miércoles, 13 de octubre de 2010

Cuando el Emporio se detuvo II

Se supone que es un día común y corriente. La noche al parecer transcurrió sin contratiempos. Había llegado temprano y al abrir las puertas y desactivado la alarma lo pudo comprobar. Los compañeros llegaron temprano también, ninguno faltó. La limpieza de rigor estaba hecha desde el día anterior, solamente era cuestión de limpiar levemente antes de abrir, dar unos retoques. La infraestructura de la cocina estaba en orden, había gas, luz, agua, los proveedores tenían todo bien surtido. A la hora indicada los compañeros comenzaron a producir hamburguesas. Las máquinas de refrescos estaban llenas y funcionando. Todo pintaba para que fuera un buen día, tranquilo y sin incidentes extraños. El sueño de todo gerente.

Después de 4 horas de haber abierto la tienda no había ingresado un solo cliente al establecimiento. Ni uno. El gerente se había comenzado a preocupar desde que había transcurrido una hora. Ni siquiera había sonado la bocina anunciando a los compradores de comida para llevar que llegan en automóvil. Ya era demasiado el producto que habían tenido que desechar siguiendo la premisa corporativa que les indica que siempre debe haber comida caliente en el aparador y que no debe permanecer allí más que un determinado número de minutos. Hacía rato que había llamado a su coordinador regional: no ha entrado un solo cliente ¿qué hacemos? En vía de mientras los empleados se habían puesto a jugar a adivinar cual de las personas que caminaban por la calle sería la primera en entrar. Estuvieron observando y podían jurar que éste o aquel estaban a punto de entrar, alguno incluso aseguró haber visto a varios vehículos dar vueltas a la manzana haciendo amagos cada vez de entrar al acceso y pedirle al micrófono su orden. Hicieron apuestas y pronósticos sobre la hora en que venderían la primer hamburguesa. Ninguno se atrevió a predecir que en todo el día no lo harían. El gerente se había asegurado personalmente de que las puertas estuvieran abiertas y solamente las utilizaron el par de supervisores que venían a revisar cómo diablos estaba ese asunto de que en todo el día no había habido una sola venta. No lo esperaban, hablaron de nueva cuenta con su coordinador que ante lo alarmante de la situación ordenó que de inmediato trasladaran la mitad de las materias primas perecederas que no se habían arruinado a otras sucursales y que el costo de toda la mercancía que se había echado a perder fuera cubierto por el personal del local. La noticia llegó con el cambio de turno y la totalidad de los compañeros se negó rotundamente a cargar con el enorme costo de la falta de ventas de ese día. Unánimemente decidieron retirarse sin iniciar siquiera su turno de trabajo a menos que se diera marcha atrás a dicha medida. Ese día no sólo no hubo ventas, el personal del segundo turno se negó a limpiar el lugar, la cocina, recibir a los proveedores, en fin, no cerraron la tienda como es debido y en masiva desbandada renunciaron y exigieron sus liquidaciones en toda la regla. La ventaja de ser en su mayoría jovencitos en el primer empleo. Para el gerente era más ventajoso seguir los pasos de sus compañeros que quedarse a pagar los platos rotos por lo que terminó renunciando él también.

Sin embargo no pudo quedar exento de asistir al día siguiente a hacer entrega de llaves, cuentas y la tienda en general al nuevo gerente y al personal provisional que de manera emergente la cadena pudo conseguir. Los dos supervisores y el coordinador en persona hicieron acto de presencia en el lugar y desde temprano pudieron encarar la terrible realidad: ningún cliente ingresaba al local. Aún en su noche sin sueño lo habían podido prever pero las cosas eran mucho peores. A tres horas de iniciada la jornada había otras cinco sucursales en iguales condiciones: sin una sola venta.

Cuando finalizó el tercer día uno de los supervisores desapareció para no volver a ser visto en esa parte del planeta, las malas lenguas dicen que desde entonces anda a salto de mata escondiéndose de todos sus acreedores. Al otro supervisor su mujer le exigió el divorcio y su amante lo mandó al carajo porque era incapaz de mantener los gustos y gastos de ambas mujeres. Al coordinador regional lo encontraron colgado de la lámpara de su oficina.

Al terminar la semana la cadena se había retirado del país. Los exportadores y productores de jitomate, lechuga, pepinos, cebollas y demás materias primas se vieron seriamente afectados. Los fabricantes de muebles y aparatos de cocina también sufrieron con este fenómeno. Los proveedores de artículos de limpieza e higiene industrial y los ranchos de carne también. Curiosamente todos ellos son extranjeros. Los vendedores de hamburguesas con coronita y de la estrellita se frotaron las manos cuando comenzó el fenómeno ante el escenario de ver lastimada a su competencia y la perspectiva de aumentar sus ventas. En dos meses corrieron con la misma suerte. Al margen de todas las repercusiones comerciales y económicas que hubo a raíz del inexplicable hecho, es de llamar la atención que el público en general no se vio afectado por el cierre de los emporios hamburgueseros en el país. La gente dejó de acostumbrar la hamburguesa en su dieta diaria, si la buscaban la encontraban en los puestos callejeros y en establecimientos pequeños o en su defecto la cocinaban en su casa.

Nunca nadie supo porque la gente simplemente dejó de comprar hamburguesas a las transnacionales.

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