"Los monumentos, hay que admitir, son piedras que cuestan una fortuna..." —Escribía lentamente el Gordo Ruan Ledesma, tratando de imaginar la infinidad de ejemplos con los que podría ilustrar la frase.
— ¿Vicente? ¡Vicente! —preguntó la enorme figura que estorbaba el paso de la luz a través de la puerta y que una vez más lo llamaba por un nombre que no era el suyo. ¡Qué curioso que viniera a interrumpirlo justo en esa parte de la cita que estaba tratando de analizar! Muy molesto, como siempre, pero curioso.— Tengo un problema con la exportación de una base de datos... —Ahora fue ella la que se vio obligada a interrumpir su frase ante el índice que exigía silencio, levantado de súbito por parte del Gordo Ledesma que se obligó a sí mismo a terminar de escribir la frase: "... y que se olvidarían si no fuera porque estorban el tránsito. Ibargüengoitia".— 'Monumento de mujer, ésta.' —pensó Ruan.— 'Costoso, muy probablemente. Estorboso, sin duda.' —Tomó aire y volteó a mirarla.
— Ruan, mi nombre es Ruan. No Vicente ¿qué base de datos te está dando problemas?
Tras unos minutos en los que se dividió entre la búsqueda de palabras sencillas para explicar lo necesario y repetírselo dos o tres veces a la interesada, regresó a la lectura de frases y citas. Había pasado el comienzo del año acompañado de la lectura de Jorge Ibargüengoitia y se estaba entreteniendo con algunas de las frases más sabrosas.
"Hablo y escribo en guanajuatense distritofederalizado" —económica y audaz.
— Pase maestro, él es Vicente y es quien le ayudará a configurar su cuenta de usuario. —La mujerona volvía, obligando a Ledesma a interrumpirse de nuevo. Esta vez acompañada de un señor que iba en busca de asesoría técnica y que sin duda era ajeno a la equivocación reiterada.
— Ruan Ledesma, servidor. —saludó al señor lo más enfáticamente que pudo, para ver si de una vez por todas le quedaba claro a ella que su nombre no es Vicente.
Una vez hecho lo anterior, regresó a las frases. Una de las más memorables la encontró en La Vela Perpetua: "Iba a misa todos los días y comulgaba y le pedía a dios nuestro señor y a la santísima virgen que me dieran una compañera que fuera al mismo tiempo decente y cachonda". El personaje lo desesperaba, pero la frase lo hizo reir.
Cuando terminó su jornada laboral, dejó sobre su escritorio un letrero con su nombre impreso en letras de 72 puntos y se fue pensando en que no tenía idea de cuál era el nombre de ella.
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