martes, 22 de junio de 2010

Enseña la cara, desgraciado


La lluvia en esa tarde de enero estaba comenzando a convertirse en un agudo mojapendejos y hacía que la espera pareciera más larga aunque apenas se iban a completar los dos cuartos de hora. La Negra se ajustó una vez más la capucha del impermeable que escurría intensamente desde hacía rato. En favor de la discreción había prescindido del paraguas y acurrucada en la esquina norte del puente seguía aguardando algún movimiento en el estacionamiento de la plaza.

Bajo el puente la Avenida Ávila Camacho comenzaba a convertirse en un caos con el tráfico de las siete bajo la lluvia. La Negra maldijo en silencio. - Con este aguacero no vendrán estos cabrones. - Palpó amorosamente bajo el impermeable la cámara que, previsora ella, había envuelto cuidadosamente en plástico para evitar que se mojara cuando un movimiento en la plaza la alertó. El Honda plateado se acercaba lentamente a su lugar en el estacionamiento, el soplo era correcto. Las luces se apagaron y los limpiaparabrisas se detuvieron al apagarse el auto. - La cara. Enseña la cara, desgraciado - Musitó la Negra agachada, cubriéndose tras el parapeto mientras preparaba su cámara. No tenía caso disparar ahora y arriesgarse a que la pillaran. Esperó.

La lluvia no parecía amainar y la Negra estaba comenzando a entumirse en su escondrijo. Sin embargo la lluvia la favorecía pues gracias a ella el puente estaba más solitario que de costumbre. Tan sólo pasaron cinco minutos cuando la camioneta apareció en el estacionamiento, los códigos apagados, lento andar, dos números en el interior. El pulso se acelera mientras se enciende la cámara y se reza porque las mustias plantas del macetero en el puente sean suficiente camuflaje.

La Negra sacó su cámara, se apoyó en la barda y comenzó a enfocar. La patrulla se emparejó con el honda, se abrieron las ventanillas. La Negra comenzó a disparar en rápida sucesión mientras en el estacionamiento de la plaza los dos vehículos intercambiaban sobres. Cuando la patrulla arrancó la Negra contuvo el aliento, no se movió y cuando vio que se perdía de nuevo en el interior de la plaza se atrevió a quitarse sentándose con el muro por respaldo. Tras unos instantes que le sirvieron para normalizar su respiración se asomó una vez más tan solo para ver al honda tomando la salida a la Avenida Patria.

Todo había acabado.

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