Hacía rato que la cosa había dejado de estar bien. El pequeño pellizco que había sentido al principio llegaba al punto de ser un agudo entumecimiento. Comenzaba a perder la paciencia.
- ¡Hola m'ija! ¿cómo te llamas? - había preguntado hace tan sólo tres cuartos de hora a la llamativa y voluptuosa figura que estaba en una de las solitarias esquinas de avenida de los Laureles.
- Ignacio - le respondió la jovial pero ronca voz con una sonrisa llena de brackets contoneando las nalgas al hacerlo. Al Comandante Mendoza le dio un escalofrío.
- Ah, ¿y cómo te dicen? - preguntó recobrando la postura inicial de galán.
- ¡Pos Nacha!
- A ver, ven y ponme atención un momento...
Mendoza recordó brevemente la transacción con la Nacha y no pudo menos que sonreir aún en medio de la situación en la que se encontraba. Conducía con los códigos apagados y a baja velocidad por las callejuelas más solas y oscuras que pudo encontrar por el norte de Zapopan rezando para que no ocurriera nada que lo obligara a reportarse. - ¡ay! ¡no te muevas pendejo, si no quieres un plomazo en el rabo! - le gritó a su forzosamente silencioso acompañante. El dolor se incrementaba.
- Necesito un favor, mano, urgente - le había dicho hacía casi una hora por teléfono a su contacto con los paramédicos de la Cruz Roja. - No, nada de ambulancia, nada de códigos, nomás tu y tu botiquín. ¡Y calladito por favor! Si, en Zapopan. Te veo en media hora atrás del Soriana Belenes ¡en chinga, cabrón!
El sudor frío lo bañaba mientras esperaba. Mendoza volteaba nervioso para todos lados esperando que nadie lo sorprendiera. Monitoreaba la radio para tratar de percatarse si alguna unidad de policía se acercaba a donde estaba él. Nada ¿dónde andará este güey?
Por fin la camioneta de Aníbal el paramédico daba vuelta en la esquina. Mendoza encendió un par de veces su altas para llamar su atención. El otro se acercaba ya maletín en mano.
- ¡Quihúbole mi Comandante! ¿porque tanta urgencia? ¡ah, cabrón! ¡disculpe usted, si quiere regreso en un rato! - exclamó Aníbal al percatarse de la presencia de la Nacha.
- ¡Nada de al rato! ¡Ayudame cabrón!
Aníbal se retorcía de la risa pero Mendoza había perdido ya la paciencia. Puso el cañón de su pistola en la cara del paramédico. - ¡Órale pendejo! No estoy para cuentos ¡Rápido y con cuidado!
- Ni hablar. Lo que urge, urge. - respondió poniéndose los guantes de látex mientras procedía a tratar de despegar el glande del Comandante de los brackets de la Nacha. Atesoraría este recuerdo.
- Ni una palabra, recabrón.
- Nada de eso mi Comandante. Nada de eso. - respondió el otro sonriendo.
- ¡Hola m'ija! ¿cómo te llamas? - había preguntado hace tan sólo tres cuartos de hora a la llamativa y voluptuosa figura que estaba en una de las solitarias esquinas de avenida de los Laureles.
- Ignacio - le respondió la jovial pero ronca voz con una sonrisa llena de brackets contoneando las nalgas al hacerlo. Al Comandante Mendoza le dio un escalofrío.
- Ah, ¿y cómo te dicen? - preguntó recobrando la postura inicial de galán.
- ¡Pos Nacha!
- A ver, ven y ponme atención un momento...
Mendoza recordó brevemente la transacción con la Nacha y no pudo menos que sonreir aún en medio de la situación en la que se encontraba. Conducía con los códigos apagados y a baja velocidad por las callejuelas más solas y oscuras que pudo encontrar por el norte de Zapopan rezando para que no ocurriera nada que lo obligara a reportarse. - ¡ay! ¡no te muevas pendejo, si no quieres un plomazo en el rabo! - le gritó a su forzosamente silencioso acompañante. El dolor se incrementaba.
- Necesito un favor, mano, urgente - le había dicho hacía casi una hora por teléfono a su contacto con los paramédicos de la Cruz Roja. - No, nada de ambulancia, nada de códigos, nomás tu y tu botiquín. ¡Y calladito por favor! Si, en Zapopan. Te veo en media hora atrás del Soriana Belenes ¡en chinga, cabrón!
El sudor frío lo bañaba mientras esperaba. Mendoza volteaba nervioso para todos lados esperando que nadie lo sorprendiera. Monitoreaba la radio para tratar de percatarse si alguna unidad de policía se acercaba a donde estaba él. Nada ¿dónde andará este güey?
Por fin la camioneta de Aníbal el paramédico daba vuelta en la esquina. Mendoza encendió un par de veces su altas para llamar su atención. El otro se acercaba ya maletín en mano.
- ¡Quihúbole mi Comandante! ¿porque tanta urgencia? ¡ah, cabrón! ¡disculpe usted, si quiere regreso en un rato! - exclamó Aníbal al percatarse de la presencia de la Nacha.
- ¡Nada de al rato! ¡Ayudame cabrón!
Aníbal se retorcía de la risa pero Mendoza había perdido ya la paciencia. Puso el cañón de su pistola en la cara del paramédico. - ¡Órale pendejo! No estoy para cuentos ¡Rápido y con cuidado!
- Ni hablar. Lo que urge, urge. - respondió poniéndose los guantes de látex mientras procedía a tratar de despegar el glande del Comandante de los brackets de la Nacha. Atesoraría este recuerdo.
- Ni una palabra, recabrón.
- Nada de eso mi Comandante. Nada de eso. - respondió el otro sonriendo.
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