—Tú eres cantinero y te consta que a los clientes se les ocurren muchas pendejadas de lo más raras. Estoy seguro de que más de alguno te ha querido partir la madre alguna vez. —Janis parecía querer iniciar una conversación con Adrián, pero más bien se decía las cosas a sí misma. Como si se quisiera convencer de algo y para ello necesitara de un comparsa que escuchara su monólogo.— ¿A poco no piden cosas extrañas?
Adrián Avilés asintió en silencio mientras le daba una revisada a las notas de venta. Conocía los desvaríos cargados de introspección en los que a veces se embarcaba la Janis. Le dio una calada a su cigarro seguida de un trago al vasito de whisky con el que acostumbra acompañar la jornada laboral antes de responder.
—Una vez llegó un cabrón todo arañado de la cara. Era cliente habitual, de modo que el resto de los que estaban aquí pisteando comenzaron a burlarse de él —"ve nomás cómo te dejó tu vieja" - "le hubieras dicho que en la cara no, nomás en los güevos" — y él alegaba que se había caído en un matorral. Aquí lo raro, o mejor dicho, lo mamón, fue que pidió una copa del whisky más fino que tenemos aquí y se puso a limpiarse los arañazos con él mientras que para beber pidió puro mezcalito.
—¡Já! Pos esa yo te la mato.
—De todos modos, nomás estabas esperando a que te diera cuerda pa' contar la tuya ¿no?
—Es que vengo sacada de onda con un cliente de la estética. Ya le ha dado por ir una vez cada dos semanas. ¡Y en lugar de coger quiere que me ponga a hacerle cosquillas...!
—¿Neto?
—¡Si! Se retuerce de la risa durante quince minutos pero dice que sólo así se le quita el estrés.
—Ajá ¿y tu?
—¿Yo? ¡Yo me chingo! ¡me quedo ganosa!
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