Es la una de la mañana, es noche de sábado y el clima lluvioso podría deprimir a cualquiera. La avenida 18 de marzo en esa parte de la Zona Industrial lucía particularmente lúgubre. Calibos le daba las últimas fumadas a su cigarro y rogaba porque pronto le vinieran a abrir la bodega donde le iban a hacer la entrega. Era su antepenúltimo cigarro y si se le terminaban ya no tendría con qué espantar el sueño. Además no tenía la menor intención de compartirlos con Roberto y Gilberto, los dos gorilas a quienes les había ordenado que lo acompañaran.
- ¿Porqué no hacemos esto mañana, Calibos? Ya es muy tarde y me chingo de sueño
- ¡Déjate de mariconerías, Gilberto! – respondió gritando Calibos, al que la menor muestra de indisciplina siempre lo sacaba de sus casillas. – De haber sabido que se iban a poner tan nenas hubiera venido con alguien con más ganas de ganar billetes.
- ¿De plano nos van a pagar bien?
- Yo te voy a pagar bien si haces bien la chamba, Roberto. Eso que no se te olvide y más vale que así salgan las cosas.
Las puertas de la bodega se comenzaron a abrir. Un sonido chirriante producido por la falta de aceite en lo goznes y la tenue luz del interior contribuían a que el ambiente tétrico se sintiera más denso. El viejo que empujaba las hojas de la puerta los miraba detrás de un gesto impasible, rutinario más bien. Calibos sintió alivio de que por fin estuvieran abriendo la puerta. Hacía casi una hora que habían llegado al domicilio indicado y ya se había aburrido de golpear a la puerta. Sus órdenes eran precisas y eso era lo que lo mantenía esperando aun. Eso y el deseo de cumplir eficaz, puntual y lambisconamente con lo que el Licenciado le había encomendado. Y aunque nunca lo admitiría, no sabía si podía mantener a sus aburridas huestes en orden.
- Buenas – saludó Calibos – venimos de parte del Licenciado…
- Si, muchacho – interrumpió el viejo – hace rato que los estamos esperando, pásenle.
Calibos frunció el seño ante los modales bruscos y cortantes del viejo. Lo sintió como una falta de respeto a su investidura recién adquirida de heraldo del Licenciado. Sin embargo no replicó, se metió las manos a las bolsas de la chamarra y comenzó a entrar a la bodega detrás del anciano, no sin antes escupir a un lado como toda respuesta a la afrenta.
- Vengan acá – le dijo a su séquito.
La bodega estaba mejor iluminada por dentro que por fuera. Tras la tenue luz que se veía hasta hacía un momento desde afuera, se podía apreciar una nave mucho más amplia y que estaba mejor iluminada. Había varias personas adentro cerrando unas cajas de madera muy grandes y después subiéndolas a un par de camiones con la ayuda de un montacargas. No pudo ver el contenido de ninguna de ellas pero pensó que era mejor de ese modo. Eran alrededor de 14 trabajadores los que activamente se encontraban de lleno en esas labores. Había otros dos que no estaban haciendo nada y que se paseaban con aire indiferente por algunas zonas elevadas dentro la bodega. Calibos adivinó los cuernos de chivo colgados del brazo derecho de cada uno de ellos. Sin dejar de trabajar, todos los hombres que ahí se encontraban los miraron pasar. Gilberto y Roberto no podían ocultar su nerviosismo. Calibos tampoco, aunque él trataba de disimularlo con su actitud arrogante de siempre. Pero su máscara no podía engañar al viejo, quien ya tenía callo con esta clase de muchachitos que se quieren beber el mar de un solo buche y que para el más que un heraldo eran un simple mandadero, el gato inmediato, le gustaba decir. Sonrió un poco mientras pensaba en eso. Los tres caminaban tratando de no tropezar con las tablas y cables que se encontraban regados por todo el piso y además de seguir el paso del anciano. Pasaron por un par de áreas más en las que se trabajaba con igual ahínco hasta que llegaron a un apartado que estaba al final de la bodega. Había una puerta por la cual se podía salir a la calle opuesta a donde entraron y allí se encontraba el auto. Un 300 zx del año 89, color tinto, muy bonito y lujoso. Por un momento, los tres jóvenes hicieron a un lado su nerviosismo para darle paso al asombro. Nunca habían estado así de cerca de un automóvil como este, aunque todos ellos habían soñado con uno.
- Aquí tienes. – dijo el viejo sacando el llavero y arrojándoselo a Calibos, quien reaccionó como si le hubieran aventado una papa caliente y le hubieran dicho ¡piensa rápido! – Tiene el tanque lleno. Recién lavadito, pulido y encerado. El domicilio y las indicaciones generales tu las tienes ¿verdad?
- Seh, todo en orden.
- Bien, entonces es todo. Mejor váyanse ya porque al Licenciado no le gusta que se tarden con estos mandados. Le gustan las cosas bien hechecitas.
Calibos y los suyos no replicaron. Subieron al automóvil. Esperaron a que el viejo abriera la puerta y salieron a la noche y a la lluvia que afuera los esperaban. El coche funcionaba como relojito pero el Calibos se quedó preocupado por encontrar su Ford Cougar donde lo había dejado estacionado.
- ¿Qué? ¿Cómo los viste, abuelo? – preguntó uno de los trabajadores al viejo mientras éste miraba partir a los muchachos.
- Igual que todos. Ya sabes. Esta vez los van a detener ahí por Lázaro Cárdenas. Si les va bien, los tendrán un mes en el bote. – dijo el viejo mientras cerraba la puerta y detrás de el la lluvia arreciaba. – Anda, dame un cigarro, mejor. A éstos no los volveremos a ver por acá.
- ¿Porqué no hacemos esto mañana, Calibos? Ya es muy tarde y me chingo de sueño
- ¡Déjate de mariconerías, Gilberto! – respondió gritando Calibos, al que la menor muestra de indisciplina siempre lo sacaba de sus casillas. – De haber sabido que se iban a poner tan nenas hubiera venido con alguien con más ganas de ganar billetes.
- ¿De plano nos van a pagar bien?
- Yo te voy a pagar bien si haces bien la chamba, Roberto. Eso que no se te olvide y más vale que así salgan las cosas.
Las puertas de la bodega se comenzaron a abrir. Un sonido chirriante producido por la falta de aceite en lo goznes y la tenue luz del interior contribuían a que el ambiente tétrico se sintiera más denso. El viejo que empujaba las hojas de la puerta los miraba detrás de un gesto impasible, rutinario más bien. Calibos sintió alivio de que por fin estuvieran abriendo la puerta. Hacía casi una hora que habían llegado al domicilio indicado y ya se había aburrido de golpear a la puerta. Sus órdenes eran precisas y eso era lo que lo mantenía esperando aun. Eso y el deseo de cumplir eficaz, puntual y lambisconamente con lo que el Licenciado le había encomendado. Y aunque nunca lo admitiría, no sabía si podía mantener a sus aburridas huestes en orden.
- Buenas – saludó Calibos – venimos de parte del Licenciado…
- Si, muchacho – interrumpió el viejo – hace rato que los estamos esperando, pásenle.
Calibos frunció el seño ante los modales bruscos y cortantes del viejo. Lo sintió como una falta de respeto a su investidura recién adquirida de heraldo del Licenciado. Sin embargo no replicó, se metió las manos a las bolsas de la chamarra y comenzó a entrar a la bodega detrás del anciano, no sin antes escupir a un lado como toda respuesta a la afrenta.
- Vengan acá – le dijo a su séquito.
La bodega estaba mejor iluminada por dentro que por fuera. Tras la tenue luz que se veía hasta hacía un momento desde afuera, se podía apreciar una nave mucho más amplia y que estaba mejor iluminada. Había varias personas adentro cerrando unas cajas de madera muy grandes y después subiéndolas a un par de camiones con la ayuda de un montacargas. No pudo ver el contenido de ninguna de ellas pero pensó que era mejor de ese modo. Eran alrededor de 14 trabajadores los que activamente se encontraban de lleno en esas labores. Había otros dos que no estaban haciendo nada y que se paseaban con aire indiferente por algunas zonas elevadas dentro la bodega. Calibos adivinó los cuernos de chivo colgados del brazo derecho de cada uno de ellos. Sin dejar de trabajar, todos los hombres que ahí se encontraban los miraron pasar. Gilberto y Roberto no podían ocultar su nerviosismo. Calibos tampoco, aunque él trataba de disimularlo con su actitud arrogante de siempre. Pero su máscara no podía engañar al viejo, quien ya tenía callo con esta clase de muchachitos que se quieren beber el mar de un solo buche y que para el más que un heraldo eran un simple mandadero, el gato inmediato, le gustaba decir. Sonrió un poco mientras pensaba en eso. Los tres caminaban tratando de no tropezar con las tablas y cables que se encontraban regados por todo el piso y además de seguir el paso del anciano. Pasaron por un par de áreas más en las que se trabajaba con igual ahínco hasta que llegaron a un apartado que estaba al final de la bodega. Había una puerta por la cual se podía salir a la calle opuesta a donde entraron y allí se encontraba el auto. Un 300 zx del año 89, color tinto, muy bonito y lujoso. Por un momento, los tres jóvenes hicieron a un lado su nerviosismo para darle paso al asombro. Nunca habían estado así de cerca de un automóvil como este, aunque todos ellos habían soñado con uno.
- Aquí tienes. – dijo el viejo sacando el llavero y arrojándoselo a Calibos, quien reaccionó como si le hubieran aventado una papa caliente y le hubieran dicho ¡piensa rápido! – Tiene el tanque lleno. Recién lavadito, pulido y encerado. El domicilio y las indicaciones generales tu las tienes ¿verdad?
- Seh, todo en orden.
- Bien, entonces es todo. Mejor váyanse ya porque al Licenciado no le gusta que se tarden con estos mandados. Le gustan las cosas bien hechecitas.
Calibos y los suyos no replicaron. Subieron al automóvil. Esperaron a que el viejo abriera la puerta y salieron a la noche y a la lluvia que afuera los esperaban. El coche funcionaba como relojito pero el Calibos se quedó preocupado por encontrar su Ford Cougar donde lo había dejado estacionado.
- ¿Qué? ¿Cómo los viste, abuelo? – preguntó uno de los trabajadores al viejo mientras éste miraba partir a los muchachos.
- Igual que todos. Ya sabes. Esta vez los van a detener ahí por Lázaro Cárdenas. Si les va bien, los tendrán un mes en el bote. – dijo el viejo mientras cerraba la puerta y detrás de el la lluvia arreciaba. – Anda, dame un cigarro, mejor. A éstos no los volveremos a ver por acá.
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