miércoles, 27 de octubre de 2010

Temporada de Calaveras 2010 - Feisbuc

Al Feisbuc llegó la Muerte y nadie dijo "me gusta".
Al ver tal dimensión gritó: "¡Esta chingadera asusta!".
"Yo quiero tener un millón de amigos" - pensó con optimismo
al creer que la red y la vida son casi lo mismo.
Ipso facto subió fotos de viajes, fiestas y piyamadas;
su coche, su perro y todas sus pendejadas.
Y cuando sintió lo frío de acompañarse de la pantalla,
mejor volvió pa'l cementerio a seguir dando batalla.

martes, 26 de octubre de 2010

Las fotos en corto son mejores

Aquí tenía originalmente un capítulo llamado "Las fotos en corto son mejores" de mi novela corta. Los he quitado todos de aqui. Pero como no quiero quitar la entrada y he tratado de poner algo ad hoc con el título original:

Cada vez que pienso en la oportunidad de tomarse una foto con alguien no puedo evitar recordar esta rola.

Salud



miércoles, 13 de octubre de 2010

Cuando el Emporio se detuvo II

Se supone que es un día común y corriente. La noche al parecer transcurrió sin contratiempos. Había llegado temprano y al abrir las puertas y desactivado la alarma lo pudo comprobar. Los compañeros llegaron temprano también, ninguno faltó. La limpieza de rigor estaba hecha desde el día anterior, solamente era cuestión de limpiar levemente antes de abrir, dar unos retoques. La infraestructura de la cocina estaba en orden, había gas, luz, agua, los proveedores tenían todo bien surtido. A la hora indicada los compañeros comenzaron a producir hamburguesas. Las máquinas de refrescos estaban llenas y funcionando. Todo pintaba para que fuera un buen día, tranquilo y sin incidentes extraños. El sueño de todo gerente.

Después de 4 horas de haber abierto la tienda no había ingresado un solo cliente al establecimiento. Ni uno. El gerente se había comenzado a preocupar desde que había transcurrido una hora. Ni siquiera había sonado la bocina anunciando a los compradores de comida para llevar que llegan en automóvil. Ya era demasiado el producto que habían tenido que desechar siguiendo la premisa corporativa que les indica que siempre debe haber comida caliente en el aparador y que no debe permanecer allí más que un determinado número de minutos. Hacía rato que había llamado a su coordinador regional: no ha entrado un solo cliente ¿qué hacemos? En vía de mientras los empleados se habían puesto a jugar a adivinar cual de las personas que caminaban por la calle sería la primera en entrar. Estuvieron observando y podían jurar que éste o aquel estaban a punto de entrar, alguno incluso aseguró haber visto a varios vehículos dar vueltas a la manzana haciendo amagos cada vez de entrar al acceso y pedirle al micrófono su orden. Hicieron apuestas y pronósticos sobre la hora en que venderían la primer hamburguesa. Ninguno se atrevió a predecir que en todo el día no lo harían. El gerente se había asegurado personalmente de que las puertas estuvieran abiertas y solamente las utilizaron el par de supervisores que venían a revisar cómo diablos estaba ese asunto de que en todo el día no había habido una sola venta. No lo esperaban, hablaron de nueva cuenta con su coordinador que ante lo alarmante de la situación ordenó que de inmediato trasladaran la mitad de las materias primas perecederas que no se habían arruinado a otras sucursales y que el costo de toda la mercancía que se había echado a perder fuera cubierto por el personal del local. La noticia llegó con el cambio de turno y la totalidad de los compañeros se negó rotundamente a cargar con el enorme costo de la falta de ventas de ese día. Unánimemente decidieron retirarse sin iniciar siquiera su turno de trabajo a menos que se diera marcha atrás a dicha medida. Ese día no sólo no hubo ventas, el personal del segundo turno se negó a limpiar el lugar, la cocina, recibir a los proveedores, en fin, no cerraron la tienda como es debido y en masiva desbandada renunciaron y exigieron sus liquidaciones en toda la regla. La ventaja de ser en su mayoría jovencitos en el primer empleo. Para el gerente era más ventajoso seguir los pasos de sus compañeros que quedarse a pagar los platos rotos por lo que terminó renunciando él también.

Sin embargo no pudo quedar exento de asistir al día siguiente a hacer entrega de llaves, cuentas y la tienda en general al nuevo gerente y al personal provisional que de manera emergente la cadena pudo conseguir. Los dos supervisores y el coordinador en persona hicieron acto de presencia en el lugar y desde temprano pudieron encarar la terrible realidad: ningún cliente ingresaba al local. Aún en su noche sin sueño lo habían podido prever pero las cosas eran mucho peores. A tres horas de iniciada la jornada había otras cinco sucursales en iguales condiciones: sin una sola venta.

Cuando finalizó el tercer día uno de los supervisores desapareció para no volver a ser visto en esa parte del planeta, las malas lenguas dicen que desde entonces anda a salto de mata escondiéndose de todos sus acreedores. Al otro supervisor su mujer le exigió el divorcio y su amante lo mandó al carajo porque era incapaz de mantener los gustos y gastos de ambas mujeres. Al coordinador regional lo encontraron colgado de la lámpara de su oficina.

Al terminar la semana la cadena se había retirado del país. Los exportadores y productores de jitomate, lechuga, pepinos, cebollas y demás materias primas se vieron seriamente afectados. Los fabricantes de muebles y aparatos de cocina también sufrieron con este fenómeno. Los proveedores de artículos de limpieza e higiene industrial y los ranchos de carne también. Curiosamente todos ellos son extranjeros. Los vendedores de hamburguesas con coronita y de la estrellita se frotaron las manos cuando comenzó el fenómeno ante el escenario de ver lastimada a su competencia y la perspectiva de aumentar sus ventas. En dos meses corrieron con la misma suerte. Al margen de todas las repercusiones comerciales y económicas que hubo a raíz del inexplicable hecho, es de llamar la atención que el público en general no se vio afectado por el cierre de los emporios hamburgueseros en el país. La gente dejó de acostumbrar la hamburguesa en su dieta diaria, si la buscaban la encontraban en los puestos callejeros y en establecimientos pequeños o en su defecto la cocinaban en su casa.

Nunca nadie supo porque la gente simplemente dejó de comprar hamburguesas a las transnacionales.

martes, 12 de octubre de 2010

¿Porqué no se puso su máscara?


Echo de menos practicar
tantas posturas elegantes.

- Manos de Topo - Morir de celos


- ¿No tienes alguna rola del Chente Fernández como en las cantinas normales? - preguntó el Guerrero Universal cuando recibió su Victoria helada en la barra del Mono en el Espacio. Hacía rato, tres cervezas, que los Manos de Topo se le habían atorado en las orejas.

Adrián Avilés ignoró olímpicamente la repetitiva petición de su amigo luchador, parroquiano asiduo del local a pesar de que siempre se quejaba de la música. El Mono en el Espacio podía ser lo que sea, menos normal.

- ¿Dónde dice que estuvo luchando el domingo pasado amigo? - preguntó sin mirar a su interlocutor al tiempo que acomodaba los vasos limpios que le había traído el mozo.

- En la Jalisco - el Guerrero contestó con fastidio, le dio un trago largo a su cerveza e hizo un nuevo intento. - Chente. No seas cabrón.

Mientras se daba el estira y afloja musical entre parroquiano y cantinero, la pequeña Juana, Jane para los clientes, Janis para los cuates, salía del baño de damas del establecimiento. Pasaba casi a diario a la cantina a tomarse una cerveza y saludar al Avilés después de una jornada de trabajo en una estética masculina cercana. Morena en serio, de ojos grandotes, bajita y piernuda; se metió detrás de la barra a despedirse del barman.

- Nos vemos mañana Adrián. - le dijo mientras le daba una palmada en una de sus escasas nalgas.
- Hasta mañana, chaparrita.
- Adiós Guerrero.
- Hasta luego, Janis.

Adrián comenzó a atender a un par de tipos trajeados que se acercaron a la barra cuando la chica salió del local. El Guerrero empinaba los restos de su cerveza cuando escuchó un grito lejano que venía de la calle.

- ¡Ven acá hija de la chingada! ¡órale!

Volteó hacia el ventanal pero no alcanzó a ver algo que le esclareciera nada. Se levantó y se dirigió rápidamente hacia la puerta.

- ¿A dónde vas, cabrón? - preguntó Adrián, ajeno al asunto.
- Al baño. Orita regreso.

Eran dos, los tipos que arrastraban a la Juana que chaparra y todo no se dejaba llevar tan fácilmente. Uno de ellos, el más grande le hacía manita de puerco mientras el otro la tomaba por uno de sus hombros al tiempo que intentaba abrir la puerta de una camioneta.

Recibir un raquetazo en la espalda sin estar preparado para ello cuando se está forcejeando con una chica de tamaño más bien pequeño por parte de un luchador profesional no debe ser nada recomendable. El tipo soltó a Janis, sintió un enorme calambre recorrer su espalda y sus miembros. El otro sacó una navaja de entre sus ropas pero antes de poder hacer otra cosa tuvo que soltarla ante la rápida presión que le hizo el Guerrero Universal a la muñeca. Como la mayoría de los luchadores, el Guerrero tenía cuidado al acercarse a quien no lo es, pero el ver a la Juana sangrando de la boca producto de algún golpe que seguramente le propinaron sus agresores lo enardeció.

Cuando Adrián asomó la cabeza por la puerta para ver la causa del alboroto, ya el Guerrero ayudaba a Janis a levantarse. Los dos matones yacían uno encima del otro sobre el parabrisas roto de su vehículo. Algunos curiosos comenzaban a acercarse.

- Chale, amigo ¿porqué no se puso su máscara? - preguntó Adrián al recibir a la chica para ayudarla a entrar de nuevo a la cantina.
- ¿Qué, me viste cara de Blue Demon? Ese güey diario andaba de mallas y capa.
- Definitivamente tenía más estilo que tú.
- ¿Ora si me vas a poner algo del Chente? - preguntó una vez más, necio e iluso, el Guerrero Universal.

viernes, 8 de octubre de 2010

Cuando el Emporio se detuvo I


San Frívolo te rindo culto,
pago tributo ante tus altares.
Mundo de consumo
sacando el jugo
de cualquier manera
voy pa' la cárcel
¿cuál es el tamaño
de la moda de paso?

- Desorden Público - Allá cayó

Podría decirse que se trata del Monumento a la Ironía. La vieja cantera con los motivos coloniales no lograba brindar una buena sombra en aquella mañana de calor atroz. El agua de la fuente era una fresca tentación mientras contemplaba la escena sentado en la húmeda y cada vez más caliente barda. El gran Benemérito parecía hacerles desde su pedestal un gesto obsceno al águila y a la mujer que burlones coronan los arcos, la enorme avenida que con todos sus carriles los separa no parece obstaculizar la estampa. Irónico. No se le ocurre a Quirino otra forma de nombrarlo: Irónico ¿de qué otro modo llamaría alguien al hecho de que el prócer más antiimperialista de la nación tenga como telón de fondo una enorme M amarilla vendedora de felicidad fugaz en forma de hamburguesa y una tienda que todo lo vende a dólar?

Hacía 15 minutos que la vista de dicho escenario había distraído a Quirino de su habitual contemplación de senos y nalgas, actividad que desde la barda de la fuente le ofrecía generalmente selección y variedad. Todos los días dedicaba esos minutos a la admiración del transeúnte cuerpo femenino antes de irse a almorzar. Decidir dónde nunca le tomaba más tiempo.

Hoy había decidido comerse una enorme hamburguesa de payasito. El sudor comenzaba a caerle en los ojos, hacía más calor de lo habitual y pensó que era una buena señal para levantarse para cruzar la avenida y entrar al agradable clima artificial del establecimiento. Alguna vez había creído que nunca consumiría semejantes productos, decía que la franquicia se había hecho rica con una sola vaca, que para rumiar mejor mascaría ligas o que para malcomer, en la calle le sale más barato, en fin, mil y un argumentos que terminó botando a la basura el día que aceptó que tenía ganas de una cajita y que más le valía reconocerse a sí mismo como parte del omnipresente sistema. Lo peor de todo, pensaba mientras caminaba hacia el lugar, es que está ubicado de manera excelente, con unos frondosos pinos en la calle lateral que ofrecen una acogedora sombra en medio de los 32 grados del mediodía zapopano. Le agradaba el lugar. Quirino se detuvo, las manos en las bolsas del pantalón y el gesto de extrañeza que se dibujó en su rostro le dieron un aire cómico, volteó hacia atrás de él y confirmó que había pasado más de media cuadra del establecimiento ¿en qué diantres estaba pensando?

Regresó sobre sus pasos y comenzó a darse a sí mismo una retahíla de adjetivos de los que se creía merecedor a causa de su descuido. Ya tenía ganas de saborear una cremosa nieve que artificial y todo le ayudaría a aliviar el calor no sin antes haber rellenado un par de veces su vasote con refresco y remojar con catsup sus papas fritas. Habría que ver si había juguetitos nuevos, los de la última promoción ya los tenía todos y además..., maldita sea. Quirino rebosaba en sudor, estos paseos que se estaba dando frente a la tienda sin entrar lo estaban dejando en su jugo. Una vez más miró sobre su hombro y descubrió que había dejado atrás la puerta al pasar de largo otra vez. Regresó de nuevo y esta vez no se distraería mantendría su mirada fija en la puerta, como niño al que le están enseñando a caminar. No dejaría que sus desvaríos lo distrajeran. Cada vez que viene le produce ansiedad el hecho de hacer una larga fila, no se quiere tardar y esta vez está vacío no hay nadie ¡excelente! no tendrá que esperar turno. Ya pasan de las doce, podrá pedir una hamburguesa y no un maldito desayuno de los que preparan en la mañana, será de las primeras del día y además tendrá oportunidad de elegir una buena mesa, si es posible junto a una ventana para poder seguir mirando chavas al pasar mientras come, ya no hay mucho tiempo pues se ha demorado bastante dando vueltas a lo tonto...

No lo podía creer.

Pálido del coraje, Quirino dio vuelta una vez más. Había intentado entrar tres veces a comprar una dichosa hamburguesa y no lo había conseguido, se había descubierto varios metros más adelante pensando estupideces, cada vez más acalorado y sintiéndose más imbécil en cada nueva ocasión. Estaba cansado, no era para menos, tenía 10 minutos asoleándose sin sentido. Aprovechó una cercana sombra de pino y ésta vez contempló con calma la puerta del lugar, sus interiores. No había clientela, no había automóviles en el estacionamiento ¿estaría cerrado? no, los empleados estaban allí. Hasta diría que lo miraban implorantes ¿qué sucede?

Terminó yendo a almorzar unos tacos de canasta.

jueves, 7 de octubre de 2010

¿Zoociedad moderna?

"Las redes sociales son un vicio
y yo ya dejé vicios más peligrosos"

- Andrés Calamaro


Andrés Calamaro, al informar sobre su salida de Twitter, aseguró que vive mejor "sin tener que leer la mierda que publica esa porción de la clase media". Esto fue publicado en una nota de Milenio que aquí comparto.

Recordaré aquí unas palabras de un maestro de comunicación que alguna vez tuve, Mario de la Cruz, que nos dijo que "Es imposible no comunicarse" y ya en eso, también a la genial Susanita Chirusi cuando se queja preguntando: "¿Te conté sobre mi problema de incomunicación? Es no poder incomunicarme".

Todo lo anterior viene a cuento por los comentarios que he estado escuchando y leyendo sobre el auge de las Redes Sociales y el efecto que, dicen los entendidos, puede tener en el comportamiento de las grandes sociedades y, en consecuencia, de los individuos.

Siempre es mejor echarle todas las culpas a las mencionadas herramientas que a sus pasmados usuarios. Esos que no contestan los correos, esos que no tienen iniciativa para iniciar una charla, los que ignoran olímpicamente un mensaje, los que usan las redes como si fueran un lavadero gigante, los que se creen cualquier patraña que se encuentran en la red. Los que, evidentemente, no pueden comunicar algo útil.

Creo que aplica mejor el sencillo concepto que me enseñaron en mi carrera de informático sobre el comportamiento de las computadoras según el usuario: Basura entra, basura sale.

¡Salud!

P.D. Y aquí estoy yo haciendo el caldo gordo a tal desmadre... sea pues.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Ni una palabra

Hacía rato que la cosa había dejado de estar bien. El pequeño pellizco que había sentido al principio llegaba al punto de ser un agudo entumecimiento. Comenzaba a perder la paciencia.

- ¡Hola m'ija! ¿cómo te llamas? - había preguntado hace tan sólo tres cuartos de hora a la llamativa y voluptuosa figura que estaba en una de las solitarias esquinas de avenida de los Laureles.

- Ignacio - le respondió la jovial pero ronca voz con una sonrisa llena de brackets contoneando las nalgas al hacerlo. Al Comandante Mendoza le dio un escalofrío.

- Ah, ¿y cómo te dicen? - preguntó recobrando la postura inicial de galán.

- ¡Pos Nacha!

- A ver, ven y ponme atención un momento...

Mendoza recordó brevemente la transacción con la Nacha y no pudo menos que sonreir aún en medio de la situación en la que se encontraba. Conducía con los códigos apagados y a baja velocidad por las callejuelas más solas y oscuras que pudo encontrar por el norte de Zapopan rezando para que no ocurriera nada que lo obligara a reportarse. - ¡ay! ¡no te muevas pendejo, si no quieres un plomazo en el rabo! - le gritó a su forzosamente silencioso acompañante. El dolor se incrementaba.

- Necesito un favor, mano, urgente - le había dicho hacía casi una hora por teléfono a su contacto con los paramédicos de la Cruz Roja. - No, nada de ambulancia, nada de códigos, nomás tu y tu botiquín. ¡Y calladito por favor! Si, en Zapopan. Te veo en media hora atrás del Soriana Belenes ¡en chinga, cabrón!

El sudor frío lo bañaba mientras esperaba. Mendoza volteaba nervioso para todos lados esperando que nadie lo sorprendiera. Monitoreaba la radio para tratar de percatarse si alguna unidad de policía se acercaba a donde estaba él. Nada ¿dónde andará este güey?

Por fin la camioneta de Aníbal el paramédico daba vuelta en la esquina. Mendoza encendió un par de veces su altas para llamar su atención. El otro se acercaba ya maletín en mano.

- ¡Quihúbole mi Comandante! ¿porque tanta urgencia? ¡ah, cabrón! ¡disculpe usted, si quiere regreso en un rato! - exclamó Aníbal al percatarse de la presencia de la Nacha.

- ¡Nada de al rato! ¡Ayudame cabrón!

Aníbal se retorcía de la risa pero Mendoza había perdido ya la paciencia. Puso el cañón de su pistola en la cara del paramédico. - ¡Órale pendejo! No estoy para cuentos ¡Rápido y con cuidado!

- Ni hablar. Lo que urge, urge. - respondió poniéndose los guantes de látex mientras procedía a tratar de despegar el glande del Comandante de los brackets de la Nacha. Atesoraría este recuerdo.

- Ni una palabra, recabrón.

- Nada de eso mi Comandante. Nada de eso. - respondió el otro sonriendo.

martes, 5 de octubre de 2010

Family Guy


- Ve nomás cómo vienes, desdichado. - Aunque la buena señora ni siquiera levantó la vista de las zanahorias que rebanaba metódicamente sobre una tablita en la mesa de la cocina. Quizás pensaba que si no le hacía un amago de llamada de atención a su marido podría ser tachada de esposa irresponsable. La verdad le valía madres.

El Rulas ni se inmutó. Simplemente continuó mesándose el cabello al más puro estilo de Stan Laurel mientras pasaba de largo junto a su mujer directo al refrigerador para sacar las dos últimas latas de Tecate jalándolas de los anillos de plástico que las unían. Destapó una de ellas. - ¿Me grabaste mujer? - preguntó después de empinarse la mitad de la primer cerveza y soltar un eructo.

La mujer lo miró por primera vez, sus ojos parecían echar fuego, pero después de unos instantes soltó una sonora carcajada. - ¡Claro que te grabé, viejito! ¡Te estábamos esperando! ¡Niños! ¡Ya llegó su papá, vamos a verlo en la tele!

Una horda de seis chiquillos salió corriendo destruyendo todo a su paso, pero eso sí, en riguroso orden de edad, como la Familia Telerín. - ¡Apá, apá! ¡llegó mi apá! - gritaban con alegría. El Rulas sonrió debajo de su abundante mostacho mientras abría los brazos para recibir a su prole. La mujer luchó un momento con la videocasetera mientras los escuincles ocupaban sus respectivos lugares en la salita, algunos en el suelo, otros en alguna raída silla. El más pequeño seguía abrazando al Rulas. La señora oprimió play. El Show de la Barandilla iniciaba mostrando al bigotón padre de familia mentando madres e invitando a toda la raza a una fiesta perrona desde la caja de una patrulla de vialidad que se lo llevaba a observación mientras él finalizaba su intervención lanzando un beso a la cámara y diciendo ¡los amo a todos!

La familia entera aullaba y aplaudía mientras el Rulas, orgulloso, se hinchaba como un pavorreal y le daba un nuevo trago a su cerveza.