- ¡A ver cabrones! Cuando escuchen su primer apellido ustedes contestan
con el segundo ¿está claro? - preguntó el prieto y gordo oficial a eso
de las siete y media de la mañana. - El que no conteste ya se jodió
hasta el mediodía.
- ¡Seeeéh! - respondió con fastidio y a coro la comunidad de presos recopilada durante el fin de semana.
- ¡Aguiñiga!
- ¡García, aquí! - respondió el primero a un par de celdas de distancia.
- Órale, a la reja... - el oficial casi no lo miró y se limitó a señalar con el pulgar hacia la mencionada reja. - ¡García!
- ¡Estrada!
La letanía de nombres continuó entre chiflidos e interrupciones por parte de los confinados, algunas súplicas, albures, mentadas de madre y bromas por parte de los infractores visitantes habituales de La Curva, duchos en sus usos y costumbres. Algunos esperaban en silencio, poniendo atención para que no se les vaya a pasar la oportunidad de salir de ahí. Otros ni cuenta se daban, seguían borrachos o drogados. Medina por su parte seguía dormitando sentado recargado en una de las paredes de la celda. Con un monumental dolor de cabeza y de panza. Había preferido arriesgarse a una peritonitis aguantando las ganas de ir al baño con tal de no utilizar el miserable agujero en el piso de la celda que según eso cumplía la función de tal. Evidentemente tampoco había dormido bien, aún le dolían las costillas a causa de la golpes que los polis que lo agarraron le propinaron.
- ¡González! -
- ¡Zepeda! - los presos respondían con ansiedad, como niños que de repente se dan cuenta de que saben la respuesta a la pregunta que les hace el maestro en clase.
- ¡López! - la voz se acercaba cada vez más a su celda pero no lo suficiente como para hacer que el Medina reaccionara.
- ¡Pelayo!
- ¡Seeeéh! - respondió con fastidio y a coro la comunidad de presos recopilada durante el fin de semana.
- ¡Aguiñiga!
- ¡García, aquí! - respondió el primero a un par de celdas de distancia.
- Órale, a la reja... - el oficial casi no lo miró y se limitó a señalar con el pulgar hacia la mencionada reja. - ¡García!
- ¡Estrada!
La letanía de nombres continuó entre chiflidos e interrupciones por parte de los confinados, algunas súplicas, albures, mentadas de madre y bromas por parte de los infractores visitantes habituales de La Curva, duchos en sus usos y costumbres. Algunos esperaban en silencio, poniendo atención para que no se les vaya a pasar la oportunidad de salir de ahí. Otros ni cuenta se daban, seguían borrachos o drogados. Medina por su parte seguía dormitando sentado recargado en una de las paredes de la celda. Con un monumental dolor de cabeza y de panza. Había preferido arriesgarse a una peritonitis aguantando las ganas de ir al baño con tal de no utilizar el miserable agujero en el piso de la celda que según eso cumplía la función de tal. Evidentemente tampoco había dormido bien, aún le dolían las costillas a causa de la golpes que los polis que lo agarraron le propinaron.
- ¡González! -
- ¡Zepeda! - los presos respondían con ansiedad, como niños que de repente se dan cuenta de que saben la respuesta a la pregunta que les hace el maestro en clase.
- ¡López! - la voz se acercaba cada vez más a su celda pero no lo suficiente como para hacer que el Medina reaccionara.
- ¡Pelayo!
- ¿y Valerio? - preguntó una voz desde una de las celdas del fondo.
- ¡Espere su turno, cabrón, si no quiere pasarse otras horas aquí!
- Mijo, despiértate. Capaz que ahorita te nombran ¿o qué? ¿te vas a quedar un ratito mas conmigo? - María Cotita le hablaba con voz melosa. Medina se sobresaltó, como si en verdad hubiera estado dormido. Miró con los ojos muy abiertos al pequeño y macilento travesti. El otro le brindó una sonrisa que salió como pudo del rostro con el maquillaje corrido.
- ¡Martínez! - el oficial ya estaba afuera de la reja que ocupaba Medina.
- ¡Cruz! - respondió el sujeto que compartía la jaula con ellos y que había llegado el domingo por la tarde. Había dormido la mona plácidamente desde que llegó.
- Nadie sabe que estoy aquí - comenzó a decir Medina - ¿quién me va a venir a sacar?
- ¡Medina!
- ¡Ah, cabrón! ¡yo..., esteeee... Barreto!
- No se duerma, güey - el poli verificó el nombre en su libreta mientras les abría la puerta a los dos últimos mencionados. - ¡Ándele, sáquense de aquí!
- ¿Necesitas algo? - preguntó Medina a María Cotita - ¿le aviso a alguien que aquí andas?
- No, gracias, muñeco. - respondió estirándose y ahogando un bostezo aburrido, como de quien ya conoce de sobra el asunto. - Ya se la saben, al rato vienen por mi.
- Bueno, adios y gracias.
- ¡Chao mijo!
Alejo Medina iba saliendo del encierro preguntándose quien había venido por él y pensando en dónde diantres podría conseguir un sanitario decente cuando una voz lo hizo voltear.
- ¡Hombrezuelo barato! ¡Vergüenza te debería de dar que yo venga a sacarte de lugares como este! - la pequeña Maestra Pérez lo miraba severamente como si se tratara de un hijo lagartón y descarriado. - ¡Mírate nada más!
- ¡Ah, chingá! ¿y ora? ¿que haces tú aquí? - Medina trataba de acomodarse los cabellos alborotados y esconder un poco su desparpajo general: ojos rojos y lagañosos, camisa arrugada y desfajada, barba de tres días, boca pastosa y hedionda y por si fuera poco, en cualquier momento le resultaría imposible aguantar que se le saliera un pedo.
- ¿Qué ha de ser, pasmado? Vine por ti, aunque si lo deseas te puedes regresar a tu jaula.
- ¿Y tú como sabías que me tenían aqui?
- De eso luego hablamos, ve a recojer tus cosas y vámonos.
- ¿Pagaste algo?
- ¡Anda y ve por tus cosas, carajo! Después hablamos
Medina no replicó. Fue a que le devolvieran su cinturón, su sombrero, su chamarra, sus llaves, monedas, su teléfono y su billetera. Las agujetas de sus botas las habían perdido. Tras perder un cuarto de hora más salieron del lugar.
Caminaron unos metros por Avenida de los Laureles hacia el estacionamiento junto a varios personajes de la pintoresca fauna con la que Medina había compartido la celda desde la noche del sábado.
- ¿Y ahora qué? ¿me vas a decir en qué chingados andas metido?
Medina no dijo nada. Será que andaba bastante jodido que no se le dió bien el disimular y evidenció de sobra que se estaba haciendo güey.
- Me lo debes. - Pérez hablaba en serio.
Alejo Medina siguió sin responder, en lugar de eso sacó su billetera y revisó si no le habían sustraído sus papeles, su dinero y la tarjeta que había obtenido minutos antes de que le cayera encima la ley el sábado por la noche. Pérez lo miró hacer y se dió la vuelta rumbo a su auto.
- ¿Ya desayunaste? Te invito - le dijo a la pequeña y encabronada maestra.
Pérez abría la puerta de su coche y volvió a preguntar con la mirada.
- Necesito un pinche café, algo decente para comer y por lo que más quieras... un sanitario. Después te digo todo lo que quieras.
- Lo que necesitas es un duchazo, desgraciado. - dijo al tiempo que quitaba el seguro de la otra puerta. - Súbete.
Mientras un maltrecho Alejo Medina subía al auto, un tipo mal trajeado, de astroso bigote y peores modales preguntaba por él en donde hasta hacía unos minutos había estado.
-¿Cómo que ya salió? ¡Lo iban a tener guardado aquí hasta que yo viniera por él... cabrones! - vociferaba al oficial encargado cuando sonó su celular interrumpiendo sus reclamos. Escuchó durante unos instantes en silencio y luego respondió- No, Licenciado. Ya no está aquí... Lo liberaron antes de que yo llegara... Sí Licenciado... Sí... No tenga pendiente, yo me encargo. - colgó y después se dirigió de nuevo con el oficial - ¿Quién vino por él?
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