Las manos de uno de los hombres se posaban en la garganta de K. Se revolvió pero sus mandíbulas
no cedieron. Se oyó el crujir de los huesos del brazo, seguido del grito agudo de la víctima. El hombre soltó al
animal, tomó su arma y cortó cartucho. Se disponía a matar al can cuando sonó el silbido. La fiera soltó
al pequeñajo y se sentó, obediente. Ambos miraron a la mujer sorprendidos. La pistola apuntó hacia ella, que se
limitó a chasquear los dedos teatralmente.
K atacó de nuevo, esta vez, a los testículos del pistolero.
NOTA: Este es uno de los microrrelatos mencionados con los que participé en el Getafe Negro. - CGG
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