viernes, 19 de septiembre de 2008

Justificación pinche


Se respira un ambiente tranquilo en La Filomena. Hoy hay menos concurrencia de la habitual. Por lo menos para ser viernes por la noche parece haber menos parroquianos reunidos en el lugar. En una de las mesas centrales, el acostumbrado grupo de jugadores de dominó se encontraba enfrascado en una partida que definiría al ganador del zapato. Dudoso honor. En una de las orillas de la barra dos jóvenes estudiantes de ingeniería prófugos del aula compartían una cubeta con cervezas de a cuartito y una charolita con cacahuates japoneses mientras sus mochilas, portaplanos y reglas T descansaban en uno de los asientos de al lado. No importaba demasiado, de cualquier modo no había quien ocupara el lugar en ese momento. Un viejo abogado ingería cubas libres del otro lado y consumía cigarros Benson como si la vida le fuera en ello. Don Cayetano limpiaba unos vasos mientras el reloj de pared rondaba las 8 de la noche. Era temprano aún. En la calle la oscuridad no terminaba de adueñarse del ambiente y la temperatura permitía que los abrigos colgaran del brazo de sus dueños. El Señor Medina cruzó el umbral de la puerta del viejo recinto justo a tiempo para escuchar el Mareo de los Babasónicos iniciar sus notas e inundar el ambiente con su melancólica letra. Observó el entorno antes de decidir el lugar donde iniciaría la ingesta de su tequila. Definitivamente la mesa rinconera con solo dos sillas junto a la repisa con los bustos de maniquí enmascarados con las tapas del Santo y Blue Demon. Dominar el local con la vista y dar la espalda a la pared. - Tal como lo haría Billy The Kid. – Pensó mientras con la mirada le indicaba al viejo Cayetano que le sirviera el primer tequila derecho y sacaba su encendedor y sus Faritos para ponerlos sobre la mesa. Hoy no había podido terminar de leer su periódico y pensó que el momento era el ideal.

Andaba por el tercer caballito, el segundo tabaco y las noticias del congreso local cuando la llegada del mozalbete llamó su atención. Era un viejo conocido. El joven Juan José Llamas alias el Chivo cargando con una libreta de forma francesa bajo el brazo, al igual que él hace tres cuartos de hora, se encontraba decidiendo dónde depositar su delgada humanidad cuando reconoció el rostro que lo miraba desde atrás de la sección de política local del periódico. La sonrisa de reconocimiento llegó. Hacía unos tres años Medina había sido su profesor de geometría analítica en la preparatoria. En ese entonces el Chivo no contaba aún con la edad oficial para ingresar a la cantina pero eso, desde luego, había cambiado.

- Salve, maestro – dijo el joven pensando erróneamente que el momento era solemne.
- Ave, chucho – le devolvió Medina tratando de quitarle el formalismo al asunto y rematando el saludo levantando el brazo al frente como si del césar se tratara. El efecto fue el deseado pues el Chivo no pudo menos que soltar la risa, aceptando la silla que su ex profesor le ofrecía.
- ¿Qué me cuenta profesor? – preguntó mientras Medina enrollaba su periódico.
- Lo que tú me cuentes primero, chaval ¿qué andas haciendo en este tugurio?
- Es la primera vez que vengo, tenía ganas de un lugar tranquilo donde escribir y ya me habían recomendado el lugar.

Medina recordó que el joven Llamas acostumbraba escribir a modo de pasatiempo y más de alguna vez se sorprendió gratamente con lo que encontró en sus escritos. Cuando eres profesor de preparatoria no resulta común encontrar una personalidad creativa e inteligente como la de este chamaco. Acostumbrado a niñatos preocupados por la fiesta del sábado, pensaba seriamente que él tendría un futuro distinto al de sus compañeros. Se quedó mirando al joven Chivo recibir la Montejo que Cayetano le traía y dejó que la curiosidad marcara el rumbo de la charla.

- ¿Qué estás escribiendo?
- Nada aun. – Inició a responder pero hizo una pausa para darle un trago largo a su cerveza. – La verdad es que tengo algunas ideas y muchas ganas de comenzar. Pero últimamente me estorba el pensar en la opinión que lleguen a tener los demás de lo que yo escriba.

Eso fue sorprendente para Medina. Había pensado que el Chivo tendría un poco menos de limitantes para escribir. Se hizo un breve silencio, el Chivo comía cacahuates mientras Medina lo miraba por encima de su vaso tequilero, que se había quedado a medio camino en el viaje de la mesa a su paladar.

- No me agüites Llamas, ahora sí que me has sorprendido ¿de qué chingados estás hablando? Hace unos años defendías tu creatividad muy bien ¿y ahora me sales con esa jalada…?
- Es que se me ocurren muchas cosas, viejo, muchas cosas que yo imagino o que yo pienso o de las que me doy cuenta cotidianamente. Y algunas de esas cosas no las comparto con nadie. Son las que actualmente me bullen en la cabeza, y si las escribo habrá gente que se dará cuenta de esas cosas…
- ¿Qué? ¿temes que te pase como a Marge Simpson y que todo Springfield crea que tienes amoríos con Ned Flanders después de escribir tu libro? – el sarcasmo de Medina fue soltado sin piedad para ver si de ese modo reaccionaba este mono. Por lo menos logró que Llamas sonriera la broma.
- ¡Jé! Nah, no se trata de eso… son cosas más importantes como mis ideas políticas o religiosas acerca del orden establecido y todas las cosas socialmente aceptables.

En lugar de responder a esta última declaración, Medina puso su mejor cara de ¿de qué diantres me estás hablando? El efecto fue el deseado. La explicación vino en seguida.

- Por ejemplo, tengo dos compañeros en la oficina. Uno, su papá es policía, la otra su hermano es policía. ¿qué va a pasar el día en que a mi se me ocurra escribir acerca de eso y ellos sepan o lleguen a suponer que yo odio a muerte a los policías? Si yo fuera asesino en serie, lo sería de policías. Tendrían razón en deducir eso leyendo lo que yo haya escrito sobre el tema…
- ¿y de donde sale eso? – Medina ya se mostraba más interesado pues estaba viendo que quizás el Chivo tuviera motivos algo más razonables para sentirse tímido para escribir.
- De la ocasión en que mi carnal venía medio pedillo caminando por la calle rumbo a la casa y lo detuvieron. Usaron su estado alcoholizado, que ni siquiera era mucho, como pretexto para quererle quitar dinero. El sólo estaba caminando. No estaba orinando ni estaba bebiendo en la vía pública, sólo caminaba a casa con unas chelas encima. Como no traía dinero para que se lo robaran, le pusieron una madriza de órdago, lo dejaron mal, le quitaron sus zapatos, la camisa. Como pudo llegó a casa, descalzo y descamisado todo golpeado y con un frío de la chingada. Ni siquiera lo detuvieron, sólo lo golpearon. Yo estaba fuera de la ciudad y cuando llamé a casa mi mamá estaba llorando cuando me dio la noticia. Malditos sean. Eso fue hace como 7 años y es hora que aun le cuesta trabajo olvidarlo. En su momento, mi mamá lo convenció de ir al psicólogo y según el, mi hermano estaba tan deprimido que sí llegó a pensar en matarse. Tuvimos que entrarle todos los de la familia para alivianarlo pero estoy seguro de que algo en el se perdió para siempre. Por suerte, ahora no esta tan mal, terminó sus estudios, tiene trabajo. Sin embargo es alguien melancólico y a todos nosotros nos sigue preocupando. Para mi es motivo más que suficiente para desearles lo peor a toda esa ralea de mal nacidos de mierda. Me da rabia que esa sea la gente de la que en realidad hay que cuidarse y que cada uno de ellos goce de la miserable impunidad de su maldito uniforme y de su placa. Que en lugar de trabajar se la pasen pensando como obtener su beneficio y en cubrir las cuotas de sus superiores para lo cual solo tienen que seguir jodiendo a la gente. A muchas personas no les cuento esto porque no quiero herirlas. Como los de la oficina. Los dos son mis amigos pero ¿cómo lo van a entender? Ni siquiera puedo decir que es culpa de ellos, no sé quienes en particular lo hicieron. Para ellos es su familia, aunque para mi sean solo parte de la porquería. – Llamas en verdad se apasionaba cuando contaba esto. Hasta había dejado de darle tragos a su cerveza y ya no miraba a Medina. Se había quedado con la botella de Montejo en la mano viendo hacia ningún lado. - Lo peor de todo es que ni siquiera hay nada por hacer, sólo tratar de reparar un daño que nosotros no ocasionamos y hacernos responsables de nuestra vida, seguir adelante. Mientras esos perros todos los días se acuestan a dormir tan tranquilos, jodiendo a diario, robando a diario y obteniendo cosas que el resto de nosotros debe ganarse trabajando y con muchos obstáculos. ¿quejarnos? ¿con quién? ¿denunciar? ¿a quién? A mi solo me resta desearles lo peor y tratar de que mi rencor no me joda más de lo que ya me tiene amargado.

Medina observó por un momento a su joven ex alumno. Le dio unas fumadas a su cigarro y apuró su tequila. Después de todo, pensó, a el también le costaría trabajo dejar que sus amarguras hagan mella en su gente cercana. Vaya, igual uno tiene derecho a pensar y sentir según como le haya ido en la feria. El temor era el de averiguar si uno es o no capaz de manejar esas cosas. Con un gesto, pidió otro tequila a Don Cayetano y se dispuso a emitir la opinión que de manera implícita le estaban pidiendo.

- Por lo pronto es sólo uno de los motivos que dices tener para no querer escribir. Estás permitiendo que afecte lo que te gusta hacer. Estás dejando que las consecuencias de lo que le hicieron a tu hermano te sigan perjudicando aun después de todo ese tiempo. La verdad es que pienso que tu rencor es respetable, hasta a mi me dio rabia mientras me contabas y tengo a la fuerza policial en un concepto aun peor que el que tu tienes. Pero creo que solo les das más importancia de la que merecen. Digo, esas cosas merecen ser contadas, te hará bien. Sin embargo el motivo por el que no quieres escribirlo es para que cierta gente no sepa acerca de esa opinión que tienes y es, repito, sólo un ejemplo el que me das lo cual me da a entender que hay un montón de cosas que evitas contar. La verdad es que no me queda muy claro si haces eso por darle el gusto a los demás o evitarte una supuesta molestia o incomodidad, como si no quisieras que supieran de tus rencores, vicios y defectos. Vaya, como si tu opinión e ideas no fueran respetables.
- Lo he pensado y como que no me dan ganas de estar explicando y justificando cada idea ni cada personaje o situación que yo describa en mis textos. Siento como si cada cosa que escriba la tuviera que explicar. Si escribo a un ladrón, pensarán que lo soy o me preguntarán de dónde saqué yo las ideas para plantearlo o describirlo. Como si necesariamente yo hubiera tenido que estar en los zapatos de cada personaje que se me ocurra presentar por escrito. – Llamas ya estaba sobre la segunda cerveza y ya hablaba de un modo más fluido. Parecía como si le estuviera haciendo bien expresar eso que pasaba por su mente.
- ¡maaah, eso es basura, chamaco! Toda idea que hayas imaginado y conclusiones que hayas sacado en tu vida necesariamente tienen que tener un lugar de origen, desde luego. Pero no tienes porque explicarlo a todo mundo. Por lo menos no si no lo deseas. Si lo que tú escribes simplemente te viene a la mente, si se te antoja escribirlo o describirlo no tiene, por fuerza que ser algo que tú hayas vivido o que tengas deseos de realizar. Tu estás creando tu mundo, con tus reglas y sus roles. Alguien tiene que desempeñar esos roles y no todos tienen que ser a güevo tuyos. No tiene porque ser una proyección tuya. Por supuesto que si deseas credibilidad debes de tener un fundamento. La gente respeta más a quien sabe de lo que está hablando.

El Medina se comenzaba a calentar. Tomo aire y encendió un nuevo cigarro. Aspiró tranquilamente las primeras fumadas y después paladeó su tequila. Se dedicó un momento a la canción en turno. La Despedida de Manu nunca dejaba de depositar en el una sensación de renacimiento, de alivio. De volver a comenzar. El borrón y la cuenta nueva que tanto bien hacen y que le permiten decir ya estoy en paz.

- Deja eso atrás Chivito. Úsalo como fuente de inspiración. Usa esa pasión para tratar de tansmitirla. No para que te frene como parece que está pasando. Quédate en paz. Mira chamaco. Te gusta escribir. Me has mostrado alguna vez lo que has escrito y me agrada. Me gusta la gente creativa, pero me molesta la gente pendeja. No seas así por lo que más quieras. Se supone que eres dueño de lo que escribes, de los mundos que inventas y que describes. Si aun en tu mundo te ajustas a lo que los demás desean de ti, si te preocupa el qué dirán, entonces no eres tal, no eres dueño ni de lo que escribes. Una vez tu mismo me dijiste que no te preocupaba conservar lo que escribías en la prepa porque siempre serías el dueño de esos escritos y que en cualquier momento se te podría ocurrir algo nuevo. Aplaudí esa declaración. ¿de que te sirven todas esas cosas, esa creatividad, si de todos modos la tienes sometida a la complacencia ajena? Madres, niño. Ve y escribe. Lo que se te antoje. Lo que quieras. Si son cosas que tu inventas, que tu imaginas, no tienen ni siquiera que ser posibles en la vida real. Que lo que escribas sea tuyo, de nadie más. Ofrécelo a tu gente, qué se yo, quienes sean. Pero que sea tuyo, no lo copies, sé original. Y atrévete ¿prefieres quedarte con todo eso que dices que te bulle en la cabeza en lugar de ponerlo en papel? Adelante, no hagas nada, no seas nada.

Llamas escuchó a su profesor y empinó lo que le quedaba de su cerveza. Sabía que tal vez lo que le fuera a decir no iba a ser algo que el quisiera escuchar. Pero pensó que tal vez sí lo necesitara.

- Creo que tal vez tenga razón profe
- Más vale que me lo digas en serio porque si sólo me estás dando el avión no te sientes de nuevo en mi mesa, Chivo.

Por toda respuesta, el Chivo tomó su nueva botella de Montejo, sudando de frío y la levantó, sonriente, para brindar con el viejo Medina. Era lo que deseaba de este chamaco. No está nada mal que de vez en cuando alguno de sus ex alumnos lo haga sentirse orgulloso.

- ¿Y qué profe? ¿ha visto a alguno del grupo? – el cambio de tema era un buen giro en la conversación en el momento justo.
- A dos o tres, pero no todos me sorprenden con algo interesante que hayan hecho de sus vidas. Algunos se comportan como si siguieran en la prepa. – Medina esperaba que Llamas entendiera el piropo.

Parecía que el ambiente solemne de La Filomena en esa mesa amagaba con esfumarse pues Mi Flor, de los Pericos comenzaba a emanar una atmósfera más guapachosa. Perfecto.

- ¿Y qué, profe? ¿cree que lo haga bien? – dijo Llamas finalizando el tema con una pregunta.
- Pues a como he estado viendo en la última media hora, cumples a la perfección con uno de los requisitos que según Charles Bukowski hacen falta para ser un buen escritor. – Un nuevo tequilita en la mano, un nuevo cigarro y más buenas rolas era lo necesario para continuar la velada por más amables derroteros. Medina renunció a continuar su lectura del periódico y se dispuso a seguir charlando. – Tendrías que revisar los demás…


Por Carlos García Garibay

martes, 9 de septiembre de 2008

El Luchador Rudo: El Encantador de Masas


El estilo rudo es del agrado del público aunque manifieste otra cosa. Ser un luchador rudo para mi significa estar en la cima de mi carrera, ser rudo significa saber darle gusto a la gente. Saber manejar su estado de ánimo, para bien o para mal. La gente siempre se va a acordar de un buen luchador rudo.

-El Engendro

Uno de los axiomas de la lucha libre más arraigados dice que para poder ser un buen luchador rudo primero se debe empezar por ser un buen luchador técnico. Esto queda bastante claro tomando en cuenta que todo luchador debe de tener muy bien sentadas las bases de este deporte. Sin embargo la vox populi tiende a encasillar a un luchador rudo como un personaje malo, es decir, que actúa con maldad, sin que el concepto tenga nada que ver con su calidad como luchador. Por contraparte, el luchador técnico, el que siempre lucha sujeto a las leyes fundamentales del deporte, es idealizado como un héroe. El que se sobrepone a las adversidades y a pesar de que el bando contrario le esté aplicando doble o hasta triple equipo, sale avante con una llave bien hecha o un espectacular vuelo. El defensor del bien, atento con las damas y bueno con los niños. El que no hace trampa y en el caso extremo de que llegue a cometerlas, su muy respetable público hace caso omiso de ellas pues ni siquiera tiene que llegar a perdonárselas. Además se jacta de ello, pues con micrófono en mano dice: “con esto te demuestro que yo también sé de mañas”. El luchador técnico tiene su propia personalidad y mística que son pilar indispensable de la magia que existe en la lucha libre mexicana. Un misterio digno de su propio rosario, del cual hablaré en otra ocasión.

Hablemos del luchador rudo. El que desde mi muy particular punto de vista es un claro ejemplo de la condición humana. Los personajes que pertenecen a este bando, en su gran mayoría utilizan calificativos que hacen una alusión a la rudeza, a la violencia y en muchísimos casos, ya lo habíamos mencionado, a la maldad. Apelativos como Negro, Asesino, Salvaje, Infernal, Bestia, y un sinnúmero de etcéteras acompañados de los más diversos nombres y apellidos, pretenden darle al espectador y, por supuesto, al rival, una impresión de peligrosidad, una advertencia acerca del enorme problema que tienen al osar enfrentarse a ellos y de lo mal que la van a pasar en consecuencia. El luchador rudo no pretende ser un héroe ni hacer alarde de urbanidad y buenas maneras. Aunque al igual que el luchador técnico busca obtener la victoria, ser el mejor sin importar que sus métodos sean distintos. Cuando el luchador rudo comete una falta o le quita la máscara a un rival se enorgullecerá del hecho, aunque en público lo va a negar y por si fuera poco, siempre pretenderá poseer una gran técnica de lucha. Esto es algo muy importante para destacar, pues un luchador rudo que posea buena técnica siempre será respetado por propios y extraños. Podemos citar como ejemplo a Don Daniel López El Satánico quien siempre hace gala de mucha rudeza sin que por ese motivo deje de deleitar a los conocedores con sus excelentes llaves y lucha a ras de lona, además de ser uno de los maestros más prestigiosos de la actualidad.

Dejando en claro que los luchadores de ambos bandos deben ser poseedores de buenos conocimientos de este deporte ¿qué otra cosa, entonces, distingue a quienes pertenecen a uno y otro equipo? Desde luego, destaca la capacidad para la violencia que pueden manifestar los luchadores rudos. En palabras de Great Eku, de Samoa: “Ser un luchador rudo significa no tener barreras, nada que te ate, no tener reglas ni medir las consecuencias de tus actos. Violencia en su máxima expresión”. Fue un luchador rudo, seguramente, el primero en utilizar como arma una silla para agredir a algún rival, y a partir de ahí hemos podido ver escaleras, tubos de luz, manoplas, aerosoles utilizados como lanzallamas y un sinfín de artilugios más que a ojos de mucha gente pueden parecer un exceso. Ante los reclamos que le estaban haciendo por golpear con un recipiente metálico de 20 litros a un rival lesionado, El Vago, luchador rudo de la Arena Jalisco responde: ¿Qué importa que esté lesionado? ¿Entonces a qué viene? El Engendro, por su parte dice: Esto es para hombres ¿qué no? Un luchador técnico llega a valerse de estos medios, pero únicamente como defensa, una vez que el rudo los sacó a relucir antes que él. Suena fascinante el poder sentir esa falta de consecuencias, el poder causar revuelo, seguir compitiendo y hasta ganando, impunemente. La sensación de libertad que describen es en realidad muy tentadora para cualquiera.

Sin embargo para poder ser un buen luchador rudo no basta con tener una buena técnica de lucha, ponerse a hacer rudezas y a excederse en los castigos. El luchador rudo también debe someterse a situaciones que provoquen no solamente el repudio y la rechifla del respetable, sino también la burla. Caerse del cuadrilátero, tropezarse, golpear por error al compañero, vaya, ponerse a sí mismo en ridículo y así colocarse en una situación catártica para el público pues es una de las maneras en las que éste obtiene desquite. La impotencia que puedo llegar a sentir ante las injustas decisiones del referee o la golpiza que le estén dando a mi técnico favorito se puede aminorar si tengo la oportunidad de reírme a mandíbula batiente a costa de la torpeza del luchador rudo. Para poder provocar este efecto se requiere también de carisma, talento y sobre todo, entrega. Atributos admirables en un deportista, sin importar su modalidad ni bando. El Vago comenta: Nosotros nos entregamos noche con noche a dar el 100%, no escatimamos en lesiones ni en nada. El público nos responde a pesar de que somos rudos. Puedo decir que me consta la entrega de la que habla, pues lo he visto caerse de espaldas desde el cuadrilátero, recibir fajazos a diestra y siniestra sin queja alguna, chocar contra los postes y decir y hacer cosas que provocan la burla sobre él. No recuerdo a un luchador técnico que se someta a sí mismo a tales situaciones. Por supuesto que participa en el performance general de la función e interactúa directamente en las evoluciones del luchador rudo, aunque el rol que toma es, evidentemente, distinto. El efecto que debe producir es diferente.

Toda persona que realiza un trabajo que es presenciado por mucha gente, como los artistas o los deportistas, busca invariablemente agradar a esa gente, su reconocimiento, su aplauso y desde luego, su recuerdo. ¿Qué es lo que lleva a un luchador a provocar la molestia del respetable? La mayoría de los luchadores rudos coinciden en que el repudio del público es, precisamente, la forma que tiene de reconocer su trabajo. Según el Hijo de Pierrot: El enojo del público representa felicidad, alegría para mí, como un festejo. Desde luego, cuando el trabajo de una persona consiste justamente en hacer enojar al público, el mayor reconocimiento llega cuando se hace patente ese enojo pues es la muestra palpable de que la labor se está haciendo bien.

Salvo tu mejor opinión, estimado lector, creo que una de las mayores fortunas de las que puede gozar una persona es tener la oportunidad de trabajar en algo que le guste, que le apasione. De modo que si un luchador rudo, aparte de tomar la rechifla como la muestra de que está haciendo las cosas bien, a eso le añade los sentimientos que en él se despiertan, entonces podemos hablar de alguien muy afortunado. Hay luchadores como el Guerrero Vikingo que dicen que los divierte que la gente se moleste. A juzgar por las luchas que acostumbra brindar, debe de ser una persona muy feliz.



TERRY KISS - Foto: Quicho Olivares, DSD la Tercera

Una vez tuve la oportunidad de vivir algo así. Fue en la ocasión en que Terry Kiss me obsequió su máscara. Quiso él que yo subiera al cuadrilátero a recibirla. Su sola presencia bastó para que el público técnico se comenzara a meter con él, lo cual habla de su personalidad y carisma como rudo. Al agradecerle su obsequio, ante el micrófono me declaré aficionado rudo y al abrazarlo, volteamos a saludar precisamente al público técnico. Nunca antes había visto tal cantidad de dedos medios dedicados a mi persona y ¿sabes una cosa? Por mi madre que se siente muy bien.

Sin embargo, cuando se lo he preguntado a los luchadores rudos, la mejor, más sencilla y contundente respuesta que me han dado fue la que me dijo Fumanchu: ¿Qué sientes cuando la gente te abuchea y te grita cosas porque estas lastimando a algún luchador técnico?

Siento que estoy vivo.

Por Carlos García Garibay


Este artículo fue enviado a la revista Titanes del Ring en respuesta a su convocatoria para artículos de Lucha Libre. Pedían algo original, lo confeccioné en base a algunas entrevistas que hice para tal fin con los luchadores con los que habitualmente trato para la revista que tengo con el Quicho: DSD la Tercera. Por lo menos me gané una mención en la revista y me divertí mucho escribiéndolo.

viernes, 29 de agosto de 2008

El verdadero Email

“Saludos Rogelio. Dicen que si a Roma fueres, haz lo que vieres. Es un buen consejo convenenciero. Sin embargo no creo que implique que si te vas a vivir a Boston tengas que convertirte en aficionado feroz de los nefastos e insufribles equipos deportivos de dicha ciudad. Ya era suficiente estar soportando a los Patriots año con año. Aunque debo reconocer que este año terminaron haciéndome inmensamente feliz, muy feliz. Quien lo diría, y a manos de un pinche equipo Neoyorkino. De los males, el menor.
Estarás contento, cabrón, y pensarás en lo bonita que es la venganza cuando dios la concede. Sobre todo si ésta recae en mis queridos Lakers. Pinches bostonianos, la cobraron cara. De cualquier modo, te mando felicitar y te recuerdo que sobre los Patriots, los Celtics, los Red Sox y pa’ que abroche, también sobre el cabrón equipo de hockey, que no recuerdo cómo se llama, caerá mi maldición y sus miembros no podrán tener relaciones sexuales satisfactorias en toda la temporada.
Quisiera que ahí murieran mis malos pensamientos. Pero la sed de sangre que provoca la derrota no es tan fácil de saciar.
Te mando un abrazo, carnal.
Alejandro
¡Salud!”


Medina sonrió mientras oprimía el botón send. Hacía un par de meses que no le escribía a su viejo compinche Rogelio Zúñiga, quien como es evidente, vive en Boston, Massachusetts. El nuevo campeonato que los Celtics acaban de conseguir sobre los Lakers parecía un buen pretexto para saludar al viejo amigo. Ahora sólo era cuestión de esperar la respuesta. Revisó su agenda. Martes. Es día de escribirle también a Carlos Pascual, de Valencia, España. También un viejo camarada del que ya tenía bastante tiempo sin noticias. –“Estimado Carlos. Recibe un saludo desde Guadalajara…”

La vieja rutina de la escritura de cartas antes de irse a la oficina, como cada tercer día. Al terminar, cerraba sus archivos, apagaba la computadora, pagaba su cuenta y partía caminando hacia el despacho a continuar con sus quehaceres. En un par de días más escribiría más cartas. Acostumbraba llegar a las 8:30 de la mañana al café. La mesa de siempre, la más cercana a la puerta. Le gustaba el aire de la mañana, hasta en invierno, cuando el frío le calaba los dedos y le impedía manipular las teclas de su computadora portátil con destreza, con lo que se veía obligado a utilizar guantes de ésos que dejan descubierta la yema de los dedos. Era la época en la que sus cartas se volvían más breves y lacónicas. De cualquier manera el ambiente era el ideal para él. Doña Isabel, como siempre, le tenía lista su taza con café negro, sin azúcar. – “El buen café no la necesita y el malo no la merece”, pensaba cada vez que se lo servían. El café y el Internet inalámbrico eran dos de las razones por las que había convertido a ese lugar en su favorito para desayunar. Saboreaba su café mientras sacaba la computadora de la maleta y comenzaba a instalarse cómodamente.

Para cuando abría su cuenta de correo ya hasta había encendido su primer cigarro. Vaya, no había nada nuevo. Algunos correos con la Fw al principio, nunca los abría, eran pura basura. Un par de correos de un sitio literario al que estaba suscrito, noticias, lo último de la música rock… pero de sus contactos, nada. Ni hablar, será para la otra. En vía de mientras habría que redactar la correspondencia de hoy. Revisó su archivo y comenzó a tomar nota de sus destinatarios de hoy jueves: Javier Gutiérrez en Lima y Jaime Gámez en Tabasco y comenzó: “Hijo mío, espero que te estés portando bien y que estés aprendiendo nuevos albures. Acá la banda pregunta por ti aunque sabe de sobra que eres de lo más despistado para mantener el contacto. De todos modos he querido darme a la tarea de contarte que estamos todos bien por acá. Las Gordas Peligrosas se han desbandado y quien sabe qué diantres estén haciendo, no han tenido ni la decencia de mandarnos a la chingada. Los compadres, a toda madre, el ahijado igual. Un abrazo. Alejandro.”

El café El Truco abría desde las 8 a.m. La mera frontera entre el café bohemio y la fondita casera más tradicional. Sus dueños, geniales, Don Eduardo y Doña Isabel, bien podrían pasar por los abuelitos de cualquier comensal a causa del apapacho con que trataban a todo mundo. Ubicado sobre la Avenida A a dos cuadras de Laureles era un sitio bastante acogedor en un rumbo por el que el bullicio de Zapopan Centro no afectaba y con buena clientela además. Médicos de la unidad del Seguro Social y del Hospital Valentín Gómez Farías lo habían adoptado como habitual estación para el café mañanero. Clientes fieles que lo mantenían funcionando como es debido y por fortuna, sin llegar a ser un lugar de moda que lo hubiera convertido quizás, en un sitio insufrible. Los sábados, a pesar de lo que pudiera pensarse, son días en los que hay más tranquilidad en el lugar. Mucha gente no trabaja y por lo tanto hay menos materia para ocupar las mesas. Era día de escribirle al Rodrigo Solís Mace, chileno radicado en Venezuela, al Toni Carpentieri Mynock y al buen Alex Mendoza Rebel Recon, ambos venezolanos también avecindados en Venezuela, camaradas a quienes conoció en un sitio en donde se discute acerca de Sci-Fi. Como siempre, les mandó saludos, recuerdos y la mejor de sus vibras. Preguntó por la familia y quiso saber de las últimas novedades de la Legión 501 y de los últimos desfiguros del cabrón motivo por el que tantos de sus compatriotas estén fuera de Venezuela. Send, send y… send. A la oficina una vez más y a todo lo que implique continuar viviendo.

Un buen día llega Mafalda y le pregunta a su mamá:
- “Mamá ¿vos a mi edad tenías amiguitos como los que tengo yo?”
- “Sí hijita, claro que los tuve”
- “¿Y que pasó que no los ves nunca? ¿acaso te peleaste con ellos?”
- “No hija. Lo que sucede es que fuimos creciendo y la vida nos llevó a cada uno por diferentes caminos.”
Mafalda, que siempre encontraba motivo de meditación en cosas que pudieran parecer triviales, pensó un momento en la respuesta que su madre le dio y después, llena de despecho exclamó:
- “¿Y QUIÉN CUERNOS SE CREE LA VIDA QUE ES PARA HACERLE ESAS PORQUERÍAS A LAS PERSONAS?”

El hecho de permitir que una amistad se enfríe es, desde luego, una porquería. Una porquería bastante triste según lo veía Medina. Es por eso que se había hecho el propósito de, en la medida de lo posible, conservar a sus contactos. Escribirles de vez en cuando aunque sea para decirles ¿qué onda? Dar señales de vida. Y se dio cuenta de que el propósito, por noble que fuera no era tan sencillo de mantener. A veces el mismo ritmo frenético del día lo hacía olvidarse de a quién coños tenía que haberle escrito ese día. Es por eso que en cierta ocasión, en lugar de ponerse a escribir cartas, se puso a escribir un archivo, una base de datos en donde registró todos los contactos a los que no frecuentaba, a los que no veía seguido ni coincidía con ellos de manera cotidiana, hasta a los que no conocía en persona y por supuesto, de los que tuviera su dirección de correo electrónico. A cada uno de ellos le asignó de manera aleatoria un número y según el orden en el que fuera cayendo cada número, cada tercer día creaba un correo nuevo y comenzaba: “Estimado y nunca bien ponderado…” Su amigo Jaime Gámez hizo burla del procedimiento y cual princesita de plástico para niña boba (o la niña boba en sí) reclamó: “¿así que a mi me toca que me escribas los jueves?”- “menos mal que no eres mi novia, infeliz” – pensó Medina justificándose con saber que él por lo menos tenía la iniciativa de acordarse de los compas y la decencia de responder su correspondencia. Y hablando de eso, es lunes, está por iniciar junto con la semana laboral una nueva sesión de escritura de misivas y una vez más la bandeja de entrada se encuentra más vacía que cráneo de esbirro de la ley. - “Mierda” – musitó Medina mientras revisaba su registro de contactos para ver a quien escribiría hoy. Su compa Miguel Ángel Hernández, gran compinche pero nunca regresaba las llamadas telefónicas, esperemos que los correos si. Y también su tocayo Alejandro Arévalo, un gran camarada de hace como 30 años. Ambos residentes en la Zona Metropolitana de Guadalajara y sin embargo, tan lejos. – “Un abrazo. Alejandro.”

Para el Medina, el surgimiento del correo electrónico era algo chingoncísimo. Recordaba perfectamente cuando escribía cartas en papel, las metía en el sobre, compraba las estampillas, las llevaba al servicio postal y las metía en el buzón. Correos de México había logrado en Medina lo que el catecismo jamás, pues desde que depositaba sus cartas comenzaba a rezar para que llegaran a su destino, como sea, pero que llegaran. Se le hacía increíble que en un santiamén llegaran al destinatario los mensajes. Pensaba que era una excelente manera de comunicarse aunque el medio se haya visto contaminado con tanta variedad de chingaderas como las dichosas cadenas, los spams que te invitan a que le añadas centímetros a tu miembro y los correos con virus entre otras cosas. Le molestaba en demasía y sobre todo a estas alturas del partido, que sus destinatarios le mandaran correos que decían cosas como FW: urgente, se te caerá el pito si no lo reenvías… en lugar de mandarle algo así como “Yo estoy bien ¿tu que tal? Gracias por tu carta anterior”. El sentimiento de decepción era auténtico cada vez que algún contacto que él había creído medianamente inteligente le mandaba alguna estupidez como “a los chistes les pones forward y a los mensajes del señor les pones delete…, qué malísima onda”, nomás eso faltaba, que en su propia privacidad le quieran endilgar un sentimiento rastrero de culpa.

De modo inmisericorde el buzón continuaba vacío de correos de sus contactos el miércoles. Había pasado más de una semana de que iniciamos el relato y Medina comenzaba a sentirse bastante encabronado con sus destinatarios que no se animaban a dar el paso a remitentes. Esta vez les escribió a algunos de sus ahijados. Ex alumnos con los que llegó a tener un buen cotorreo. A Verito de la Cruz le escribió para preguntarle sobre su embarazo. A Paco Castellanos le mandó preguntar si iba a comprar la horrible pero nueva versión de la camiseta de las Chivas. A Jonatan Ibarra para saber acerca del servidor de música que estaba montando y a Eduardo Pineda para ver si organizaban otra carne asada con pedo. Ese día no lo pasó tan indiferente como los otros pues comenzaba a pensar que tal vez estuviera haciendo algo mal a la hora de oprimir el mentado Send.

Medina no se limitaba a intentar mantener el contacto con la gente a la que de manera, digamos actual, trataba. También buscaba el modo de recuperar la comunicación con amistades de las que hacía tiempo no tenía noticias. Cada vez que se le daba la oportunidad agregaba una nueva dirección de correo a su archivo. De ese modo consiguió el correo de su vieja amiga de la prepa Gaby García, el de su compañera de la generación del equipo de básquet Ana Laura Bravo. Carlos Gómez, Luis Cisneros, Rogelio Escalante y Carolina Cárdenas de la secundaria. Alex García también de la prepa. Juan Manuel Quintero, amigo de la más tierna infancia y oficialmente su más antiguo compa. Anda a la caza del modo de contactarse con otros de quien de plano no tiene noticias como Lalo Rosales, Andrea García, Fernando Sandoval, Gloria García, Mario Ruiz, Javier Arévalo El Camacho quien oficialmente puso su primer cerveza en sus manos, Auxiliadora Hernández y Dulce García entre muchos otros. Medina no quería que le pasara como a la mamá de Mafalda con estas personas. Aunque después de algunas semanas de recibir solamente basura comenzaba a preguntarse si valía la pena el esfuerzo.

Hubo una vez un sujeto al que, como a todo mundo, le llegaron unos correos con imágenes porno. Podría decirse que de una fuente confiable, sin virus. Sus cuates le hacían llegar ese material, sin él pedirlo pero sin queja alguna. Un día, se le ocurrió enviárselo a otro amigo, quien a su vez le comentó a otros amigos y de paso también lo reenvió. Es por eso que el sujeto en cuestión comenzó a hacer del reenvío de correos porno un hábito. Le parecía simpático y gracioso que sus amistades le pidieran, exigieran y hasta recomendaran sus correos. Un buen día, se aburrió de cambiarles el subject a dichos correos, porque le castraba también la FW y se le ocurrió simplificar el asunto y poner solamente La dosis de hoy. Al día siguiente, lo mismo y lo mismo y lo mismo, etc. Fue así como nació el Señor Dosis o el Dosis, a secas. Le hizo mucha gracia, le gustó el personaje. Sin proponérselo, era conocido en el Bajío Mexicano, en casi toda la costa del Pacífico, en Venezuela, Argentina, España, Chile, Florida y Perú. En justa retribución, le comenzaron a llegar más dosis y en bastantes ocasiones, hasta correos de agradecimiento. Ninguna queja, en absoluto. Por cierto, habría que escribirle para agradecerle al Dosis la última remesa que estuvo particularmente chingona. A Medina le parecía en verdad irónico que muchas de esas mismas personas no correspondan de igual modo con un correo que alguien se tomó el tiempo y la molestia de escribirles personalmente a ellos.

Para que después digan que el Internet es impersonal.

En esos días, le escribió a Fernando J. Téllez, un tipo genial, viejo amigo y colega profesor, capaz de contar chistes con efectos de audio incluidos. Amante de los ovnis, los nahuales, el chupacabras y demás productos del delirio colectivo. Le pidió que se reunieran a cafetear para hablar de encuentros cercanos de cualquier tipo. Le escribió al Guerrero Universal, amigo luchador Campeón de Parejas en León Guanajuato, gran sujeto, para ver que tal le estaba yendo en su gira por Veracruz y Chiapas. Mandó unas fotos familiares a sus tíos en Denver, Colorado. Le escribió a su amigo Adrián Aviléz El Guaguarón sólo para darse cuenta de que su correo ya había sido cancelado por falta de uso. A su amiga Gaby Camacho, ex compañera de oficina quien había emigrado buscando mejores horizontes. A casi toda la generación 2003-2007 de Licenciados en Informática para ver que onda con ellos. Y también a pinchemil destinatarios más que a la fecha tampoco han respondido.

De vez en cuando ocurría que la casualidad lo hiciera encontrarse con alguna de esas personas e invariablemente comenzaba a verse hostigado con reclamos del tipo “¿y ese milagro?” o “no te pierdas, cabrón”. Le endilgaban la responsabilidad de mantener el contacto y ninguno era bueno para responder sus cartas o ya de menos coger el celular y mandarle un vil mensaje de esos q dsmadran el lnguaje skrbndo d st pnche modo, mucho menos hablarle o visitarlo.

A Doña Isabel comenzaba a preocuparle el hecho de que Medina se retirara molesto del café. Por unos días creyó que era por el café. Medina se sintió basura cuando la señora le llevó una concha de pan dulce junto a su café, pensó que tal vez ella quisiera soslayar cualquier molestia que se le hubiera causado a un parroquiano tan fiel.
– “¿y este pan Doña Chabelita?” – preguntó humilde.
– “Para que te vayas un poco más contento hoy, mijito”
– “Ay Chabelita, qué pena. Son los desdichados de mis contactos de Internet que no dan señales de vida los que me tienen molesto”
– “Pos yo de esas cosas no entiendo mucho Joven Alejandro. Pero que mal que lo hagan enojar si siempre andaba de buen humor”
– “Tiene razón Chabelita. Hoy no voy ni a abrir mi computadora. A la chingada…”

Esa mañana mejor se la pasó leyendo el periódico.

Después de dos semanas más de contemplar vacía la bandeja de entrada de su buzón y de no haber escrito nada nuevo a nadie comenzó a sentir remordimientos. Tuvo tiempo de sobra en El Truco para meditar acerca de quién cuernos se cree la vida que es. Creía comprender porqué a veces se va uno por diferente camino al de sus compas. No es ningún misterio puesto que la gran mayoría de la gente lo descubre sola. Aunque los caminos sean distintos y vayan para diferente destino el cruce de caminos debería de ser más constante y si en verdad uno hace camino al andar, como dice la canción ¿porqué no ser uno mismo el que provoque esos cruces?

Se sentía molesto aun con sus corresponsales ausentes. Pero también comenzó a cuestionar su propia labor. Por lo menos esa sí la podía corregir. Decidió que debería de continuar haciendo la lucha, aunque la terquedad sea ahora el principal estimulante. Por lo menos ninguno de esos cabrones podrá volver a decirle impunemente “¡que milagro!” sin que Medina lo mande a la chingada y le diga “yo si cumplí”. Pidió una nueva taza de café a Don Eduardo con una pieza del pan dulce al que Doña Isabel lo había aficionado y pensó en la gente a la que debería añadir a su lista. Sacó la computadora de la maleta, la encendió, prendió un Farito y mientras ingresaba al sistema comenzó a meditar en lo que iba a escribir. No vaya a ser que la vida viniera y le hiciera una porquería a él también la muy cabrona.

“Saludos mi Rafa. Hace más de un año que te fuiste pa’l Chile, estás por regresar y no fui bueno para escribir. Habrás de disculpar. Por acá la banda está a toda madre…”


NOTA: Lo anterior está dedicado a toda la gente con la que mantengo correspondencia y contacto de algún otro modo. Exista o no reciprocidad. Para ellos esta vieja imagen del Verdadero Email.



Con afecto, Carlos García Garibay

miércoles, 13 de agosto de 2008

El ratero que la tierra se tragó

Alfonso caminaba por la maltrecha calle rumbo a casa, estaba todo oscuro y de verdad que no tenía ganas de que lo asaltaran una vez más. No siempre se podía dar el lujo de dirigirse tarde a casa. Estamos hablando de más de las 10 de la noche, una hora en la que normalmente hay bastante vida en otras colonias de la ciudad, pero no en ésta. La Mesa Colorada es una colonia de dudosa fama en la Zona Metropolitana de Guadalajara, ubicada al norte en el municipio de Zapopan solamente hay una manera de llegar y es a través de la carretera a Saltillo, un camino angosto y sinuoso de solamente un carril por cada sentido. La Mesa fue durante un buen tiempo la última colonia con la que la mancha urbana se aferraba a esa carretera. El transporte urbano dejaba de transitar por esos lugares mucho muy temprano y las patrullas de la policía solamente lo hacían de a dos en dos y de vez en cuando. La falta de alumbrado público era el principal motivo por el que las calles se vaciaran muy temprano también. De ahí la soledad de Alfonso.

Después de las 10 de la noche la manera más barata de llegar a casa, era logrando acercarse a la Prolongación de Avenida Alcalde en su cruce con el Anillo Periférico Norte, donde una arbolada era la improvisada base de unos taxis colectivos que algunos ciudadanos habían montado para poder brindar el servicio que nadie más daba de acercar a los habitantes de las colonias del norte a sus casas y de paso ganarse unos centavos. Por módicos 10 pesos podías conseguir que te dejaran a la entrada de tu colonia, al borde de la carretera. Era lo más cerca que podías llegar porque al igual que el gallardo cuerpo de policía, los conductores de estos colectivos se negaban a entrar a estas localidades. El resto del camino lo tenías que hacer a pie. No pasó mucho tiempo antes de que las organizaciones sindicales de los trabajadores del volante decidieran que ese pequeño mercado tenía que ser de ellos y mediante los ajustes necesarios fueron quitando a los colectivos y tomado su lugar, de modo que los ciudadanos pronto pudieron gozar de un servicio más caro pero que de todos modos no los llevaba hasta las puertas de su casa. Sin embargo, seguía siendo la mejor opción pues aunque caminar es gratis, en esos lugares te podía costar caro. En la Mesa Colorada, la calle principal es Alberto Mora López. En un principio y durante bastante tiempo solamente una vil terracería que en tiempo de aguas se convertía en un cenagal. Aunque fue una molestia, cuando el ayuntamiento comenzó a abrirla en canal para meter drenaje los vecinos lo agradecieron. El alumbrado público podría esperar.

Caminar desde la carretera a Saltillo hasta su casa en las mejores condiciones obligaba a Alfonso a invertir por lo menos 20 minutos de calles sin pavimento y sin luz. No pocas habían sido las veces que había tenido que llegar descalzo, sin camisa y sin dinero a su hogar a causa de los asaltos que eran cosa corriente por ahí. Se encontraba cansado. La única vez que se encontró a la policía en su camino le costó una basculeada y que le quitaran sin motivo sus últimos 20 pesos. Es por eso que de un tiempo para acá hacía el camino sólo por inercia. Ya ni siquiera sentía miedo, sabía que en cualquier momento las sombras podían cobrar vida y cerrarle el paso para robarle sus pertenencias una vez más.

La voz que le ordenaba caerse con sus tenis lo hizo detenerse. Aquí estaban otra vez. Sus ojos reaccionaron entornándose para tratar de distinguir algo en esa maldita oscuridad. Esperaba muchas formas sin forma, algunas manos que lo sujetaran o el frío filo de alguna punta en su vientre pero nada. En su lugar solo una pequeña silueta delante de él, con una voz alterada por cemento amarillo que le impedía a Alfonso definir la edad del propietario. Eso lo indignó. No iba a ser robado otra vez por un pequeñajo desnutrido y drogado. Pensó que tal vez sus compinches estaban cerca, esperando a que regresara con más dinero para gastarlo en alguna sustancia. Échame tu lana, repitió la voz. Alfonso no esperó más y aprovechando su mayor corpulencia empujó al pequeño delincuente hacia atrás y se dispuso a emprender la huída, pero la desaparición del empujado lo sorprendió. Parecía que lo había tragado la tierra. La avalancha humana que esperaba no se produjo y sólo había silencio. Se percató de la zanja para tubería que las sombras ocultaban y cayó en la cuenta de que había arrojado al pobre tipo en ella.

Por un momento temió haberlo matado, aunque haya sido para defenderse. Se asomó a la fosa y aguzando el oído alcanzó a escuchar un lejano ¡ay!

Ya chingué – pensó mientras se alejaba

- Por Carlos García Garibay

El Club de Fans del Tabaco de las 12


Foto: Carlos García Garibay

Hacía ya casi 2 años que se había constituido la pequeña comunidad en torno a la ventana de ese despacho. Esa oficina de gobierno tenía un ambiente caótico, fruto de las mil veces en las que habían intentado sin éxito hacer una organización lógica en ese sitio. Sin embargo el pequeño departamento de Sistemas se había aferrado a su espacio junto a esa ventana por varios motivos técnicos, con la iluminación y la ventilación como principales argumentos. Al paso del tiempo habían descubierto algunas otras ventajas, como la inmejorable vista a la entrada de la cafetería. Sin embargo la mejor de todas, sentimentalmente hablando, era sin duda alguna la del tabaco de las 12.

Es necesario mencionar que la oficina del Departamento de Sistemas estaba en el segundo piso, en el costado noroeste del edificio de oficinas de Avenida Central 615 en Zapopan, Jalisco. Particular interés tenían los ocupantes del despacho por lo que ocurría todos los días aproximadamente a las 12 del mediodía en un pequeño machuelo junto a la cafetería que proporcionaba una acogedora tranquilidad para fumar y al que su despacho daba una vista privilegiada. Un refugio para quienes buscaban escapar de los hipócritas fumadores pasivos.

Su silueta era inconfundible. La manera de caminar y la gracia de toda su persona, su sello particular. No era la más guapa del mundo, pero como dice la canción, ellos jurarían que era más guapa que cualquiera. El tiempo se detenía desde que la veían acercarse, tomar asiento en el dichoso machuelo, sacar de su descomunal bolsa una caja de cigarros, escoger uno y encenderlo. A continuación paladear con sibaritismo su cigarro dejando que sus preocupaciones y ocupaciones, desconocidas para ellos, desaparecieran por un rato, a veces interrumpido por una impertinente llamada a su teléfono celular. Apagar la colilla, levantarse y verla partir era el clímax. Eran aproximadamente 15 minutos de gloria urbana que ellos no cambiarían por nada del mundo. Una delicia de rutina que hacía que las mañanas pasaran más agradablemente y que le daban sabor a la vida en general de los ocupantes de esa oficina.

Era más que una rutina y también ellos más que simples voyeurs. Era en verdad un sentimiento colectivo entrañable el que se había formado en esa pequeña comunidad. Había nacido el instinto en cada uno de los compañeros de observar su reloj conforme las 12 del día se acercaban, ese mismo instinto los ponía en estado de alerta desde el menos cuarto. El primero en verla acercarse tenía el deber sagrado de avisar a los demás, cual Rodrigo de Triana al divisar las hipotéticas Indias. Cualquier otra actividad podría esperar. Cualquier otra cosa era considerada un factor de distracción totalmente prescindible y despreciable en ese momento, el momento del cigarro de las 12.

Un indescriptible sentimiento de irresponsabilidad hacía presa de quien haya faltado miserablemente a su vigila diaria. "¿Qué estás cuidando?" era la pregunta de rigor para el miserable culpable cuando se daban cuenta que la musa tenía ya rato fumando y no habían sido informados.

Alguna vez ocurría que el machuelo-pedestal se encontraba ocupado por algún usurpador que podía venir en miles de combinaciones de sexo, número, oficio y edad, pero eso sí, cualquiera de ellas era invariablemente inoportuna cuando se presentaba. En tan desafortunadas circunstancias ella optaba por ocupar algún otro lugar más alejado y por tanto, mucho menos disfrutable que el invadido altar oficial. El odio de los espectadores se hacía patente y se manifestaba en forma de amargos comentarios que como mínimo declaraban como perdida toda la mañana. Malditas sean esas horas.

También podía pasar que ella dejara de asistir a su diario ritual. Y cuando eso ocurría, un atroz sentimiento de desamparo y abandono se apoderaba de ellos, sus fervientes admiradores.

Se contentaban con verla fumar. Admiraban la forma en que se sentaba, la forma en que mantenía erguida su figura mientras fumaba, la caída de su cabello lacio, siempre recogido en una soberbia cola de caballo, la clase con la que sostenía el cigarro y las volutas de humo expulsadas de su boca haciendo ensoñadoras y efímeras formas antes de desaparecer en el aire. El esperado movimiento a la hora de levantarse hacía que la mañana completa valiera la pena.

Todos ellos se cuidaban de no ser vistos observándola fumar. Esa situación hubiera provocado en cualquiera de ellos una reacción comparable a la de un niño sorprendido robando golosinas de la tiendita de la esquina. Sin embargo les gustaba imaginar que ella se sabía observada. Que cada uno de sus cadenciosos movimientos era estudiado y llevado a cabo deliberadamente para su corro de admiradores que diariamente se apilaban al pie de la ventana a verla fumar. Soñar con que al retirarse cada día después de saborear su tabaco y al sacudirse la tierra de las nalgas estaba mandándoles una cachonda y cruel señal de despedida. Tenían miedo de ser descubiertos y en consecuencia, ser privados de ese diario y gratuito placer. Peor que si la infame Ley Antitabaco los convirtiera en reos de muerte.

Quizás nunca en la vida ninguno de ellos se anime a hablarle, a abordarla y preguntarle su nombre. Pero es un hecho que el día en que dejen de verla en su diario ritual será considerado como un antes y después de cuando eran felices en esa oficina de gobierno y dentro de su pequeño santoral tendrá una de las más encumbradas posiciones, la de la Musa del Club de Fans del Tabaco de las 12.

- Por Carlos García Garibay

lunes, 26 de mayo de 2008

Qué más da

Qué mas dá es un fragmento de un cuento llamado Carne de cañón que envié a concursar a palabrasmalditas.net uno de los requisitos que piden es que los trabajos no aparezcan en ningún blog. Para cubrir ese requisito fue que lo quité temporalmente de aquí. No gané, pero de todos modos voy a dejar pasar un tiempo mientras decido qué hacer con el. Gracias
Carlos García Garibay

miércoles, 21 de mayo de 2008

El Héroe de Medina

La Filomena como siempre gozaba de buena salud ambiental. Había una afluencia ideal de parroquianos en la acogedora cantina. Suficientes para que no luciera vacía y para que tampoco se sintiera abrumador el entorno. Podías sostener una charla a un volumen decente de voz y también la música de la rockola era audible y disfrutable. Siempre contaba con material para poder hacer una buena selección. Son las 10 de la noche de un agradable viernes de agosto, afuera una refrescante lluvia y un suave vientecillo, el clima ideal. Suenan las notas de Quien será en voz de Los Panchos y el Señor Medina acodado en la vieja barra menea la cabeza llevando el ritmo de la tonada y la acompaña con un suave tamborileo de sus dedos. Don Cayetano el cantinero recogía los vasos que un par de clientes acababan de desocupar mientras que el Señor Medina daba los últimos tragos a su caballito de tequila añejo, es una vieja señal para que Don Cayetano le sirva la que sigue. Cualquier neófito en esa cantina admiraría la capacidad alcohólica de Medina pero la verdad es que era un bebedor moderado aunque aguantador. A quien se lo mencionaba le respondía, previo paladeo de su nueva bebida, con la historia de Don Chuy Zavala, el máximo héroe alcohólico de Medina.

Don Chuy Zavala - comenzaba - es un señor que cuando yo lo conocí, hace 18 años, tenía 63 y trabajaba en una empresa distribuidora de cervezas haciendo un trabajo nominal en el almacén. No descansaba. Aunque tenía asignado su día de descanso, no lo tomaba nunca. Además llegaba 3 horas antes de su horario de entrada para hacer la talacha, barría y trapeaba toda la oficina y lo hacía por gusto pues no era parte de su trabajo. - Pausa para un trago a su tequila y una chupada a su cigarro Farito - Hacía un breve receso para comerse las gorditas de masa que le hacía su mujer y que todos los días llevaba al trabajo: frijoles, chilaquiles, huevo, arroz o carne con chile y las acompañaba con una pecsi con dos huevos. Era el desayuno de campeones, decía. Después de eso, comenzaba sus labores revisando los papeles que detallaban la carga que cada camión repartidor había sacado esa mañana. Los compañeros comenzaban a llegar y Don Chuy continuaba toda la tarde sus labores solamente interrumpidas cuando salía al baño. - Nuevo trago de Medina a su tequila con su respectiva chupada de tabaco - Durante la tarde varios de los repartidores que desfilaban por la oficina haciendo sus trámites llegaban con Don Chuy y le entregaban una que otra botella de tequila que el a veces encargaba y muchas otras los vendedores le regalaban. Don Chuy bebía tequila para hombres, tequila para mexicanos, no para turistas. Tequileño, Sauza, Orendáin o mezcal Viva Villa si las cuentas andaban mal. No se lo tomaba en la oficina, el respetaba su trabajo, pero siempre guardaba celosamente una buena reserva de tequila en la oficina que también era respetada hasta por los jefes. - Para cuando Medina apuraba el último trago de su vasito tequilero, la audiencia (dos o tres parroquianos, los jugadores de dominó de un par de mesas más pa'llá) lucía ya curiosa por saber más del viejo que guardaba tequila en su oficina y esperaba la reanudación del relato mientras Cayetano servía el nuevo trago de Medina. - Alrededor de las ocho de la noche llegaba la hora de partir para Don Chuy, cogía su bolsita, se ponía su chaqueta y tomaba uno de los cartuchos de su reserva listo a la orden de fuego. Ámonos! Los vigilantes de la entrada de la empresa, ansiosos lo esperaban. Les gustaba el ritual. Don Chuy una vez que cruzaba la puerta destapaba su botella y le pegaba un trago de antología, levantando la botella de modo que el hilillo del elíxir finamente viajaba de la botella a su boca. Los vigilantes gozaban de lo lindo con tal espectáculo. Si la botella era de cuartito, fácil le bajaba la mitad en ese primer trago y a la mitad del camino entre la empresa y la parada del camión ya se la había terminado. Infinidad de veces me tocó encontrar las huellas de Don Chuy cuando yo salía de trabajar un par de horas después al seguir el mismo camino. Si la botella era de medio litro, le duraba hasta que tomaba el camión. Si era de a litro, aguantaba hasta su casa, porque en el trayecto en autobús le daba pena tomar. - Medina interrumpió su relato un momento pero esta vez no fue para beber de su tequila y el cigarrillo hacía unos minutos que había muerto en el cenicero, sino para hacer un silencioso y breve homenaje a Don Chuy con una sonrisa. Lo recordaba con cariño. - Al igual que a los vigilantes, a mi también me gustaba mirarlo beber. Como dije al principio, Don Chuy nunca tomaba su día de descanso, al día siguiente muy puntual lo encontrabas en la empresa, sus reflejos en su punto y con el ánimo de siempre. Nunca lo vi borracho y nunca lo vi crudo y me consta la cantidad de tequila que había bebido el señor el día anterior. El decía que ya tenía 39 años tomándose su litrito diario de tequila, a mi se me hace difícil de creer por el hecho de que no se hubiera enfermado ya, pero si él lo decía, habría que creerlo. - Medina estaba por terminar su relato, y para hacerlo apuró el charquito que quedaba en su vaso, con una seña le pidió la cuenta a Don Cayetano y se puso de pie. - Hace 11 años que no veo a Don Chuy, era un buen amigo y lo recuerdo con cariño. Lo último que supe de el es que su hijo mayor, un muchacho joven que tendría unos 29 años murió a causa de una enfermedad y eso afectó muchísimo al viejito. La persona que me lo dijo no me supo decir si Don Chuy aun vive. Tampoco me dieron los datos de el de modo que no se donde buscarlo, aunque muchas veces he tenido muchos deseos de visitarlo. Lo que si es un hecho es que yo jamás de los jamases podré igualar las hazañas alcohólicas de Zavala y no es lo único por lo que lo recuerdo pues era un señor a toda ley. Aunque eso si, cada vez que se da la ocasión de echar unos tragos, por lo menos uno es a la salud de Don Chuy. - De este modo el Señor Medina concluía su relato mientras tomaba del perchero su gabardina y su sombrero y sacudía levemente este último en señal de despedida a los presentes para después ponérselo y salir hacia la lluvia de esa noche.


Por Carlos García Garibay