Le gustaba que los juegos de la liga de básquet fueran por el rumbo de la Colonia Moderna, el viejo barrio.
Representaba una buena ocasión para echarse un clavado por esas calles. Sobre todo si había la oportunidad de ir solo y a pie. Aunque la salida y el regreso a casa fuera a veces un tema complicado.
Se encontró con que la avenida estaba desierta. Por no haber, no había tránsito. No pasaba ni un solo taxi y era evidente que tardaría mucho en conseguir uno por allí, de modo que empezó a caminar. Pasó por el entrañable bar. Gustavo no había llegado aún, así que no se le antojó entrar a tomarse una cerveza. Caminó unos pasos más a la siguiente avenida y se encontró con que tampoco había mucha vida en ella. El taxi seguía sin pasar y se vio pronto ante la disyuntiva de seguir caminando o desviarse hacia la vieja calle cerrada. Le gustaba esa sensación de poder ir a donde se le antojara, como si tuviera todo el tiempo del mundo para hacer una incursión completa y a buceo profundo con su pasado. Valiente asunto ¿Cuál pasado? Ese mismo que ya no estaba allí, que también había emigrado a otro lado y que consistía en puros fantasmas.
La vieja calle tiene un aspecto cada vez más diferente en cada ocasión en que sus pasos lo llevan allí. Aunque eso bien podría haber pasado a la siguiente semana de que abandonó el lugar. Las cosas habían cambiado más de lo que pudiera haber deseado. Hace 24 años que no vive por allí y sin embargo, cada vez que está cerca del rumbo, no puede evitar darse una vuelta y reconocer, o mejor dicho, desconocer el barrio, y dejar que los recuerdos lo invadan. Aunque sigue sin entender ese afán de meter las narices en estas calles ¿Que esperaba encontrarse?
Ya nadie de la vieja guardia ni de la palomilla estaba por acá. Puros fantasmas. Esos mismos fantasmas en los que estaba tratando desesperadamente de no convertirse. Se supone que a eso precisamente le teme: A volver a cualquier lugar y encontrárselo tal cual lo dejó. Pavoroso. Como si no se hubiera ido. La sensación de sentirse ajeno tampoco era muy apetecible. Pero por lo menos esa sí era predecible: un recibimiento cálido es algo que nunca ocurriría allí jamás.
Miraba las casas, en la que él vivió, en las que vivieron sus antiguos compinches, en donde vivieron las niñas que le gustaban cuando él era niño..., en aquella..., en aquella otra..., en esa ventana...
Absorto. Esa era la palabra. Solo así podría describir su estado al caer en la cuenta de que desde la ventana de la planta alta lo miraba un fantasma muy real..., en una versión más vieja.
Absorto. Preguntándose si la sonrisa que le estaban brindando era de reconocimiento o de un nuevo saludo. O quizás de complicidad.
Absorto. Sin decidirse a saludar, sonreír a su vez y animarse a tocar a la puerta.
Si se daba prisa podría llegar y tomarse unos tragos en El Coyote, al fin y al cabo allí, con buena música y una bebida fría ante sí, bien podría preguntarse, aun sin llegar a responderse, si fue la comodidad, el miedo o la flojera lo que lo llevó a dar la media vuelta y caminar hacia la bocacalle sin mirar atrás. Allí, bien podría alejarse de los viejos fantasmas y de las viejas calles. O por lo menos dejar de mirarlas como si fueran viejas y en su lugar volverlas a ver como escenario diario de sus quehaceres. Parte de su ahora y comenzar a crearse los nuevos fantasmas del futuro.
Representaba una buena ocasión para echarse un clavado por esas calles. Sobre todo si había la oportunidad de ir solo y a pie. Aunque la salida y el regreso a casa fuera a veces un tema complicado.
Se encontró con que la avenida estaba desierta. Por no haber, no había tránsito. No pasaba ni un solo taxi y era evidente que tardaría mucho en conseguir uno por allí, de modo que empezó a caminar. Pasó por el entrañable bar. Gustavo no había llegado aún, así que no se le antojó entrar a tomarse una cerveza. Caminó unos pasos más a la siguiente avenida y se encontró con que tampoco había mucha vida en ella. El taxi seguía sin pasar y se vio pronto ante la disyuntiva de seguir caminando o desviarse hacia la vieja calle cerrada. Le gustaba esa sensación de poder ir a donde se le antojara, como si tuviera todo el tiempo del mundo para hacer una incursión completa y a buceo profundo con su pasado. Valiente asunto ¿Cuál pasado? Ese mismo que ya no estaba allí, que también había emigrado a otro lado y que consistía en puros fantasmas.
La vieja calle tiene un aspecto cada vez más diferente en cada ocasión en que sus pasos lo llevan allí. Aunque eso bien podría haber pasado a la siguiente semana de que abandonó el lugar. Las cosas habían cambiado más de lo que pudiera haber deseado. Hace 24 años que no vive por allí y sin embargo, cada vez que está cerca del rumbo, no puede evitar darse una vuelta y reconocer, o mejor dicho, desconocer el barrio, y dejar que los recuerdos lo invadan. Aunque sigue sin entender ese afán de meter las narices en estas calles ¿Que esperaba encontrarse?
Ya nadie de la vieja guardia ni de la palomilla estaba por acá. Puros fantasmas. Esos mismos fantasmas en los que estaba tratando desesperadamente de no convertirse. Se supone que a eso precisamente le teme: A volver a cualquier lugar y encontrárselo tal cual lo dejó. Pavoroso. Como si no se hubiera ido. La sensación de sentirse ajeno tampoco era muy apetecible. Pero por lo menos esa sí era predecible: un recibimiento cálido es algo que nunca ocurriría allí jamás.
Miraba las casas, en la que él vivió, en las que vivieron sus antiguos compinches, en donde vivieron las niñas que le gustaban cuando él era niño..., en aquella..., en aquella otra..., en esa ventana...
Absorto. Esa era la palabra. Solo así podría describir su estado al caer en la cuenta de que desde la ventana de la planta alta lo miraba un fantasma muy real..., en una versión más vieja.
Absorto. Preguntándose si la sonrisa que le estaban brindando era de reconocimiento o de un nuevo saludo. O quizás de complicidad.
Absorto. Sin decidirse a saludar, sonreír a su vez y animarse a tocar a la puerta.
Si se daba prisa podría llegar y tomarse unos tragos en El Coyote, al fin y al cabo allí, con buena música y una bebida fría ante sí, bien podría preguntarse, aun sin llegar a responderse, si fue la comodidad, el miedo o la flojera lo que lo llevó a dar la media vuelta y caminar hacia la bocacalle sin mirar atrás. Allí, bien podría alejarse de los viejos fantasmas y de las viejas calles. O por lo menos dejar de mirarlas como si fueran viejas y en su lugar volverlas a ver como escenario diario de sus quehaceres. Parte de su ahora y comenzar a crearse los nuevos fantasmas del futuro.