lunes, 2 de agosto de 2010

¿Siguen existiendo buzones?

Es, por lo general, de un modo sutil que hago indirectas y llamados de atención sobre la falta de reciprocidad a la hora de tratar de mantener comunicación con mis corresponsales. Creo que ya estuvo bien de sutilezas...

Qué poca madre.

Desde que era niño adopté el hábito de enviar cartas como una forma entrañable y cercana de comunicación; y por cercana me refiero no precisamente a cuestiones de distancia geográfica ya que esta forma de contacto nació precisamente para cubrir grandes distancias. Digo que era cercana porque era algo muy personal, abrir el sobre y coger el papel, doblado, arrugado o lisito, qué importa; saber que el ser querido había tenido ese papel en sus manos antes que yo era algo sabroso, no importaba si venían escritas con una excelente caligrafía, tinta, lápiz o crayola, algún borrón, quizás alguna lágrima o un exquisito perfume. No sé si siga existiendo gente que se siga comunicando así. Yo recuerdo haber tenido que escribir la carta, ir a la papelería a comprar timbres postales, elegir sobre color blanco o aéreo, conocer las reglas de escritura en sobre, remitente y destinatario. Caminar algunas cuadras para depositar el sobre en un buzón (¿siguen existiendo buzones?) con todas mis bendiciones para que llegara a su destino. Podían pasar días, semanas o meses para obtener una respuesta. Una partida de ajedrez a distancia podía llevarse muchísimo tiempo. Pero de algún modo tenía la certeza de que iba a haber una respuesta, tarde quizás; y sufría imaginando las peripecias de la correspondencia de ida o de vuelta. Pero eso no importaba tanto como el resultado final.

Era un arte.

Hoy la cosa no es tan artesanal y aunque no tiene la misma mística de la correspondencia tradicional uno puede, si se esfuerza, darle un toque personal a sus cartas, digitales y todo. Me considero alguien capaz de hacer de una relación personal algo cálido a través de internet.

Recuerdo la primera vez que impartí un curso de internet en el que tenía que explicarle a los bisoños usuarios de un tal proveedor del servicio lo que es el email. Cuando oprimíamos el botón send y yo les decía "la carta ya se fue" con un ademán de misterio a la espera de la consabida pregunta "¿cuándo llegará?" y las caras de asombro cuando yo decía triunfal "ya llegó".

Pensé y sigo pensando en el internet como una herramienta de comunicación chingonsísima. El hecho de contar actualmente con tantas herramientas para comunicarse con alguien: el mencionado email, las mil redes sociales, los miles de chats, el twitter, el celular, la conectividad entre la telefonía y el internet, los mensajes de texto me tiene convencido de que quien no se comunica es porque no quiere.

Mi mujer alguna vez me dijo que las amistades se deben de cultivar y me convenció. Sigo convencido, hasta llevé en algún momento un método para periódicamente tratar de comunicarme con todos ellos, sin que se me fuera a olvidar ninguno y aunque sea de vez en cuando escribirles y decirles "solamente para saludarte y saber que estas bien, te deseo lo mejor" pero honestamente me comencé a hartar de escribir como tarugo y obtener nulas respuestas. Creí ingenuamente que iba a lograr sembrar en una buena parte de ellos la necesidad de adoptar aunque sea de vez en cuando, el papel de remitentes.

Qué poca madre.

Sí, me molesta y me molesta mucho, me parece más que un simple capricho el pretender que alguien tenga la decencia de contestar un comunicado aunque sea para mandarme al carajo, lo preferiría a la ausencia total de respuesta. Esperar a que alguien tenga la iniciativa de comunicarse sin que yo lo haya hecho antes es demasiado iluso. Vaya, nadie tiene porque querer comunicarse conmigo a la fuerza, pero responder a un comunicado debería de ser educación básica ¿no? Tal vez sea un capricho ¿pero porque no sería respetable?

No todos mis contactos son así. Con muchos de ellos convivo más allá del internet, en el mundo real. Pero eso es otra cosa, con ellos no necesito artilugios modernos para comunicarme. Las personas a las que ya no veo en la chamba, en la escuela, con las que no convivo cotidianamente y me veo obligada a estar pendiente de la computadora o del celular para saber de ellos. Son muchos y la verdad me cansé de gastar tiempo y dinero tratando de estar en contacto. Algunos pocos por lo menos contestan los emails, aunque después olvidan redactar alguno que no sea una respuesta a una comunicación previa. Para que cuando alguna vez nos encontremos me digan con desfachatez "¡qué milagro!". Insisto, me cansé y el resultado es el natural alejamiento que he tenido con algunas personas, tal vez alguna vez los vuelva a echar de menos y sea mi responsabilidad una vez más retomar el contacto. Pero a muchos no.

Qué poca madre.

Qué poca madre tienen.


Me siento obligado a mencionar que hay personas contadas con los dedos de una mano a las que no les queda este reproche, honrosas excepciones a quienes prometo consentir más con la frecuencia de mis comunicados, ellas saben quienes son. Gracias mil!

REFERENCIA: Relato en el que trato el tema - > EL VERDADERO EMAIL

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