Pienso que los celulares modernos nos impiden el placer de colgarle a alguien el teléfono como es debido. Con saña, con furia, enojo. Vaya, como se merece.
No es lo mismo oprimir delicadamente el botón de colgar que ejercer toda la fuerza del brazo sobre las patitas donde antaño descansaba el auricular; hasta le sacábamos una campanada al aparato. Incluso podría jurar que la persona a la que le colgábamos violentamente el teléfono lo sentía. El madrazo, la ira, el desprecio... el mandamiento a la chingada del que está siendo objeto.
Entre la enorme variedad de botoncitos (son virtuales, maldita sea, son dibujos de botones. Pueden dibujar uno más) debería haber uno para colgarle el teléfono en la jeta al interlocutor, y que lo sienta en el alma.
Además, los aparatos eran aguantadores. Resistían.
Hoy, además de que no se logra el mismo efecto, un celular no termina una llamada así. Si lo aventamos corremos el riesgo de que la llamada continúe. La pantalla se estrellará, en el mejor de los casos seguirá funcionando, pero algo en el celular se joderá. Lo he visto.
Seguramente es a propósito para que sigamos comprando baratijas de esas que ni siquiera nos permiten el golpe de efecto de colgarle el teléfono a alguien.
Cabrones fabricantes.
A mí no me engañan.
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