lunes, 16 de febrero de 2009

Mientras haya una taza de café enfrente de uno

Un café debe de ser
el escondrijo ideal
de la más diversa calaña
de compinches
- g4r1b4y


Alguna vez me hice el propósito de no poner un pie jamás en la Cofi Compani. Me provocan repulsión las compañías que producen en masa cosas que deberían de ser más artesanales; como un buen café. Esta empresa maneja el café así como la M amarilla las hamburguesas. Sin embargo en su momento también fracasó mi propósito de no asistir jamás a una de ésas, lo cual formó parte de los argumentos que más adelante me llevaron a reconocerme y declararme como un engrane más de la maquinaria del sistema. En fin, ese es otro asunto. En el caso del café, mi propósito cambió cuando alguna vez hice el proyecto de asistir a uno como parte de una investigación de campo para adquirir la experiencia que posteriormente me permitiera escribir acerca de dicho lugar. Me resistí de manera inconsciente y la dichosa visita no tenía para cuando llegar. No imaginé que la oportunidad llegaría gracias a mi recién retomada relación con mis amigos y compañeros de la Generación F, ellos me entienden.

Un café que se respete, según mi punto de vista, debe de contar con un ambiente que provoque la confidencia, el complot, la charla amena y bohemia entre dos o más parroquianos. Un café debe de ser el escondrijo ideal de la más diversa calaña de compinches. De preferencia contar con una selección de música ambiental que sea ecléctica y de calidad y que de vez en cuando se de el lujo de interrumpir una plática porque alguno de los participantes se permitió a si mismo escuchar una buena canción. El personal debe tener carisma bohemio y contar con la capacidad de contagio al prójimo. Las sillas y las mesas deben de ser cómodos, no necesariamente mullidos sillones en donde una persona abundante como yo tienda a desaparecer hundida en el asiento y después batallar para alcanzar la taza que quedó fuera del alcance en la ridícula mesita de centro en donde muchos insisten colocar la computadora aunque su uso exija fastidiarse la espalda.

Quizás se deba a que de entrada yo andaba cerrado a la experiencia y que estaba predispuesto a encontrarle fallas por todos lados que terminé encontrándoselas. En ambas ocasiones fui yo quien tuvo que limpiar la mesa cuando estaba recién tomando asiento. Yo tuve que ir por mi café al aparador, no me lo llevaron hasta donde estaba sentado, lo cual es una semejanza más con las felices hamburguesas del payasito. El aparador con cremas en polvo, azúcar de diversos géneros, de verdad y mentiritas para los dietistas, servilletas, tapitas para los vasos, popotes y demás artilugios que no alcancé a ver porque por un momento creí tropezarme con los jalapeños, la catsup y la mostaza. Discúlpenme, estoy como dije al principio del párrafo: Cerrado.

Sin embargo creo que no tengo motivos para quejarme. El año 2009 apenas comienza y ya un par de entrañables recuerdos del recién estrenado año se formaron en instalaciones de dicha franquicia.

Cuando se forma parte del petit comité organizador de un memorable evento siempre se cuenta con el excelente pretexto de la resolución de los detalles para convocar a una reunión urgente con una taza de por medio. Hoy que tengo la oportunidad de meditar en los resultados y las consecuencias no puedo evitar pensar en que mi propósito inicial carecía ya de validez. Asistí al lugar carente de la mala leche con la que pensaba hacerlo. Aun cuando tenía recelos y antipatía y no pude evitar encontrar defectos, la verdad es que me encontraba mucho más que contento de reunirme con mis amistades como para permitir que pequeñeces me arruinaran los momentos que pasé con ellas.

Algunas personas especiales para mí, que me honran con estar al pendiente de las cosas que escribo (y además aficionadas a la franquicia de la sirenita verde) se habían ofrecido a acompañarme en mi viaje de exploración. Espero no les moleste que me les haya adelantado de este modo. Dichos establecimientos nunca serán mis favoritos ni gozarán de mi bendición, pero no quiero hablar ya de ellos. Quisiera, aunque sin entrar en detalles, que estas palabras no sean para hablar en contra de algo. Prefiero, y disculpen la brevedad, que este texto sirva para homenajear a las amistades que terminaron acompañándome. Para ellos quizás se trató de un lugar como cualquier otro para sendas reuniones de trabajo. Terminó siéndolo para mi también, pero gracias a ellos siempre lo recordaré como escenario de dos estupendas reuniones de trabajo. Ya lo decía acertadamente Mark Twain en alguna ocasión: “El paraíso lo prefiero por el clima; el infierno por la compañía”.

Por Carlos G Garibay