Pensé por un momento que el camión se iba a pasar de largo como
suele hacerlo cuando el semáforo está en verde en Nicolás Romero y avenida Hidalgo. Igual le hice la parada,
resignado a esperar un rato más. Sin embargo se detuvo, de suerte que
yo no le había hecho ninguna seña obscena al chofer, de modo que abordé y
le tendí el billete de veinte pesos. No creí que fuera a haber ninguna objeción, pero el tipo me dirigió
la palabra, obligándome con ello a quitarme los audífonos, aunque ya
había perdido parte de lo que me quería decir.
—¿Qué?
—Que no hay parada en esta esquina.
—¿Ah, no?
—No.
—No veo ningún señalamiento.
—No lo han puesto. Solamente nos dijeron que aquí no hay parada. Perdemos dos minutos en este semáforo.
No le hice más caso. Lo dejé rumiando su coraje. Volví a ponerme los audífonos y me acomodé en
la parte trasera del camión, de pie pues no había asientos disponibles y
busqué la página en la que había dejado pendiente mi lectura.
El chofer y sus dos minutos perdidos podían irse mucho al carajo.
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