Cuando estaba en la prepa, había un promotor de basquet a quien todo mundo llamaba El Fela, se llamaba Alfredo, supongo. Le gustaba jugar al veintiuno con quien aceptara su reto. Apostaba, la partida era de a lonche, y solía ganar. En esa época, entre 1988 y 1991, él rondaría los 45 años.
Nos decía que con el paso de la edad uno como basquetbolista iría perdiendo condición física, salto, velocidad, pero tiro no. Que la técnica y la puntería se mantendrían. Yo se la compré, y durante mucho tiempo se la creí y actuaba como si fuera cierto.
No recordaba un evento que me tocó vivir antes, y para el que me tengo que remontar unos cuatro o cinco años antes de eso.
Mi padre nos tuvo inscritos a su familia en el club rojiblanco durante muchos años, donde él se ponía a jugar basquet con sus amigos. Como llegábamos temprano, primero se ponía a jugar conmigo y mis hermanos.
En una ocasión, estábamos jugando mientras un anciano trajeado nos miraba. Tras unos minutos se acercó a mi papá y le pidió permiso de lanzar un tiro libre. Mi papá le pasó la pelota y el señor se situó en la línea.
—Yo hace muchos años fui campeón nacional de tiros libres —dijo.
Yo no sabía que eso existiera, pero me impresioné de conocer al campeón.
Su tiro hizo una triste parábola y no llegó al aro. Mi papá recogió la pelota.
—Me habrá estorbado el saco... ¿Puedo intentar de nuevo? —no tenía necesidad de excusarse, pero lo hizo. Se quitó el saco y yo me acerqué a sostenérselo mientras intentaba un nuevo tiro.
Nuevamente el balón cayó débilmente a la cancha sin haber llegado al aro.
Aunque ninguno dijimos nada, ahora que lo pienso a la distancia, a todos, mis hermanos, mi papá y a mí, nos dio pena el señor, que simplemente tomó su saco, se lo puso y tras agradecer a mi papá, se fue cabizbajo con las manos entrelazadas tras su espalda.
No fui consciente de eso en ese momento, pero creo que fue una de las primeras veces en mi vida que pensé en el paso del tiempo y en su efecto en las personas.
Yo mismo no tiro igual que antes. Nunca fui una superestrella, pero tiraba bien, tenía buena puntería. Hoy no tiro igual, no sé si es porque nunca entreno, porque mi vista ya no es la misma, porque los años han pasado factura o que. El caso es que uno de los sueños que tengo es tener mi propia cancha de basquet. Aunque sea media cancha de basquet. Creo que sería ideal para mí una media cancha. Para las retas de tercias, para ir a tirar con mis hijos, con mis amigos y algún día con mis nietos. Y también para irme a tirar si no a diario, sí de vez en cuando. Practicar la puntería, ejercitar los brazos, los dedos, las muñecas. Y sentir cómo las ideas se acomodan con el sonido del flop que hace el balón al pasar por la red.
Pronto.
Hoy han pasado más de treinta años de esos recuerdos y no sé qué fue de El Fela, pero me gustaría poderle decir que su teoría de que el tiro nunca se pierde es una vil estafa.
Me debe unos lonches.