La tenue llovizna caía sin interrupción alguna sobre las solitarias calles zapopanas de Zoquipan. Hacía media hora que había pasado por última vez la camioneta de la policía municipal y no debía tardar en pasar de nuevo. A excepción de la patrulla no había pasado ningún otro vehículo. Rondaban las cuatro de la mañana y era la hora ideal para desarrollar el plan. Con suerte los dos polis andarían adormilados, era el final de su turno de 24 horas.
Desde la azotea de la esquina el Chamaco vigila ambos sentidos de la calle, dará el pitazo por radio cuando vea la patrulla acercarse.
El Partner atravesaría la vieja carcancha en la calle, la dejaría encendida, con las puertas abiertas y la música a todo volumen para después meterse en chinga en una de las casas con las luces apagadas para obligar a que los dos oficiales se detengan y bajen a revisar.
En las cajas de otras dos camionetas estacionadas estaban el Profe, Cristian, el Morro y el Compa. Ellos los emboscarían.
Todos ellos vestidos de negro y con máscaras del Rayo de Jalisco haciendo juego, claro está.
Si llegan a oprimir el botón de pánico los muy nenas se jode el asunto.
A las cuatro y cuarto el Chamaco desde la azotea mandó una señal de radio, la convenida para cuando viera acercarse a la patrulla. El Partner encendió el carro y lo atravesó en la calle. La nueva señal emitida por el vigía le indicó que estaba todo en tiempo. Encendió el estéreo y se bajó corriendo, se metió por una de las puertas y esperó. Todo esto mientras cada uno de los otros cuatro se metía en su respectivo escondite.
La patrulla cruzó por la esquina a mediana velocidad y todo parecía indicar que pasaría de largo pero las luces del carro atravesado y el ruido hicieron que se alcanzara a detener, poner reversa para entrar y acercarse. A unos metros los dos polis se bajaron de la patrulla. Todos los escondidos los escucharon reportar por radio su posición aunque no parecían haber pedido apoyo. Era ahora o nunca.
Cristian era el más rápido y silencioso de todos. Se acercó por atrás al conductor de la patrulla y le soltó un golpe en la nuca con una piedra de castilla que tenía en la mano. La llovizna y la música ahogaron el ruido sordo que produjo su cabeza ante el impacto. Casi simultáneamente el Compa se plantó frente al otro oficial bate en mano y le dió un golpe de culata bastante violento. Ninguno de los dos alcanzó a reaccionar.
Acto seguido el Partner salió de su escondite, subió de nuevo al carro y partió con rumbo desconocido a ocultarlo mientras el Profe y el Morro arrastraban al primer poli hacia un cercano poste de electricidad. Cristian y el Compa hacían lo propio con el segundo. Después de comprobar que ambos polis seguían vivos procedieron a desarmarlos y a desvestirlos. Ropa y equipo fueron a dar a una bolsa negra. Los esposaron juntos y de espaldas al poste para después pintarles con aerosol la palabra VIOLÍN en la panza a cada uno. Hicieron lo mismo en los cristales de la patrulla.
Finalizaron tomándoles unas fotos antes de desaparecer.
Desde la azotea de la esquina el Chamaco vigila ambos sentidos de la calle, dará el pitazo por radio cuando vea la patrulla acercarse.
El Partner atravesaría la vieja carcancha en la calle, la dejaría encendida, con las puertas abiertas y la música a todo volumen para después meterse en chinga en una de las casas con las luces apagadas para obligar a que los dos oficiales se detengan y bajen a revisar.
En las cajas de otras dos camionetas estacionadas estaban el Profe, Cristian, el Morro y el Compa. Ellos los emboscarían.
Todos ellos vestidos de negro y con máscaras del Rayo de Jalisco haciendo juego, claro está.
Si llegan a oprimir el botón de pánico los muy nenas se jode el asunto.
A las cuatro y cuarto el Chamaco desde la azotea mandó una señal de radio, la convenida para cuando viera acercarse a la patrulla. El Partner encendió el carro y lo atravesó en la calle. La nueva señal emitida por el vigía le indicó que estaba todo en tiempo. Encendió el estéreo y se bajó corriendo, se metió por una de las puertas y esperó. Todo esto mientras cada uno de los otros cuatro se metía en su respectivo escondite.
La patrulla cruzó por la esquina a mediana velocidad y todo parecía indicar que pasaría de largo pero las luces del carro atravesado y el ruido hicieron que se alcanzara a detener, poner reversa para entrar y acercarse. A unos metros los dos polis se bajaron de la patrulla. Todos los escondidos los escucharon reportar por radio su posición aunque no parecían haber pedido apoyo. Era ahora o nunca.
Cristian era el más rápido y silencioso de todos. Se acercó por atrás al conductor de la patrulla y le soltó un golpe en la nuca con una piedra de castilla que tenía en la mano. La llovizna y la música ahogaron el ruido sordo que produjo su cabeza ante el impacto. Casi simultáneamente el Compa se plantó frente al otro oficial bate en mano y le dió un golpe de culata bastante violento. Ninguno de los dos alcanzó a reaccionar.
Acto seguido el Partner salió de su escondite, subió de nuevo al carro y partió con rumbo desconocido a ocultarlo mientras el Profe y el Morro arrastraban al primer poli hacia un cercano poste de electricidad. Cristian y el Compa hacían lo propio con el segundo. Después de comprobar que ambos polis seguían vivos procedieron a desarmarlos y a desvestirlos. Ropa y equipo fueron a dar a una bolsa negra. Los esposaron juntos y de espaldas al poste para después pintarles con aerosol la palabra VIOLÍN en la panza a cada uno. Hicieron lo mismo en los cristales de la patrulla.
Finalizaron tomándoles unas fotos antes de desaparecer.
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