquí y allá, asomándose a las aulas y adulando a los profesores cuando los interrumpía para sacar de clase a algún compañero. Creo que yo no era el único que tenía dudas y una que otra certeza sobre la calidad como estudiante del susodicho. Después de todo ¿Qué no se viene a la escuela a clases? Si él se la pasa en los pasillos, en las canchas o celebrando conciliábulos en la cafetería de la escuela con su séquito de allegados, entonces ¿a qué horas estudiaba? En tercer semestre me tocó coincidir con él, por así decirlo. Al parecer la ciencia química no era su fuerte y su encanto no fue suficiente para granjear el favor del profesor en turno, de modo que tuvo que repetir esa materia en mi grupo. Por lo menos administrativamente, así se supone que debieron de haber sido las cosas pues no recuerdo haberlo visto en clases. Una maestra alguna vez nos dijo que él iba a llegar a ser alguien, simplemente porque a ella le gustó el detalle de que fue el único que no se negó a barrer la escuela cuando se lo solicitaron en la materia de Desarrollo de la comunidad. Supongo que tenía razón, eso habla bien de cualquiera, más no comprendo el porqué esa simple disposición lo convertía ante los ojos de algunos maestros en un buen estudiante. “A mí, mi mamá me enseñó a ser bien hombre, pero también me enseñó a no ser un bueno para nada”, argumentaba defensivamente cuando sus compinches le hacían burla por ponerse a barrer.

Todos conocían al Calibos. Por lo menos de vista.

Por eso no fue extraño encontrar su nombre en medio de la parafernalia proselitista que se suscitó para las elecciones para presidente del comité estudiantil de la Vocacional. Desde luego que su popularidad ayudaba a su causa, por no hablar del sinfín de relaciones que había sembrado en esos meses de bachillerato y que se disponía a cosechar muy próximamente. Eran los tiempos en los que la Voca se encontraba en la esquina de Boulevard García Barragán y la Olímpica. Eran los últimos meses de la década gris de los 80s.

El día de las elecciones tuvo un extenso preámbulo de festejos públicos amenizados con Eclipse Show, que era la banda versátil que rifaba entre la comunidad estudiantil en esos años. Por lo menos una vez a la semana durante un mes encontrábamos la prepa cubierta con lonas y ambiente festivo. Repartición de panfletos, volantes, botones, refrescos (producto de los bajes), botanas y condones. También festejos privados, amenizados también con gran banda musical, las edecanes de la misma incluidas y repartición de más cervezas, vinos y refrescos (también producto de los bajes), más botanas, más tabacos, más mota y más condones, aunque con menos invitados, desde luego.

A estos festejos podemos añadirle una que otra golpiza propinada a no pocos simpatizantes de la contra que hayan tenido el atrevimiento de cruzarse en el camino. Esto es fácilmente constatable pues todo el turno matutino pudimos ser testigos de cuando sacaron en estado lamentable al pobre fulano que cayó en garras de la planilla en los baños del módulo C. La maquinaria electoral de la Planilla Naranja (del Calibos) se encargó de difundir el rumor de que dicho sujeto había ingresado al plantel, pistola en mano, con el fin de provocar el desorden y quién sabe qué otras negras intenciones. La vieja estrategia, ellos los malos, nosotros los buenos. Sombreros blancos contra sombreros negros. La versión oficial, sin embargo, fue que el sujeto actuó solo, por la libre, aunque de su nombre ni nos enteramos.

Ninguno de los grupos que conformaban el plantel quedó exento de la visita de rigor de la planilla completa. Tras pedir permiso al profesor en turno (¿podía negarse?) el Calibos y compañía procedían a largarnos sin piedad alguna su plan de trabajo en el que se dejaban escuchar frases como libre asociación, derechos estudiantiles y demás demagogia con la misma energía que cualquier lidercito sindical utiliza para derramar su verborrea. Tal y como si las autoridades universitarias fueran un tirano a vencer y los estudiantes las pobre víctimas del sistema y el, por supuesto, el salvador de las masas cuyo hipotético triunfo garantizaría mejores condiciones (¿estudiábamos en malas condiciones?) para los pobres estudiantes. Hoy después de todos estos años me pregunto si tal teatro era en verdad necesario. El voto de la gran mayoría de los estudiantes estaba decidido más por simpatía o cohecho que por pleno convencimiento ideológico de los mismos. De modo que en realidad bastaba con caerles bien a los votantes, ser su amigo, o por lo menos amigo de sus amigos y en el último de los casos, conocido. Cualquiera que de algún modo se haya relacionado en algún momento con el Calibos podía jactarse de ello. Luego el discurso político no importaba con el estudiantado. Sin embargo había que llevarlo a cabo pues no había que olvidar que ese mismo discurso político sí importaba arriba, donde los enjuagues adecuados lo habían puesto en ese sitio.

El día de la elección llegó y la visible mayoría de los estudiantes estábamos presentes en la escuela para votar. Por lo menos ese era el pretexto pues el mismo ambiente festivo que había imperado todo el mes estuvo presente aunque en una magnitud mucho más elevada que en cualquiera de los días previos. La gente de la Facultad de Ingeniería, las Áreas Industriales, Administrativas y la Facultad de Ciencias Químicas se dejaba venir a la prepa cada vez que olfateaban tertulia, de modo que ahí estaban engrosando la masa asistente. Y ahí estaba el Calibos derramando estilo y jugando a ser tapete de entrada con todos los asistentes. Combinando una actitud servil y a la vez prepotente en una mezcla que para muchos podría parecer extraña pero que en realidad es el uniforme oficial de trabajo para cualquier ente que detente un poco de poder que se respete. Pase por aquí mi amigo, mire que yo no le fallo compadre, cuento con usted hermano. Hoy en día en no pocas ocasiones agradezco a la vida el pasar desapercibido en la mayoría de eventos de tal clase. Para mí y mis amigos era más importante hacer acto de presencia, que vean que fuimos y después darnos a la fuga a jugar básquet, a desayunar, a las maquinitas o alguna pequeña escapada con la novia en turno a donde el mundo no estorbara. Ya nos enteraríamos después acerca de quien ganó la elección. Qué más da. A muchos, tan dudosa conciencia electoral los acompañaría toda la vida.

Desde luego, el Calibos era el seguro ganador. Eso desde antes era bien sabido. Muchos no lo sabían, por lo menos no en teoría, pero el era lo que se dice, un oficialista, es decir, el era el candidato oficial, el que había sido ungido por el dedo del big brother para suceder en ese pequeño coto de poder.

Creo que la única diferencia palpable que los estudiantes notamos el día en que el Calibos comenzó a ejercer su gestión fue en el clima, y esto desde luego, no tenía absolutamente nada que ver con el tipo en cuestión. Todo seguía igual que antes y las tiránicas y déspotas autoridades escolares seguían despachando donde mismo y en la oficina donde estaba instalado el comité, el número de personas simplemente se había incrementado pues a los que ya existían solamente se habían sumado los porros personales del Calibos.

Sin embargo, creo que mentiría en realidad si sostengo esta afirmación de que no hubo cambios. La verdad es que sí los hubo pues el mismo Calibos dejó de ser el personaje amistoso, como Gasparín, que hasta antes de la elección había sido para dar paso a su recién descubierta y estrenada personalidad prepotente que viene con cada cargo de autoridad. Aunque de esto solo se dieron cuenta los que ingenuamente habían esperado una sincera amistad por parte de él. Además dejó de llegar caminando a la escuela para comenzar a hacerlo en una motoneta de lujo cuando había pasado tan solo un mes de iniciado su período de gestión. A los seis meses la motoneta visiblemente deteriorada se convirtió en un Ford Cougar del 88.

Pienso que aquellos estudiantes con un poco de seso en el cráneo se dedicaron todo ese mes a estudiar y prepararse para sus exámenes en lugar de participar de tal teatro.

Las ganancias del negocio político están calculadas en base al volumen, a la masa. La diferencia radica en el entorno y la realidad es que en el entorno preparatoriano dicho volumen, sin importar si estudia o no, si se cuadra o no, es el que hace que el sistema funcione, el que hace que el dinero circule. Hace algunos años yo llegué a preguntarme en qué podía consistir la ganancia del Calibos, se supone que el ser presidente de una escuela preparatoria es un cargo honorario, es decir, no se cobra por ejercerlo. Luego entonces ¿por qué gastarse en lograr hacerse con ese cargo? Después de todo se invirtió dinero en organizar las pachangas, se jugó el físico con la contra aunque de esto poco se sabe y por si fuera poco, tuvo que pasar por encima de no pocos cristianos para conseguirlo. Perder la vergüenza y los escrúpulos. ¿Qué lo vale? Tal vez la enorme cantidad de estudiantes que todos los días consumen alimentos en los puestos de comida a los que el Calibos les cobraba cuota de protección o de uso de espacio; o tal vez la aún más enorme cantidad de aspirantes que semestre tras semestre intentaban ingresar a la escuela y que estaban dispuestos a pagar por un lugar. O quizás el poder mover a una gran cantidad de estudiantes (que dicho sea de paso, se sienten muy radicales y revolucionarios pero que no son más que vil carne de cañón) arengados hacia un mitin para pedir más presupuesto para la Universidad o pedir la destitución de algún maestro. En fin, estas y muchas otras razones tal vez alcancen para que cualquiera quiera ser presidente de una prepa. Cualquiera podría desear serlo pero no cualquiera es elegible para ser candidato. Es necesario demostrar que ese cualquiera reportará ganancias a sus patrocinadores que buscan continuar controlando desde un poco más arriba el puesto que dejan y desde luego que no delegarán dicha tarea en cualquier pelagatos. Se debe ser inteligente o en su defecto, mañoso, se debe de tener carisma indudablemente y ser totalmente cuadrado con la mano que le da de comer, tener la habilidad de no cometer pendejadas ni en público ni en privado y en tal caso contar con alguien que pague los platos rotos, decir que uno no había sido o en el peor de los casos, que ahí no había estado. Matemáticas políticas básicas: la mitad de lo ganado va pa’rriba, la mitad de la mitad va pa’bajo, el resto es de uno. A esto súmele falta de respeto por el prójimo y de paso también por uno mismo y una abundante cantidad de hipocresía. Adjetivos más, adjetivos menos, el Calibos cumplía con el perfil.

La carrera política, aún al pinchurriento nivel preparatoriano, es de resistencia y no de velocidad y hay que emplearse a fondo en ella, después de todo, no deja de ser un peldaño. El primero, quizás, pero peldaño al fin y había que pasar por el para llegar al siguiente en donde hay mayores ganancias, mayor proyección, más poder aunque haya que dejar bastantes pedazos de alma en el camino. Martín Caballero, alias el Calibos había subido ese peldaño y estaba dispuesto a llegar hasta el final de la escalera. Aunque a veces esos peldaños viniéramos en forma de individuos.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

"Soy un ratón"


El Comandante Mendoza recuerda todos los programas de Law & Order, CSI y Bones, con sus respectivos métodos de investigación policial, que había estado mirando religiosamente los últimos años. En comparación pensó también en Belascoarán Shayne y su idea de que las huellas dactilares le suenan a producto para el cabello. Eso se acerca un poco más a su línea de pensamiento y acción. Terminó recordando el chiste en donde las corporaciones policiales de distintos países compiten para ver cual es la más rápida en encontrar un ratón en la selva amazónica y los polis mexicanos llegan con un elefante.

Exacto.

Se rió de sí mismo. No pudo menos que hacer eso.

Ante sí tiene un Honda color rojo sangre pichón lleno de pinchemil agujeros de diferentes calibres y la sangre de los dos pobres cabrones que iban en él. Pedazos de piel, cabello y hueso. Algo del vómito de un transeúnte que se había acercado a curiosear y que por mirón el estómago le cobró la factura.

Su escena del crimen. Por un momento esperó ver las tiras de cinta amarilla que la delimitan... se rió de nuevo.

Se puso a pensar en sus posibles líneas de investigación:

"¿Testigos? Nomás como cien güeyes entre automovilistas, peatones y ciclistas que estaban cerca del auto cuando lo carraquearon y que pa' pronto se largaron de allí dándole mayor solidez al mexicanísimo "nadie supo, nadie vió".

¿Huellas? No mames.

¿ADN? Le tengo miedo a esa madre desde que me pidieron una prueba de paternidad.

¿Cámaras de seguridad? Es mamada ¿verdad?

¿Registros de llamadas en los celulares de las víctimas? No, seguramente los del Servicio Médico Forense se chingaron la lana, joyas y demás valores de los occisos.
"

La raza se ha de reir de lo lindo cada vez que escucha la frase "línea de investigación". Las únicas líneas son las que cortan con la credencial del IFE.

Por radio le avisan que acaban de agarrar a dos pelados que habían robado una refaccionaria cercana. Ya está.

Ahí estaban sus elefantes.

Se iba a descolgar al lugar, no sin antes darle un repaso a su línea de investigación, dispuesto a aplicar su método detectivesco pensando que los cuicos de las series gringas son unos pendejos a los que únicamente les envidia lo buenas que están las mujeres policía en la tele gabacha.

En un par de horas enseñaría sus ratones.

Carne de Cañón I - Qué más da



Psicodélica alborada
con amantes entrenadas
preguntándome en silencio
¿en qué ciudad estaré?

- Babasónicos - Camarín

Ese viernes por la mañana parecía el marco ideal para un día perfecto. Había dormido a pierna suelta y bien acompañado. No podía recordar el nombre de la jovenzuela perfumada de la que se había hecho seguir a esa habitación mercenaria. Qué más da. Lo importante era que continuaba allí y él pensaba volver a hacer uso de sus servicios, si es que lograba despertarla..., aunque pensándolo bien, qué más da. La chica se encontraba profundamente dormida, víctima del exceso de alcohol, del exceso de crack y el desenfreno sexual de la noche anterior. Él sin embargo estaba despierto, con sus sentidos alerta y con muchas ganas de seguir celebrando. Tal era su estado de euforia. No sabía qué hora era. Se alarmó. No podía haberse quedado dormido, no hoy. Se apresuró a mirar su reloj y comprobó con alivio que aún era temprano, las 10 de la mañana. Bastante temprano considerando las altas horas a las que había llevado su festejo particular. Ni siquiera se molestó en despertar a su nocturna acompañante. Después de un nuevo y aburrido jugueteo (la próxima vez sí la voy a despertar), cubrió con las sábanas la desnudez de la muchacha para que su vista no lo distrajera y le impidiera comenzar siquiera éste, su gran día. Caminó descalzo hasta el baño, despacio, aún podía darse el lujo de la parsimonia. Abrió la llave del agua fría del lavabo de mármol blanco del espacioso baño. Todo el baño era de mármol. Casi el triple del tamaño que tiene su cuarto de baño allá en casa. "A veces" – pensó – "los cuartos de motel cuentan con lujos de verdad inútiles". – Llenó de agua fría las cuencas de sus manos y se las llevó a la cara, rasposa a causa de la barba sin rasurar de ese día y por tercera vez en lo que iba de su recién estrenada mañana pensó, qué más da. El Licenciado Calibos comenzó a dar por terminado oficialmente el festejo y comenzó a pensar en la importante cita que tendría ese viernes al mediodía. Fue apenas ayer jueves cuando por teléfono le avisaron que el Licenciado lo quería ver urgentemente. Mañana, (es decir, hoy, viernes) Rancho La Camelia, rumbo a Colotlán, a las dos en punto de la tarde. La hora de la comida. El Licenciado se quiere reunir con usted. "Casi nada" – pensó en tono triunfalista – "Nomás la crema y nata del Consejo General". A pesar de medir menos de 1.65, el Calibos alcanzaba perfectamente a darse palmaditas en su propia espalda. Iba desnudo aún cuando se asomó a la cochera de la suite para verificar que su guarura personal estuviera despierto. El pobre tipo estaba a la mitad de un monumental bostezo en el asiento delantero del flamante Ford Cougar rojo sangre pichón (le gustaba decir eso) cuando el Calibos le hizo una señal para que se acercara a donde estaba él. Encargó un opíparo desayuno y se volvió a meter a la habitación. La chica seguía dormida, qué más da. De hecho comenzó a pensar que era mejor así. Pasaría después a casa a ponerse un buen traje, no, mejor iría a comprarse uno nuevo. Se iba a presentar por fin ante el Licenciado, la ocasión lo ameritaba. Independientemente de las buenas referencias que le hayan dado al Licenciado acerca de él, no cabía duda de que la primera impresión es la que cuenta. Es un axioma irrefutable de toda relación laboral. Reflexionaba en el luminoso porvenir que le esperaba a partir de ese día mientras se afeitaba. Por estar sonriéndole a su propia imagen en el espejo, estuvo a punto de cortarse la mejilla el muy tarugo. Pareciera que al margen de la habilidad política que cualquier lidercillo estudiantil pudiera tener, el cometer estupideces formaba parte del currículum. Volvió a mojarse la cara con agua fría, aunque tal acción atenta contra un buen afeitado, para despejarse un poco la mente. No podía permitir que el exceso de euforia lo hiciera cometer alguna tontería más grave que la de cortarse al rasurarse. Sacudió la cabeza con energía y se dio a sí mismo unas bofetadas al más puro estilo aqua velva y se metió a bañar. La ducha fría lo dejó como nuevo. Después de comerse con sibaritismo la mitad del desayuno que le habían llevado a la habitación gracias a la gestión de su custodio, salió de allí a paso veloz y oliendo a jabón chiquito, con rumbo a adquirir un traje nuevo para su reunión con el Licenciado. El buen Calibos había olvidado a su fugaz compañera, dormida y además desnuda sobre la cama, por si fuera poco, dejó la puerta abierta. Después de todo, qué más da.

martes, 21 de septiembre de 2010

Ahora soy yo



Alguien se roba la luz,
alguien se roba tu perro.
Alguien se roba también
eso que estás escribiendo.
Alguien se roba tu nombre,
tu paz y tu tiempo.

- La Barranca - Día negro

El Licenciado Morales (¿o era Moreno?) había sido todo amabilidad en el teléfono, del trato meloso y zalamero que tanto detesto y que enciende de inmediato una luz de alarma en mi cerebro. Muy amable y cuidadoso en explicar los pormenores y detalles de la firma del contrato. Por eso tuve todo el cuidado de leerlo completo y con calma cuando el desgraciado me lo puso enfrente el día que nos reunimos en el café. Lo firmé rezando por no estar cometiendo un error y fue ahí cuando el Licenciado sacó el cobre, justo después de tapar parsimoniosamente su pluma fuente y recoger pudorosamente los papeles dentro de una carpeta. Habló de unos ajustes en las facturas en la parte de las deducciones. Terminaría por tener que devolverle más de dos mil pesos después de su dichoso ajuste. - ¿Porqué no me dijo eso antes de que firmara el contrato? - Pregunté tratando de no sonar agresivo. - ¿Habría firmado? - Fue su respuesta acompañada de una sonrisa cínica mientras se levantaba y me dejaba solo rumiando mi cabreo y además con la cuenta del café. Ahora soy yo quien hace gala de parsimonia sacando un cigarro de mi cajetilla, llevándolo a mi boca y encendiéndolo mientras me alejo lentamente del auto con todo y ruido de alarma en tanto que los caros asientos de piel son manchados por la sangre que emana de la sien del Licenciado Moreno (¿o era Morales?) mientras el ladrillo descansa rodeado de fragmentos de vidrio en su regazo.