Psicodélica alborada
con amantes entrenadas
preguntándome en silencio
¿en qué ciudad estaré?
- Babasónicos - Camarín
Ese viernes por la mañana parecía el marco ideal para un día perfecto. Había dormido a pierna suelta y bien acompañado. No podía recordar el nombre de la jovenzuela perfumada de la que se había hecho seguir a esa habitación mercenaria. Qué más da. Lo importante era que continuaba allí y él pensaba volver a hacer uso de sus servicios, si es que lograba despertarla..., aunque pensándolo bien, qué más da. La chica se encontraba profundamente dormida, víctima del exceso de alcohol, del exceso de crack y el desenfreno sexual de la noche anterior. Él sin embargo estaba despierto, con sus sentidos alerta y con muchas ganas de seguir celebrando. Tal era su estado de euforia. No sabía qué hora era. Se alarmó. No podía haberse quedado dormido, no hoy. Se apresuró a mirar su reloj y comprobó con alivio que aún era temprano, las 10 de la mañana. Bastante temprano considerando las altas horas a las que había llevado su festejo particular. Ni siquiera se molestó en despertar a su nocturna acompañante. Después de un nuevo y aburrido jugueteo (la próxima vez sí la voy a despertar), cubrió con las sábanas la desnudez de la muchacha para que su vista no lo distrajera y le impidiera comenzar siquiera éste, su gran día. Caminó descalzo hasta el baño, despacio, aún podía darse el lujo de la parsimonia. Abrió la llave del agua fría del lavabo de mármol blanco del espacioso baño. Todo el baño era de mármol. Casi el triple del tamaño que tiene su cuarto de baño allá en casa. "A veces" – pensó – "los cuartos de motel cuentan con lujos de verdad inútiles". – Llenó de agua fría las cuencas de sus manos y se las llevó a la cara, rasposa a causa de la barba sin rasurar de ese día y por tercera vez en lo que iba de su recién estrenada mañana pensó, qué más da. El Licenciado Calibos comenzó a dar por terminado oficialmente el festejo y comenzó a pensar en la importante cita que tendría ese viernes al mediodía. Fue apenas ayer jueves cuando por teléfono le avisaron que el Licenciado lo quería ver urgentemente. Mañana, (es decir, hoy, viernes) Rancho La Camelia, rumbo a Colotlán, a las dos en punto de la tarde. La hora de la comida. El Licenciado se quiere reunir con usted. "Casi nada" – pensó en tono triunfalista – "Nomás la crema y nata del Consejo General". A pesar de medir menos de 1.65, el Calibos alcanzaba perfectamente a darse palmaditas en su propia espalda. Iba desnudo aún cuando se asomó a la cochera de la suite para verificar que su guarura personal estuviera despierto. El pobre tipo estaba a la mitad de un monumental bostezo en el asiento delantero del flamante Ford Cougar rojo sangre pichón (le gustaba decir eso) cuando el Calibos le hizo una señal para que se acercara a donde estaba él. Encargó un opíparo desayuno y se volvió a meter a la habitación. La chica seguía dormida, qué más da. De hecho comenzó a pensar que era mejor así. Pasaría después a casa a ponerse un buen traje, no, mejor iría a comprarse uno nuevo. Se iba a presentar por fin ante el Licenciado, la ocasión lo ameritaba. Independientemente de las buenas referencias que le hayan dado al Licenciado acerca de él, no cabía duda de que la primera impresión es la que cuenta. Es un axioma irrefutable de toda relación laboral. Reflexionaba en el luminoso porvenir que le esperaba a partir de ese día mientras se afeitaba. Por estar sonriéndole a su propia imagen en el espejo, estuvo a punto de cortarse la mejilla el muy tarugo. Pareciera que al margen de la habilidad política que cualquier lidercillo estudiantil pudiera tener, el cometer estupideces formaba parte del currículum. Volvió a mojarse la cara con agua fría, aunque tal acción atenta contra un buen afeitado, para despejarse un poco la mente. No podía permitir que el exceso de euforia lo hiciera cometer alguna tontería más grave que la de cortarse al rasurarse. Sacudió la cabeza con energía y se dio a sí mismo unas bofetadas al más puro estilo aqua velva y se metió a bañar. La ducha fría lo dejó como nuevo. Después de comerse con sibaritismo la mitad del desayuno que le habían llevado a la habitación gracias a la gestión de su custodio, salió de allí a paso veloz y oliendo a jabón chiquito, con rumbo a adquirir un traje nuevo para su reunión con el Licenciado. El buen Calibos había olvidado a su fugaz compañera, dormida y además desnuda sobre la cama, por si fuera poco, dejó la puerta abierta. Después de todo, qué más da.
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