viernes, 8 de octubre de 2010

Cuando el Emporio se detuvo I


San Frívolo te rindo culto,
pago tributo ante tus altares.
Mundo de consumo
sacando el jugo
de cualquier manera
voy pa' la cárcel
¿cuál es el tamaño
de la moda de paso?

- Desorden Público - Allá cayó

Podría decirse que se trata del Monumento a la Ironía. La vieja cantera con los motivos coloniales no lograba brindar una buena sombra en aquella mañana de calor atroz. El agua de la fuente era una fresca tentación mientras contemplaba la escena sentado en la húmeda y cada vez más caliente barda. El gran Benemérito parecía hacerles desde su pedestal un gesto obsceno al águila y a la mujer que burlones coronan los arcos, la enorme avenida que con todos sus carriles los separa no parece obstaculizar la estampa. Irónico. No se le ocurre a Quirino otra forma de nombrarlo: Irónico ¿de qué otro modo llamaría alguien al hecho de que el prócer más antiimperialista de la nación tenga como telón de fondo una enorme M amarilla vendedora de felicidad fugaz en forma de hamburguesa y una tienda que todo lo vende a dólar?

Hacía 15 minutos que la vista de dicho escenario había distraído a Quirino de su habitual contemplación de senos y nalgas, actividad que desde la barda de la fuente le ofrecía generalmente selección y variedad. Todos los días dedicaba esos minutos a la admiración del transeúnte cuerpo femenino antes de irse a almorzar. Decidir dónde nunca le tomaba más tiempo.

Hoy había decidido comerse una enorme hamburguesa de payasito. El sudor comenzaba a caerle en los ojos, hacía más calor de lo habitual y pensó que era una buena señal para levantarse para cruzar la avenida y entrar al agradable clima artificial del establecimiento. Alguna vez había creído que nunca consumiría semejantes productos, decía que la franquicia se había hecho rica con una sola vaca, que para rumiar mejor mascaría ligas o que para malcomer, en la calle le sale más barato, en fin, mil y un argumentos que terminó botando a la basura el día que aceptó que tenía ganas de una cajita y que más le valía reconocerse a sí mismo como parte del omnipresente sistema. Lo peor de todo, pensaba mientras caminaba hacia el lugar, es que está ubicado de manera excelente, con unos frondosos pinos en la calle lateral que ofrecen una acogedora sombra en medio de los 32 grados del mediodía zapopano. Le agradaba el lugar. Quirino se detuvo, las manos en las bolsas del pantalón y el gesto de extrañeza que se dibujó en su rostro le dieron un aire cómico, volteó hacia atrás de él y confirmó que había pasado más de media cuadra del establecimiento ¿en qué diantres estaba pensando?

Regresó sobre sus pasos y comenzó a darse a sí mismo una retahíla de adjetivos de los que se creía merecedor a causa de su descuido. Ya tenía ganas de saborear una cremosa nieve que artificial y todo le ayudaría a aliviar el calor no sin antes haber rellenado un par de veces su vasote con refresco y remojar con catsup sus papas fritas. Habría que ver si había juguetitos nuevos, los de la última promoción ya los tenía todos y además..., maldita sea. Quirino rebosaba en sudor, estos paseos que se estaba dando frente a la tienda sin entrar lo estaban dejando en su jugo. Una vez más miró sobre su hombro y descubrió que había dejado atrás la puerta al pasar de largo otra vez. Regresó de nuevo y esta vez no se distraería mantendría su mirada fija en la puerta, como niño al que le están enseñando a caminar. No dejaría que sus desvaríos lo distrajeran. Cada vez que viene le produce ansiedad el hecho de hacer una larga fila, no se quiere tardar y esta vez está vacío no hay nadie ¡excelente! no tendrá que esperar turno. Ya pasan de las doce, podrá pedir una hamburguesa y no un maldito desayuno de los que preparan en la mañana, será de las primeras del día y además tendrá oportunidad de elegir una buena mesa, si es posible junto a una ventana para poder seguir mirando chavas al pasar mientras come, ya no hay mucho tiempo pues se ha demorado bastante dando vueltas a lo tonto...

No lo podía creer.

Pálido del coraje, Quirino dio vuelta una vez más. Había intentado entrar tres veces a comprar una dichosa hamburguesa y no lo había conseguido, se había descubierto varios metros más adelante pensando estupideces, cada vez más acalorado y sintiéndose más imbécil en cada nueva ocasión. Estaba cansado, no era para menos, tenía 10 minutos asoleándose sin sentido. Aprovechó una cercana sombra de pino y ésta vez contempló con calma la puerta del lugar, sus interiores. No había clientela, no había automóviles en el estacionamiento ¿estaría cerrado? no, los empleados estaban allí. Hasta diría que lo miraban implorantes ¿qué sucede?

Terminó yendo a almorzar unos tacos de canasta.

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