lunes, 5 de febrero de 2018

El Derecho a la Ignorancia

Quizás muchos de nosotros hayamos visto alguna de las muchas adaptaciones al cine o a la televisión de la obra de Charles Dickens, Un Cuento de Navidad (A Christmas Carol), de 1843. Adaptaciones que, en su mayoría, han sido hechas para un público infantil y la presentan como una fantasía navideña con afán aleccionador. Sin embargo, la obra literaria original no se toca el corazón cuando de mostrar aterradores a los fantasmas que aparecen en ella se trata, particularmente el encuentro con Jacob Marley me puso los nervios de punta cuando la leí. También la aventura con el Espíritu de la Navidad Presente resulta algo estremecedor:
Antes de desaparecer, el espíritu muestra al protagonista Ebenezer Scrooge a un niño y una niña harapientos y desnutridos, de origen trágicamente humano: Son los hijos de los hombres —contestó el Espíritu, mirándolos—. Y se acogen a mí para reclamar contra sus padres. Este niño es la Ignorancia. Esta niña es la Miseria. Guardaos de ambos y de toda su descendencia.
Cuando Scrooge pregunta si no tienen a nadie que los cuide, el espíritu vuelve a responderle con sus propias palabras: "¿No hay prisiones? ¿No hay asilos?"

Al margen de que esta obra representa muchos pensamientos de la Era Victoriana, es innegable la influencia que ha tenido hasta nuestros días. Sin embargo, pienso que la advertencia que hace al lector sobre el cuidarse de la Ignorancia y la Miseria es algo maniquea al no admitir que en muchas maneras todos somos ignorantes y cargamos con nuestra ración de miseria, lo cual es, como dice el propio Dickens en su obra, "trágicamente humano".

Hoy me referiré solamente a la ignorancia. Albert Einstein decía que todos somos ignorantes, lo que ocurre es que ignoramos diferentes cosas. La búsqueda de conocimiento, que también es un rasgo humano, entra en conflicto directamente con la aceptación de la ignorancia humana, y es entendible que la casta intelectual la vea como un defecto cuando por milenios ha sido utilizada como herramienta de sometimiento a manos del poderoso.

Alguna vez, en la escuela, nos dijeron que el filósofo Sócrates dijo "Sólo sé que no sé nada", y que esta era una frase célebre, aunque no nos dijeron por qué; tampoco nos dijeron que Sócrates no escribía nada y que quien tomaba nota de sus enseñanzas era en realidad su discípulo Platón —era su alumno ñoño— y que fue en sus textos que se encontró esta frase refiriéndose precisamente a su maestro Sócrates. En fin, a mí me tomó años darme cuenta, o creer darme cuenta, de lo que esta frase quiere decir y reflexionar en ello me ha hecho pensar mucho en lo románticamente que estamos sometidos a ideas y conceptos como los ya mencionados de la ignorancia y la miseria (como si siempre malos) y a algunos otros como la verdad y la fidelidad (como si siempre buenos). Seguiré refiriéndome solamente a la ignorancia.

Al volverse una opinión generalizada el que "la ignorancia es dañina", nos hemos vuelto consumidores de conocimiento sin medida y en nuestro temor de ser ignorantes hemos dejado que alguien más decida qué conocimientos podemos o no adquirir. He llegado a pensar que estoy sometiéndome a una sobreexposición de información, o mejor dicho, de datos —que no es lo mismo—, y muchos de ellos solamente me hacen ruido, ocupan mi mente. En los peores casos, me provocan una reacción emocional innecesaria e inútil y por lo tanto, infructuosa. Yo decidí entonces que estar a merced de los medios masivos de comunicación es dañino para mí. Pensé que es momento de decidir entre no estar informado y estar mal informado. De modo que decidí no estar informado.

Y la gente me ha regañado porque no sé quién es tal o cual artista, llegan y me sueltan pláticas asumiendo que yo sé de que están hablando, en temas que yo sé que todo mundo tiene de boca en boca sin detenerse a pensar en ellos: fútbol, política, religión. Hemos hablado alguna vez de que uno de los vicios de la comunicación humana es el asumir, asumir lo que el otro piensa, asumir la reacción del otro, asumir el comportamiento de los demás, y pasa que casi siempre asumimos mal. Pues bien, me ocurre muy seguido que la gente asume que soy un hombre religioso, ocurre que la gente asume que me interesa el fútbol, ocurre que la gente asume que estoy enterado de las tonterías que los políticos dicen por todos lados ahora en tiempos electorales y que hasta me sé la tonadita idiota de sus canciones de campaña, asumen que deseo ser incluido en grupos de chat e incluso soy forzado a permanecer en ellos y a darme por enterado de las banalidades que allí se comparten.

Muchas veces les quiero gritar que no quiero saber de eso, que quisiera ser un ignorante en esos asuntos.

Sé que mientras más conocimiento se adquiere y se hace uso de él, con análisis y síntesis, una persona puede llegar a darse cuenta del alcance de su propia ignorancia y pienso que a eso se refería Sócrates. La sutileza del significado de su frase ha sido explotada a lo largo de los años como una expresión de conformismo cuando debería ser un aliciente a seguir aprendiendo cosas.

Tampoco nos han hablado del derecho a elegir los momentos y las materias en las que deseamos permanecer ignorantes.


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