lunes, 24 de febrero de 2020

El último charquito

Avilés dice que soy un borracho consumado y que por eso me vale madres salir a pistear con mis amigos y que por eso soy capaz de simplemente subir a mi estudio, ponerme a trabajar, escribir, hacer radio o lo que sea y abrir la botella de tequila, servirme el caballito y ya, degustarlo como si el resto del puto mundo no me doliera.

Esto no es del todo cierto. Digo, sí soy más que capaz de hacer eso, sin remordimiento y sin piedad.

Pero tambien es cierto que muchas veces me pesa la ausencia de los amigos para compartir la bebida, escuchar y hablar de música, de mujeres, eructar y pedorrearnos. Sí me hace mucha falta algo así. Lo espirituoso de las bebidas viene en una gran medida de con quien se comparte.

Lo cierto es que a veces sí siento algo parecido al remordimiento cuando bebo solo. Bueno, no sé si sea remordimiento. Quizás mejor podría llamarlo dezasón, incertidumbre..., qué se yo.

Y tiene que ver con los problemas de dinero. Cuando no sé cuando podré comprarme otra botella para ternerla en mi escritorio. Cuando ocurre eso y ya solamente me queda suficiente para un pinchurriento caballito.

Solemos dejar esas cosas "para una ocasión especial" y resulta que todas las ocasiones son especiales, aun en las que solamente estas tú solo escuchando musiquita mientras trabajas y quieres alguna buena bebida que te acaricie el gaznate. Y entonces pasa que el último chorrito, el último charquito, el último caballito es justamente eso, el último. Y cada una de las últimas gotas que caen al vaso parecen tener eco. Un eco que va más alla del sublime elixir, un eco que resuena en lo que representa: incertidumbre.