jueves, 18 de enero de 2018

Como Peter Pan


Hacía algunos años que no veía a Jorge, casi veinte. Lo reencontré con sus hijos en el viejo Gimnasio del Estado, visitando a Cachi. Yo también estaba visitando a Cachi. Después de eso nos buscamos en redes sociales, allí vi que se estaba dedicando a correr carreras de jotitos —como le dicen mis amigos el Pirata y el Lagarto a cualquier carrera de menos de 21 kilómetros—, pero creo que se debió a que yo ya tenía tiempo tratando de escaparme de feisbuc que no compartíamos gran cosa por ese medio.

En la época después de que salimos de la prepa fuimos muy cercanos. Incluso realizamos varios viajes basquetboleros, los más memorables para mí son los que hicimos a Sayula y a Irapuato. Nos llevamos al equipo a jugar contra equipos locales y en todas las ocasiones perdimos. Cuando fuimos a Irapuato viajamos de noche, llevábamos un montón de casets para escuchar música, pero lo que a nadie del equipo se le ocurrió fue llevar una grabadora en la cual escucharlos. Tuvimos que escuchar cómo el chofer del autobús le daba varias vueltas sin misericordia al Bronco Amigo, que en esa época era nuevo. Viaje largo. Creo que era 1992.

Pienso que fue el recuerdo de esa vieja amistad lo que me hizo buscar a Jorge en la ocasión en que publicó un mensaje lamentándose por la lesión que sufrió corriendo. Le escribí para preguntarle si necesitaba algo, ofrecerle algunas palabras, tratar de animarlo.
Nunca me puse a pensar que cuando hice eso yo estaba en un estado vulnerable que me hizo admitir que yo necesitaba urgentemente un cambio a un modo de vida más saludable. El montón de kilos de sobra, mi pésima condición física y sobre todo, las pocas ganas que tenía de cambiar eso como para levantar el culo del sillón de la oficina.

Aunque yo tenía, y sigo teniendo, una pésima idea de los que se ostentan como "runners", me dejé llevar por Jorge a su grupo de salud, como lo llamó él, a las reuniones en las que se ponen a correr. Solo me llevó a la sesión en la que me presentó con el coach y después dejé de verlo por unos meses más. Su lesión le impedía entrenarse por aquel tiempo, pero yo comencé a asistir regularmente y también empecé a notar cambios en mí.
Asistía siempre porque me empecé a sentir mejor, también porque comencé a sentir ese espacio como mío, el par de horas que me dedicaba a mí mismo esas dos veces a la semana me hacía bien. Empezaba a desentumecerme de los años dedicados a las horas —días, semanas, meses— nalga.

En realidad yo no había sido siempre una pieza de infantería burocrática y sedentaria; alguna vez había sido deportista. Jugué algunos años basquet con los Leones, el equipo que entrenaba Cachi y donde jugaba también Jorge. Lo cierto es que nunca fui la gran cosa como basquetbolista, pero sabía cómo jugar, tenía buen tiro libre y buen tiro de media, me aprendía las jugadas, era fuerte, me gusta pensar que era disciplinado y tenía una muy buena condición física. Como buen adolescente, me gustaba soñar con que podría llegar lejos jugando basquet. Nunca podré saber si yo solito me hubiera podido dar cuenta de que no tenía futuro en el basquet mexicano. Eso lo hicieron mis padres y mi familia, que decidieron un buen día que era momento de comenzar a trabajar y me consiguieron un empleo en una empresa cervecera. No creo que el manifestar simplemente mi desacuerdo cuente como firme negativa, pero los chantajes, los pleitos, los lavados de cerebro y el dejarme de dar dinero para mis gastos cumplieron su cometido y terminé por aceptar el trabajo. Todos estos años mi familia ha pensado, y yo nunca he hecho por desmentirla, que estaba resentido por haber tenido que dejar el basquet. Lo cierto es que lo que me dolió es haberme distanciado de mis amigos, y yo vi en mi familia y en ese trabajo a los causantes de ello. Nunca he logrado perdonarlos y la verdad es que pienso que no quiero hacerlo. Hay cosas que no tolero que me quiten.

Creo que el basquet es una de las cosas por las que acepté ponerme a correr como jotito y hacer vida sana. Aunque hay personas a las que les he dicho que soy como Lester Burnham y que "quiero verme bien desnudo", la verdad es que lo que quiero es volver a jugar basquet. Así, sin futuro, tal y como mi familia se empeñó en hacerme pensar. Tampoco gloria ni trofeos; ni siquiera me interesa ganar siempre, solo de vez en cuando, para variar. Quiero simplemente ir y tirar tiros a la canasta, sentir el acomodo de las ideas al ritmo del "flop" que hace el balón al pasar por la red, volver a pelear las tablas, dar y recibir chingadazos, correr y saltar y ver si de repente están mis amigos compartiendo la cancha conmigo. Volver a hacer una de las cosas que más me han gustado y más he amado en esta vida. Poder regresar al único lugar en el que he deseado ser, no como Lester, sino como Peter Pan y no crecer nunca.