martes, 1 de enero de 2013

Incluye las dosis


Mi suegro, Don Cliserio Olivares, le decía a mi mujer: "Llámame, y te llamo", es decir, si ella tomaba la iniciativa de llamarle por teléfono, a los pocos días él le llamaría a ella, en el entendido de que con esto se establecería un hábito de comunicación. Quizás era algo extremo tratándose de dos parientes tan cercanos como padre e hija. Pero cada vez que pienso en mis corresponsales, no puedo menos que recordarlo y estar de acuerdo con él.

¡Salud Sr!

Yo escribía cartas, muchas cartas. Tenía el hábito de escribir cartas. Pero la falta de reciprocidad y nula iniciativa por parte de los corresponsales casi terminó con ese hábito.

Digo casi porque de vez en cuando me nace el deseo de escribirle una carta a alguien. Por lo menos esa cosquilla aún sale de vez en cuando. Pero de pronto recuerdo que la mayoría de mis corresponsales, por llamarlos de algún modo, son unos malditos ingratos de los que tengo años quejándome. Más de una vez los he castigado dejándoles de escribir para después arrepentirme y volverlo a hacer y no pasa mucho tiempo para que me recuerden el motivo por el que dejé de escribir en primer lugar.

Qué poca madre!

El asunto me encabrona. Quizás le doy demasiada importancia.

Lo que sí creo que en definitiva debo dejar de hacer, es desperdiciar mi saldo de celular mandando mensajes que no tendrán respuesta.

Pero extraño escribir cartas.

De modo que, a la chingada. Volveré a escribir cartas. Será mi propósito para este 2013 alimentar la que considero una saludable costumbre de comunicación.

Pero buscaré nuevos corresponsales.

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